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Walt Whitman cimenta su fama en la exaltación del Hombre y la Vida. La pasión y el gozo se combinan a lo largo de sus versos, la Naturaleza forma un marco perfecto en el que dar cabida a su panteísmo laico. Si el hombre es, por encima de todo, un animal político, capaz de relacionarse y resolver sus problemas mediante el compromiso, la guerra es la negación de dicha idea. Una guerra supone la incapacidad de superar las diferencias por medios no violentos. La guerra engendra muerte, destrucción, pobreza, hambre y, a cambio, no acostumbra a beneficiar a los pueblos que las ganan (quizá sí a sus dirigentes). En definitiva, la guerra parece la antítesis de la temática propia de Whitman. Precisamente Redobles de Tambor permite apreciar cómo el espíritu del autor emerge entre el desastre de la Guerra de Secesión enfrentándose a la realidad y adecuándola a su visión de Literatura. Durante los años de la guerra Whitman dedicó parte de su tiempo a acompañar a los heridos en los hospitales de campaña que rodeaban Nueva York y, en ocasiones, en algunos hospitales próximos a campos de batalla. Trató de consolar a soldados que sólo aguardaban la muerte y de confortar a quienes veían sus cuerpos mutilados. Incluso se planteó alistarse como voluntario en la primera etapa de la contienda pero, su edad y el ser el sostén económico de parte de su familia, le disuadieron Precisamente los primeros poemas de Redobles de Tambor presentan el conflicto como algo heroico y digno de admiración. Es la nobleza de alma la que se muestra en los jóvenes combatientes y Whitman sucumbe a los brillos de los desfiles y las banderas.
Según avanza la guerra, las visiones gloriosas se sustituyen por los cuerpos muertos, heridos o mutilados que regresan en carretas desde los campos de batalla. Este golpe de realidad reorienta los poemas de Whitman hacia el Hombre, personificado en la figura del soldado, sin que importen sus colores o banderas. Es el ser humano, maltratado y torturado por la guerra, un ente abstracto que aparece ajeno al mundo y que, como los dioses griegos parece golpear con arbitrario capricho.
En este contexto donde la vida parece carecer de valor es donde, nuevamente, Whitman canta la grandeza de los hombres, en su pequeñez y su vulnerabilidad encuentra nuevos motivos para identificarse con todos y cada uno de los soldados que combaten enconadamente entre sí.
El volumen se acompaña de un breve diario de guerra en el que Whitman detalla sus labores de enfermero, sus viajes en tal cometido y sus experiencias directas del conflicto, siendo un complemento perfecto para la lectura y comprensión del poemario.
Por último, esta obra muestra un ejemplo de cómo, en líneas generales, un pueblo salido de una guerra civil terrible, supera sus divisiones enfrentándose unido al futuro. En ninguna de los versos de Whitman (ni los escritos durante la guerra, ni los escritos al concluir el conflicto) muestran odio por el Sur. La guerra no es una lucha de ideas o sistemas económicos contrapuestos, sino una escenario de destrucción irracional que trata de destruir al hombre pero que, al tiempo, revela su grandeza. Sea del Norte o del Sur, cada hombre encierra un milagro. No hay buenos y malos, sólo hombres, superándose de este modo la tremenda contradicción entre el tiempo que le tocó vivir y los ideales que siempre alentaron la obra del viejo hermoso Walt Whitman.