De la pluma a la política

Las relaciones entre la cultura y la política nunca fueron muy armónicas, a sabiendas de que esta es parte de aquella; pero para el caso nos ceñiremos a la acepción de “actividad” de ambas. En este campo, han sido, incluso, transgresoras. Relaciones que han oscilado entre la crítica de los intelectuales a la política hasta una falta de compromiso, mientras que desde la política no siempre se ha comprendido el rol de la cultura en la sociedad, llegándose a despreciar y pauperizar el trabajo de los artistas.   

Sin embargo, hay escritores profundamente comprometidos con los derechos políticos del pueblo que transformaron su obra en un grito por la justicia al servicio de las mejores causas populares, sin que aquello significara asumir responsabilidades en el Estado capitalista ni una garantía de buena literatura.

La cultura, como un quehacer libre en su dimensión creativa, encontró muchas veces en el Estado una camisa de fuerza que pretendía ser el rector de la actividad cultural. No obstante, existen escritores que han postulado al poder y algunos han accedido a sus esferas. Prueba de ello diversos países de América Latina exhiben entre sus presidentes notables escritores y otros de menor cuantía.

Desde los inicios de las Repúblicas, poetas o prosistas accedieron a la política, la historia del continente así lo confirma.

A mediados del siglo XIX en Argentina, una figura fundamental en la historia de ese país, Domingo Faustino Sarmiento, uno de los grandes escritores decimonónicos fue presidente entre los años 1862 y 1864. Sarmiento es autor de la obra Facundo, en la que confirma sus conocimientos sobre la compleja identidad argentina y las tensiones entre la civilización y la barbarie; en esta obra exhibe los postulados sobre la educación. El intelectual argentino, como presidente, dio impulso a la modernización del país, a través de la educación y la cultura.

En Colombia, Miguel Antonio Caro, fue un reconocido escritor que asumió la presidencia del país entre los años 1892 y 1898. Caro mostró un notable compromiso con la educación y la cultura en el ejercicio del poder, y en su quehacer literario destacan las obras Horas de amor (1871), Traducciones poéticas (1889) y Crimen y expiación (1880).

El novelista venezolano Rómulo Gallegos, autor de Doña Bárbara, incursionó en la política y llegó a ser presidente de Venezuela en 1948. Su mandato fue breve y terminó con un golpe militar, sin embargo, su visión de la educación y la justicia social reflejó su compromiso tanto con la literatura como con la calidad de vida de los venezolanos.

Juan Bosch, reconocido autor de La Mañosa, asumió la presidencia de la República Dominicana en 1963, en una lucha por la democracia y la justicia en su país. En su breve estadía de siete meses en la primera magistratura Bosch, que fue derrocado por un golpe de Estado, durante su mandato realizó una profunda reestructuración del país.

El poeta chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura 1971, incursionó en política bajo un compromiso con las causas populares. Fue senador de la República de Chile y luego, en 1970, postuló a la presidencia del país, renunciando para dar paso a la candidatura del presidente Salvador Allende. Neruda, autor de una vasta obra poética y de sus memorias Confieso que he vivido, destinó su voz poética para amplificar las reivindicaciones de los marginados y oprimidos, confirmando que la poesía puede ser un medio para la denuncia y la esperanza.

En otro extremo ideológico, Mario Vargas Llosa, prominente escritor peruano, se postuló como candidato presidencial de su país en 1990 y, aunque no alcanzó el poder, continuó en la política con fuertes convicciones liberales hasta nuestros días. 

En Ecuador, algunos presidentes del país han ejercido el oficio de la escritura, a través de la poesía de manera ocasional. Juan José Flores, considerado de escasa educación, llegó a escribir versos que recopiló en un volumen titulado Ocios poéticos. En Chile existe una edición de esa obra en pasta roja que data de 1892. Gabriel García Moreno dio un paso desde la poesía romántica a la política. Desde un incidente de amor juvenil que lo llevó a escribir versos de amor no correspondido, accedió en edad madura a la presidencia del país. Conocido como crítico e insultador de sus opositores, no obstante, como presidente dio impulso a la cultura y la ciencia. En la historia ecuatoriana otros poetas presidentes incluyen a Luis Cordero Crespo, Alfredo Baquerizo Moreno, José Luis Tamayo y Carlos Arroyo del Río, cuya vocación política superó su potencial lírico.  

Las contradicciones entre la cultura y la política han dado lugar a que singulares personajes hayan pretendido el poder desde profesiones que, poco o nada, aportaron desde la cosa pública al ejercicio de los derechos ciudadanos. Comediantes faranduleros, divas de la televisión, comerciantes y deportistas y hasta banqueros, consiguieron una curul en el Parlamento o se pusieron la banda presidencial con resultados desastrosos para el país.

La falta de memoria nos hace olvidar que la cultura política es una categoría superior que, cada vez más, observamos con desazón como especie en extinción.

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