Roberto Ramírez Paredes: «La escritura tiene que ser un juego»

Gabriela Ruiz Agila

Roberto Ramírez Paredes (Quito, 1982) es licenciado en literatura y tiene una maestría en creación literaria por la Universidad Pompeu Fabra. Actualmente cursa el doctorado en filología de la Universidad de Barcelona, donde estudia las representaciones latinoamericanas en la prosa de Herman Melville.

Su ópera prima, La ruta de las imprentas, fue finalista del Premio Latinoamericano a Primera novela Sergio Galindo y se publicó en Veracruz, México, en 2015. Su libro de cuentos Fábrica de maleantes y otras vidas imaginarias obtuvo mención de honor en el XX Concurso Nacional de Literatura 2018 «Luis Félix López» de la CCE Núcleo del Guayas. 

La escritura de Ramírez entraña la batalla más antigua: el enfrentamiento entre el bien y el mal, o lo que es lo mismo, entre la historia y el hombre. En su cuento llamado «Alegato en el Juicio de Sarajevo», el autor se metió en la piel de Gavrilo Princip, el asesino del archiduque Francisco Fernando, para develar los sorprendentes azares detrás del crimen que desencadenó la Primera Guerra Mundial. 

Roberto Ramírez es un autor cuyo método de creación se afinca en la disciplina, la corrección del texto y la inmersión en un mundo personal fantástico. «Hay que sentarse a escribir, de eso se trata el oficio de la literatura», declara convencido el ganador del Premio Nacional Aurelio Espinosa Pólit de novela 2017 por su obra No somos tu clase de gente.

¿Sientes que formas parte de una nueva generación de narradores en Ecuador? ¿Existe una generación como tal? Y si este fuera el caso ¿cuál sería su nombre?

He notado que ha resurgido una generación de narradores y de poetas, incluso de editores. Los nacidos a finales de la década de los 70 e inicios de los 80. No creo que hay un movimiento artístico. Esta generación ya no tiene miedo de narrar historias que no sean locales. Eso es algo que no pasaba en generaciones anteriores, en las que había una especie de obligación moral de decir algo de «acá». Se ha dejado de lado esta especie de provincianismo que se tenía en la literatura ecuatoriana, y esto ha hecho que los narradores de ahora sean más libres. No tienen miedo de narrar una historia que se ambiente en Alemania o Guamaní. Ahora hay un compromiso social menos marcado y esto beneficia directamente a las obras artísticas porque no estamos obligados a denunciar ningún tipo de injusticia —no porque no las haya— sino porque sí se ha empleado el abanico de temas en la literatura ecuatoriana. Si tuviera un nombre esta generación sería el de «anti provincianos» (risas). 

¿Cómo estaba tu situación en 2012 cuando ganaste el premio por la novela La ruta de las imprentas? 

En 2012 empezaba a escribir mi tercera novela, No somos tu clase de gente. Mi segunda novela sigue inédita. En esa época estaba entregado a la escritura como he estado hasta este año, tratando de adaptarme y encontrar trabajos que me permitan seguir escribiendo. Seguía de freelance por ejemplo para editar revistas, chauchas de corrección de estilo y haciendo libros de lengua y literatura para colegios. 

¿Son importantes para ti los premios?

Los premios son importantes en la medida en que te ayuden a publicar. Porque en nuestro medio es difícil publicar. Empecé con la escritura de las novelas en 2010 y a 2019, ya tengo siete novelas escritas de las cuales están publicadas dos y es gracias a premios. Entrar a una editorial y que me publiquen por lectura ha sido una de las tareas más complicadas. Destaco los premios literarios porque ayudan a visibilizar, sobre todo cuando no son tan grandes porque se mantiene una cierta honestidad en el ámbito de la selección y la calidad. 

Los siguientes conceptos son desafiantes para el intelecto de quien se plantea escribir y se abordan en tu novela La ruta de las imprentas: Historia, hombre, tiempo, padre, guerra. Esa obra narra las peripecias de un historiador en busca del rastro de un enigmático escritor alemán. ¿La novela plantea la Historia como un género literario?

Mi principal motivación al escribir esa novela fue reflexionar qué pasa con la Historia oficial cuando es escrita por gente indigna, que mueve los hilos a su conveniencia. ¿Qué pasa cuando la Historia es escrita por monstruos? ¿Debemos creérnosla? ¿Cómo hacemos para revertir el efecto nocivo de esa versión parcializada de la Historia? 

Llegué a esta reflexión por medio de este historiador que iba a tratar de cazar pistas sobre la vida del escritor Victor Vogel durante la Segunda Guerra Mundial, él rehace la Historia a través de la mayor cantidad de textos posibles. La ruta de las imprentas es una especie de Frankenstein hecho de extractos de otras novelas, diarios, poemarios, documentos oficiales del régimen nazi, documentos de transportación, libretas encontradas por ahí. Todo material que me servía, lo metí en la novela. Me quedé satisfecho con el resultado de esa novela que curiosamente salió de un sueño que tuve en un momento de mi vida, y su intriga me provocó escribir esa novela. 

Te reconoces como un hombre que escribe con sus sueños y que recupera de diversas fuentes los elementos para nutrir su literatura. ¿Eres un lector de poesía?

A José Emilio Pacheco lo amo con todas mis fuerzas. Leo casi a diario. Tengo la edición completa de su obra, casi como una biblia junto a la mesa de noche. Me reconozco como un lector de narrativa. No obstante, este año pasó algo muy extraño: la novela que me proyecté escribir este año y en la que me hallo haciendo correcciones ya no me permitió seguir leyendo prosa. Y por el contrario, me lancé en un frenesí de lectura de poesía. Durante un momento dejé reposar la novela, y me dediqué durante dos meses a escribir un poema a diario. Seguramente poesía muy mala y que quedará en mi cajón. Se acabó la necesidad de escribir poesía, y he vuelto para retomar las correcciones. Supongo que el arrebato por la poesía tiene que ver con el tema de la novela. Para la escritura de esta novela, yo necesitaba la influencia de la poesía más que la narrativa. Finalmente, es un cuerpo que cuando está con sed, te avisa secándote la garganta. Me gusta el poema «Carta a George B. Moore en defensa del anonimato», que es una reflexión sobre la inutilidad de la escritura o por lo menos la esperanza de ver en la escritura una salvación. En los epígrafes de la novela No somos tu clase de gente viene citado el poema «Ya todos saben para quién trabajan», como homenaje. 

En la novela No somos tu clase de gente, nuevamente los conceptos Historia, hombre, y las conjugaciones del verbo ser o estar son las que se abordan con más relevancia. Sin embargo, los signos de interrogación, la raya literaria para abrir diálogo, son los más concurrentes. Quiere decir que los protagonistas cuestionan y preguntan, buscan explicaciones e intentan decir. ¿Fue este un propósito consciente alrededor del tema del consumismo o la rebelión?

Más bien, la rebelión como una respuesta a la necesidad de cambiar de vida, o básicamente de sistema es lo que se plantea en la novela. Esto se representa a través de pequeños negocios ubicados en algo así como La Ronda y se verá cómo se enfrentan a la mega corporación que se instala al final de la calle. A diferencia de las otras novelas que he escrito, en esta novela me planteé dejar que los personajes hablen por sí solos. La novela tiene dos narradores que hablan desde la primera persona, y cada uno con su estilo. Y ellos dos, al mismo tiempo, dan cuenta de un tercero, el Lléntelman. Este trata de abogar por una revolución que luego se tergiversa de la peor forma. Lléntelman habla muchísimo y tiene esta idea de crear un lenguaje propio, por eso es que está siempre creando palabras y conceptos como un «sabido». Los personajes hablan con lenguaje coloquial, no es algo que volvería a hacer pero tenía que explorar en ese momento.

¿Cuál es tu método de escritura y tus influencias literarias? 

Mis padres literarios son Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares adentrado en mi canon, Herman Melville (a quien le dediqué mi tesis doctoral), William Shakespeare (la colección de la obra) y muñecos, Vladimir Nabokov, Tolstoi y Joseph Conrad. 

Soy un escritor meticuloso y planificador. En 2010 me propuse la idea de escribir una novela anual. Dedico tres meses a planear en mi cabeza, anoto en libretas. Después dedico tres o cuatro meses a escribir en una temporada que es bastante explosiva. Y los últimos meses del año dedico a las correcciones, que demoran más pero es lo que le da la verdadera forma a la novela. Sin embargo, la novela que escribí este año tiene mucho de poético y requiere una pausa masticada. Cada escritura demanda su propio método. Prácticamente yo no puedo escribir sin música. Todas mis novelas tienen bandas sonoras. Por estos días, dos canciones de Cocteau Twins, banda irlandesa, son las que necesito oír para escribir.

En redes sociales y en entrevistas, muestras tu afición por coleccionar figuras de acción o personajes. Es inevitable establecer alguna conexión entre este hobby con la construcción de estos personajes en tu literatura a través de la fórmula héroe y antihéroe.

Cuando tenía 11 años, cayó en mis manos la novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, y esa novela me impactó muchísimo. A medida que avanza, la novela revela que el bien y el mal residen en una misma persona. Leía cómics de aventura, del héroe contra el villano. Con mis juguetes también recreaba aquellas historias. Creo que en algún momento, solo hubo un desplazamiento. Cuando dejé los juguetes me di cuenta de que podía seguir jugando en el campo de la escritura. Por eso es que me parece que la escritura ante todo debe tener juego. Si uno no se divierte escribiendo, ¡para qué escribe! Hay momentos densos y tortuosos en la escritura. He terminado deprimido por escribir, pero al final de cuentas, eso también es un juego.

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