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Nació el 31 de mayo de 1819, en West Hills, Nueva York. Actualmente se siguen editando con regularidad sus Hojas de hierba, libro fundamental para la poesía moderna y en el que se recogen todos los versos que el poeta iba publicando. Aparecido por primera vez en 1855, tuvo muchas ediciones durante la larga vida de Whitman y más allá. El poeta, luego de la guerra civil estadounidense, se había convertido en un ícono nacional, aunque su presencia pública se vio afectada por una larga parálisis. Murió en Cadmen, Nueva Yersey, en 1892. Su imagen de profeta bíblico, con su gran barba blanca y su mirada plácida, ha acompañado a la poesía de este continente desde siempre, y América Latina no ha estado lejos de él: los poetas contemporáneos latinoamericanos ya lo admiraban, pero su influencia posterior es más confusa y desigual.
Me he vuelto a preguntar acerca de la influencia de Whitman sobre las letras latinoamericanas ante los múltiples homenajes y artículos que han salido estos días recordando su poesía y su vida. Personalmente, los versos: «Me celebro y me canto, / Y aquello que yo me apropio habrás de apropiarte, / Porque todos los átomos que me pertenecen también te pertenecen», me acompañaban desde una muy temprana edad y los recitaba en esta o en otra parecida traducción. Sus largos versos libres, sin rima y con ritmo del versículo bíblico, me parecían algo distinto de la poesía que había leído en mi adolescencia. Había en su poesía un lado vital, provocativo, libre: «Canto a las ciudades y granjas que ante mí se extienden a la luz del sol», «Me despojo de lo conocido, / Y me lanzo con todos los hombres y mujeres hacia lo Desconocido», era una forma de cantar a la vida que me decía muchas más cosas que cierta poesía sentimental, y me confrontaba con una época un poco gris y amodorrada.
Ante estas respuestas que me daba su poesía es que me pregunto si en realidad la influencia de Whitman sobre los poetas de nuestra lengua es fundamental. Como habíamos mencionado, la presencia del poeta es temprana en nuestra historia. La primera de la que tenemos noticia es el artículo que escribe José Martí: «El poeta Walt Whitman», publicado por vez primera en México en El Partido Liberal, el 17 de mayo de 1887, escrito que surge de la asistencia del poeta y patriota cubano a una conferencia del poeta neoyorquino en repudio por el asesinato de Abraham Lincoln, uno de los ejes políticos de su poesía. En este artículo, dice Martí: «La verdad es que su poesía, aunque al principio causa asombro, deja en el alma, atormentada por el empequeñecimiento universal, una sensación deleitosa de convalecencia. Él se crea su gramática y su lógica: él lee en el ojo del buey y en la savia de la hoja: “Ese que limpia suciedades de vuestra casa, ese es mi hermano”. Su irregularidad aparente, que en el primer momento desconcierta, resulta luego ser, salvo breves instantes de portentoso extravío, aquel orden y composición sublimes con que se dibujan las cumbres sobre el horizonte». Es notable la clara intuición de Martí, y asimismo es claro que la atracción no solo es por su poesía sino también por la figura de Whitman: «Parecía un dios anoche, sentado en su sillón de terciopelo rojo, todo el cabello blanco, la barba sobre el pecho, la mano en un cayado». Atracción por demás en la que casi todos caían.
Otro contemporáneo que admiraba la figura del padre de la poesía norteamericana es Rubén Darío, quien le dedicara un soneto: «En su país de hierro vive el gran viejo, / bello como un patriarca, sereno y santo. / Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo / algo que impera y vence con noble encanto», dice su primera cuarteta, publicada en su libro Azul de 1888, es decir, en la primera etapa fundacional del modernismo. En este soneto, Darío apunta cierto sentido bíblico, que antes ya mencionamos, y que ha sido un tópico en referencia al ritmo y al tipo de verso usado por el poeta de Brooklyn.
Otro gran admirador de esta primera etapa es el peruano José Santos Chocano, que en palabras del crítico Fernando Alegría —el primero en hacer un acercamiento, atinado y fino, de la influencia de Whitman en América Latina, en un texto de 1944—, fue «devastadora» por la hueca utilización de una forma sin fondo. Es decir, son los poetas modernistas los primeros en expandir la figura del poeta. Aquí surge un problema que ya es apuntado por Alegría. Para él, «los modernistas nunca penetraron realmente la esencia de las palabras de Whitman. Estaban a enorme distancia de él; ellos todavía saboreaban la atmósfera equívoca de un exotismo aprendido en los simbolistas franceses, quienes, entre paréntesis, lo habían digerido hacía tiempo. La democracia, la revolución, las masas, la lucha por construir un mundo nuevo y saludable por encima de las cenizas del liberalismo decadente del siglo XIX y la pestilencia del mal du siécle, no eran elementos para una poesía que se alimentaba de duquesas, Luises y alfombras orientales». Y menciona que el apego a Whitman es más bien sentimental y solo escuchaban el ruido de la corriente. Y esto puede tener su razón en vista de que, a excepción de Martí, los poetas y escritores apenas si hablaban el idioma inglés. El mismo Darío lo conocía superficialmente. Este es uno de los tipos de influencia que me parece importante resaltar, es decir, más allá de no entender o compartir ideas centrales de la poesía de Whitman, es muy poderosa la atracción que despertaba su imagen a finales del siglo XIX.
Aquí quisiera hacer una mención a un punto fundamental en el sentido de la posible influencia del poeta de Hojas hierba, y es el de la traducción. Los primeros lectores de Whitman lo conocen en traducciones al español que van apareciendo paulatinamente: hay noticias de algunos poemas traducidos por Balbino Dávalos, a raíz de la Segunda Conferencia Panamericana, llevada a cabo en 1901 en la Ciudad de México, y el crítico Enrico Mario Santí señala la existencia de una traducción al catalán de 24 poemas (Cebrià Montoliu, 1909). Pero la primera traducción al español en libro de Hojas de hierba es hecha por el poeta franco-uruguayo Álvaro Armando Vasseur, en 1912. Ahora, gracias a Alegría, se nos hace saber que Armando Vasseur se basaba, por lo menos en parte, en una traducción italiana, ya que, según él mismo confiesa, no asimilaba los sonidos ni el ritmo del inglés. Es decir, los primeros versos de Whitman que se difundieron por América Latina en forma de libro son producto de la traducción de una traducción en la cual el uruguayo también quitó versos completos, cambió hasta los títulos y, no menos importante, a veces alteró el género del objeto amoroso del poeta, al convertir una referencia masculina en una femenina. Pero aún se le reconoce el mérito de ser el primero en poner a disposición del lector hispanoamericano ese enorme libro. Uno de los puntos a resaltar es lo tardío de la traducción, es decir, ya pasada la época modernista.
Solo para culminar el tema de las traducciones de Whitman —en el que me falta sapiencia y conocimiento, y en que sí han profundizado especialistas—, el Ecuador tiene una importante presencia a través de Francisco Alexander, quien realiza la primera traducción completa de Hojas de hierba. Alexander había empezado a traducir a Whitman a finales de los años veinte, y por muchos años continuó esta labor (en el prólogo que realiza al libro, Alexander reconoce las traducciones realizadas por Vasseur, León Felipe y Concha Zardoya, aunque deja claro también sus problemas; hay que anotar que la edición de Alexander es de 1952, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana). El trabajo del ecuatoriano será reconocido tardíamente como una de las mejores traducciones al español. La edición volvió a ser publicada en gran formato, hace un par de años, por la editorial Visor Libros.
Volviendo al tema, nos ubicamos en la vanguardia latinoamericana en donde sus referentes poéticos e influencias notables no será Whitman o la poesía norteamericana sino la poesía francesa, sea a través del dadaísmo, surrealismo o aún del futurismo italiano. La idea de la Democracia, una de las obsesiones de nuestro poeta, no interesa demasiado a los poetas educados en Francia, que se relacionaban con Breton o Eluard o Aragon, no demasiado afectos al espíritu estadounidense. Aún así, la influencia de Whitman resuena en varios poetas. Creo que podemos rastrear elementos versales en el mismo Vicente Huidobro, o resonancias en el Neruda de los años 40, y en gran medida en la poesía de Pablo de Rokha. Un punto interesante que anota Alegría, que ha sido nuestro guía en este tema, es que la presencia de Whitman empieza a ser más notable con los poetas que se adscribieron a la República en la guerra civil española, sea debido a los internacionalistas que llegaron a ella, en especial los escritores norteamericanos; y también por el sentido de libertad y de humanismo en los que el poeta de Nueva York afincaba su visión lírica.
Son esos elementos de canto a sí mismo, a la naturaleza, a las ciudades, a la libertad los que podemos rastrear en nuestros poetas; puedo pensar en Ernesto Cardenal, en ciertos libros de Jorge Carrera Andrade, en Jorge Luis Borges (quien le dedica un temprano ensayo, en 1932, publicado en Discusión, y donde podemos ver su admiración por Whitman: «Vasta y casi inhumana fue la tarea, pero no fue menor la victoria»). Y aquí empieza la pérdida del rastro. No encuentro poetas que en la actualidad escriban bajo el peso o la luz de su influencia, pero en cambio sí encuentro lectores apasionados por él, y tal vez ese sea el mérito que todo escritor sueña, no tanto quien lo escribe sino quien lo lee, y en ese fin, como dice Borges, no ha sido menor la victoria de Whitman.