Carla Badillo Coronado: «enferma de tanta luz»

Entre las voces de la poesía (y la literatura en general) que se han dado en el país en la última década, al menos, un espacio bien propio es el que se ha ganado ya Carla Badillo Coronado, nacida en Quito pero nómada, inquieta, inclasificable. En su biografía se destaca el haber recibido el Premio Loewe de Poesía joven, en España, y haber sido publicada por Visor en ese país; o haber recibido una mención en el Premio «La Linares» de Novela Breve, en 2016, con Abierta sigue la noche. Pero su expresión artística se resiste a encasillarse, y Carla ha incursionado —siempre fusionando todo— en el periodismo, la traducción, la performance, la música… Como lo menciona, «ando creando más que nunca en múltiples direcciones, cruzando fronteras…»

¿Qué lecturas en tu primera juventud piensas que te marcaron el camino de la literatura?

Yo diría que las que vinieron a partir de los 19 años, cuando me di cuenta de que había todo un universo literario que hasta entonces me había perdido y comencé a devorarlo todo, obsesivamente (incluso dormía muy poco porque no hacía otra cosa que encerrarme a leer). En la universidad no estudié literatura y nunca asistí a ningún taller, así que mi formación fue netamente autodidacta: leyendo y descartando autores de forma intuitiva. Con el tiempo fui afilando mi propio criterio y de forma natural las grandes lecturas me direccionaron otros grandes nombres. Algunos títulos que me marcaron son El extranjero, de Albert Camus; Ficciones, de Borges; los diarios de Anaís Nïn, los poemas de Alejandra Pizarnik, César Vallejo y Rimbaud; y más tarde, La Metamorfosis, de Kafka, y Las bodas de Cadmo y Harmonía, de Roberto Calasso; así como el teatro de Artaud y Sarah Kane. Pero fue Camus quien me dio ese primer puñetazo en el cráneo.  

¿Cómo llegaste hasta la escritura de poesía?

Creo que fue movida inconscientemente por la música. Yo empecé a escribir diarios desde niña y allí constan algunos poemas que nacieron con la intención de ser canciones, por lo que fue la música la que me impuso naturalmente ese ritmo hacia lo desconocido, hacia lo que no sabía nombrar. Pero si tengo que situar un momento en el que empecé a escribir, conscientemente, fue a los 19, cuando me di cuenta de que era eso lo que quería para toda la vida. Ahora tengo 33 años y sigo creyendo lo mismo. No tengo opción, tampoco quiero. Nunca he entendido aquellos poetas que dicen «me retiro de la poesía», como si la poesía fuese una alternativa. Para mí es un hábitat y una trinchera —sobre todo frente a mí misma—. A la poesía no se la «escoge», es ella quien te agarra y tú solo sabes que estarás jodida hasta el fin de tus días, y está bien que así sea; como digo en un poema, «la poesía no se cura / me alegra estar enferma de tanta luz».   

El cine y la música juegan papeles importantes en tu obra poética. ¿Cómo concibes (o vives) los diálogos entre distintas formas de expresión artística?

Es muy cierto, la ligazón entre mi escritura con el cine y la música es casi simbiótica. Ese diálogo me resulta muy natural ya que ambos —sobre todo la música— son parte de mi día a día y, en ese sentido, la exploración y los descubrimientos son inacabables. Cuando escribo, más allá de las referencias directas que pueda tener (en el caso de El color de la granada hice una traducción libre de la película de Sergei Paradjanov), siempre suelo leer en voz alta porque a fin de cuentas es la música de las frases la que me dice si algo choca o falta o sobra. Por lo demás, creo plenamente en dos frases escritas por Artaud y Bradbury, respectivamente; la primera: «Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al margen de la vida»; y la segunda: «El arte existe para que la realidad no nos mate». Ambas son para mí una declaración de principios; las dos encierran, en gran medida, el sentido de mi vida. 

¿Y de qué forma se conjugan, actualmente, en tu proceso creativo?

Ando creando más que nunca en múltiples direcciones, cruzando fronteras —físicas y simbólicas—, que es a lo que en realidad me dedico. Uno de los proyectos a los que más me he entregado es a METAMORPHOSIS, un proyecto de música experimental que tengo junto a mi compañero, Nuno Afonso, aquí en Lisboa, y que se basa fuertemente en la improvisación, para lo cual usamos una serie de instrumentos análogos y electrónicos; otro viaje fascinante donde he aprendido a conocer mejor las posibilidades de mi voz; pero también del ruido, del silencio, básicamente jugando. Y otro proyecto en solitario con el nombre de Durga Black, donde hago hip hop, spoken word, y collages sonoros. Hace poco presenté mi primera performance en solitario, titulada HERE (como el tatuaje que llevo en la mano), y a la que pienso desarrollar a futuro. Mi vida es un acto creativo permanente, por eso me sobrevivo.

Eres una viajera por vocación. Desde tu experiencia, ¿qué se gana y qué se pierde al mudarse de país?

En mi caso siempre tuve el ímpetu de salir, de conocer el mundo, con todo lo que eso implica. Hace poco publiqué en esta misma revista Rocinante una crónica titulada: «La Maldición de Ulises: mujeres y literatura de viajes», donde al final explicaba esa hambre voraz de explorar lugares lejanos y culturas distintas. Creo que solo si salimos de nuestro metro cuadrado podemos entender que aquí o en la otra punta del mundo, más allá de nuestra diferencias culturales, somos humanos con las mismas carencias, deseos y necesidades. Romper prejuicios es una de las grandes virtudes de viajar. Desde luego, hay cosas irremplazables: la familia, los amigos, la comida, las montañas, ¡el cielo de Quito que tanto extraño! Pero nada se compara con la satisfacción de seguir mi camino, usando siempre la intuición como brújula. Ser migrante es tener conciencia de que, a fin de cuentas, mi cuerpo es mi casa. 

Las crónicas que publicas en distintos medios son apreciadas entre los lectores. ¿Cómo definirías tú a ese género de escritura, tan extendido en nuestros días?

Gracias por tu apreciación. Dentro del periodismo, la crónica es el género que más me gusta, precisamente porque cada artículo es un desafío. La crónica se ocupa de muchos detalles que para la noticia —cuya naturaleza es la inmediatez— se los descarta. A mí me interesa ver —y contar— desde la mayoría de aristas posibles; y al ser la literatura parte de mi vida, me encanta poder desarrollar en mis crónicas recursos que usaría, por ejemplo, en un ensayo híbrido o en una novela, pero sin transar con la verdad (aunque en el fondo toda mirada sea subjetiva). En todo caso, soy muy obsesiva con mis textos, e intento dar la mayor cantidad de recursos al lector, sin dejar de usar un lenguaje sencillo, no por ello menos profundo. Con la crónica me interesa descubrir otras formas de habitar el mundo. 

En 2016 recibiste una mención en el Premio La Linares de Novela Breve, con Abierta sigue la noche. ¿Cómo llegaste a la escritura de novela?

En 2015 había renunciado a mi trabajo para dedicarme a escribir mi primera novela (que se supone sería otra), pero en medio de ello tuve un colapso emocional muy fuerte que me llevó incluso al psiquiatra. Fue un periodo muy duro, sentía literalmente terror de morir en cualquier momento porque mi cerebro no descansaba. Tenía un cuadro de insomnio severo y, en gran medida, esa fue la raíz de este libro. Entonces me volqué de lleno, una vez más, en la escritura, y decidí dejar las pastillas de un día para otro. Abierta sigue la noche fue, básicamente, el resultado de tres meses intensos de escritura, por eso es breve, intensa, extraña en su estructura, fragmentada, poética, sin una división convencional de capítulos. Y si bien le inyecté sensaciones que iba filtrando de la realidad, el libro es un trabajo ficcional que me permitió abrir otras puertas de mi imaginación. Ahora estoy muy contenta porque una editorial independiente la va a publicar en España. 

También has recibido otros premios y reconocimientos importantes. ¿Cómo los has asimilado, conforme ocurrieron, siendo tan joven?

Han sido importantes en tanto que me dieron la posibilidad de publicar; pero siempre los he visto como una consecuencia, jamás como un fin. Fui la primera mujer en ganar el César Dávila Andrade —y la más joven hasta entonces—, en medio de un panorama tan hostil y saturado de machitos que se daban de bukowskis y se autoproclamaban (¿aún lo hacen?) los poetas más importantes del Ecuador, cuando a esas alturas nadie sabía que yo escribía. Ahora bien, los pies en la tierra. El verdadero mérito es que los libros se defiendan solos. Uno pasa, los libros quedan (aunque también ellos serán polvo algún día).

En el caso de El color de la granada, tu manuscrito ganó el Premio Loewe a la Creación Joven entre 800 poemarios; fue la primera vez que Ecuador figuró en este reconocimiento, uno de los más importantes en lengua española. 

Así es, por eso ese premio se lo dediqué a los migrantes ecuatorianos y mi discurso de aceptación fue un claro rechazo a todo tipo de racismo, exclusión o xenofobia. El libro fue presentado por Chantal Maillard, una de las poetas y filósofas contemporáneas que más admiro. Ella misma reconoció haber hecho una excepción, pues no suele aparecer en ese tipo de actos, ya que el libro lo merecía. Mentiría si dijera que eso no fue un honor. Pero como dije antes, los pies en la tierra. Pasados tres años, yo sigo en las calles y entre mis libros, y puedo mirar de frente a cualquiera porque a mí nadie me ha regalado nada; cada libro lo he trabajo con la vida, literalmente, y a un paso de tortuga porque aunque esté creando todo el tiempo, vorazmente, es mucho más lo que guardo que lo que publico. El oficio de la escritura requiere empezar constantemente desde cero. Y jamás he tenido prisa; al menos en eso no.

La Autora

Carla Badillo Coronado (Quito, 1985) poeta, escritora, periodista y traductora autodidacta, radicada en Lisboa. Ha publicado los poemarios Belongings / Pertenencias (2009), Partituras Incompletas (apuntes de música y otras obsesiones) (2013), y El color de la granada (2016). En ficción ha publicado la novela breve Abierta sigue la noche, difundida por la Campaña Nacional de Lectura Eugenio Espejo (2016). Mantiene una librería en Saturno, al resguardo de SUN RA, músico de free jazz y profeta del afro-futurismo. Fascinada por lo híbrido y lo fragmentario, se sumerge en diferentes ramas del arte, la traducción y las experiencias de viajes. No obstante, es en la exploración de la música, la improvisación y la performance donde encuentra la posibilidad más genuina de rebelarse contra la tiranía de su propia mente.


TOMADO DE:

Revista Rocinante

#127

Mayo 2019

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