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En junio de 2007, en una entrevista para Televisión Nacional de Chile, le preguntaron a Pascal Quignard por qué había dejado su labor como editor en Gallimard, a lo cual contestó: “Leer, para mí, es abandonarse completamente al otro; en cambio, juzgar es mantenerse en el mundo social”. Dicha respuesta vale para su retiro del trabajo editorial, pero consigna también su decisión de dedicarse a leer y escribir como lee y escribe y su determinación de leer y escribir sobre lo que lee y escribe. De lo que Quignard se ha apartado desde hace tiempo no es de la lectura de los autores a los que antes editaba, sino del dictamen o del juicio convencional urgido de contexto, de esa versión del logos que es la del habla, la que discurre en la secuencia demandada por la gregariedad.
Dejó la labor editorial como Monsieur de Sainte Colombe –el músico que inspiró su novela Todas las mañanas del mundo– huyó de todo lo vinculado a la corte en el siglo XVII francés. O como lo hizo el reverendo Simeon Peasey Cheaney –en su novela En ese jardín que amábamos–, cuando al recibir un nuevo rechazo editorial a su manuscrito Wood notes wild, notations of bird music, se preguntó frente a su hija Rosemund: “No lo comprendo. Es el viento, son los pájaros, son los arroyos, son las gotas de lluvia en los árboles lo que están rechazando”. ¿Y entonces qué es lo que busca Quignard? Busca perder el miedo al secreto de cierto fundamento de la existencia velado por el mundo del sentido, acercarse a él como el Butes de Apolonio que, a diferencia de Odiseo, sucumbe a la fascinación, deja de ser animal de lenguaje, salta al agua: “Me aproximo al secreto. ¿Qué es la música originaria? El deseo de arrojarse al agua”.
Acaso su (des)propósito se encuentre resumido en el apartado XLVI de sus Pequeños tratados: “Se precisa una casa en el universo que albergue los desechos sobrantes que los géneros literarios, los cursos, los discursos, los diarios, los ensayos, los sermones abandonan tras de sí como cosas inferiores o sucias”. Un sendero que ha empezado a desbrozar con Pequeños tratados y El último reino, obra monumental de once volúmenes (hasta hoy), escrita en varios géneros puestos al servicio de una literatura develada. Lo que supone una disposición a la libertad de la experiencia, la que está detrás del habla, de la lengua que compromete, e implica un compromiso con el silencio.
Un compromiso por doble partida. Primero, con el silencio que nos abriga antes del nacimiento, en la gestación, y que nos aguarda al final de la vida. El silencio como origen y fin, como océano que rodea los continentes de la vida y el lenguaje. La búsqueda de esa “belleza atroz” que no por arcaica es primitiva. O mejor: que es arcaica, primitiva si se quiere, pero actual, que está presente ahora como en los primeros tiempos y ante la cual somos, cada vez más, indiferentes; la búsqueda de aquello con lo cual somos incapaces de tratar, de lo inadvertido: la onda cuántica velada por las partículas del lenguaje, la política, la religión y la norma. Así lo escribe en el tratado XXXIX: “El lenguaje es para la familia, o para la sociedad, o para la ciudad. El sexo y la muerte –que son los dos otros dones que la vida nos concede– deben preservarse del contacto con el lenguaje. La pasión y el goce reposan sobre la exclusividad y el respeto del silencio”.
Pero hay otro silencio al que entregarse, otro que hay que cultivar: el de la lectura. No podemos sustraernos de la lengua, y de ahí el libro: “ese pedazo de silencio en manos del lector”. De ahí la lectura que es lengua puesta en silencio. Una práctica sin condicionamiento, un desacondicionamiento del mundo atrapado por la lengua, en la lengua. Por eso dice en el tratado XXV: “El lector silencioso, inmóvil, que lee para sí, hacia el autos –lector autositos, parasitos del autos–, esta es la caricatura teatral del intelectual. Un viejo loco. Un misántropo. El lector silencioso es un ser cuya mirada no se vuelve hacia la ciudad, cuya voz no se dirige claramente hacia la asamblea de los iguales. Este ser es un ‘individuo’, pero la palabra es incomprensible en lengua griega. Es un antipolítico. Un apolitikos”.
Proviniendo de una familia de músicos, Quignard escribió un libro llamado El odio a la música. Sin embargo, como George Steiner (al que refiere en el segundo tomo de Pequeños tratados), lo que le repele es la invasión sonora, la repetición de la música incesante, omnipresente, la “tiranía sonora” que impide la “emoción de la música”. Con lo cual podemos entender su remisión al polímata extraterritorial, al compartir la idea del esfuerzo por conquistar la “furiosa soledad” requerida para la lectura en silencio o la escucha emocionada de la música:
George Steiner describió ese retiro, ese silencio, esa vida privada, ese ocio, ese ligero aburrimiento, esa abstracción, esa penosa, complicada, escrupulosa, refinada, angustiada “individualización” o “verbalización” de la “conciencia humana”. Decía que esta separación arisca y recelosa del grupo social, esta angustia, este esfuerzo, esta soledad ya no tentaban. Exigían una especie de valor. Se inspiraban en un sacrificio que se había vuelto doloroso y extraño. Están prometidos al olvido.
Otra cosa es que, a diferencia de Steiner, Quignard no procure la entrada en sentido, sino el encuentro con la “transparencia inatravesable” de algo que, como la música, significa todo y nada: “La música atrae al cuerpo como su condición vital primitiva”, dice en algún pasaje de su Butes. Esa transparencia ha estado ahí y nos ha acompañado siempre, aunque, y en esto no hay paradoja, la obra de Pascal Quignard es la prueba de que vale la pena esa travesía por lo inatravesable. Sí, esa andadura de “errantes sentados” es la suya y es la de los lectores en los cuales ha inspirado ya nuevas escrituras, es el caso de Sergio Raúl Arroyo en su poema llamado simplemente “Pascal Quignard”:
hay una imagen
en la cavidad cefálica que gesta
la cueva uterina de mi sueño
allí está el inmenso fantasma
que escapa al pájaro y viaja
hacia la noche adherida a las paredes.
Subrayados
De Butes
“La música órfica al igual que el pensamiento filosófico tienen miedo.
La alta mar no les va. Tienen miedo de perderse, de zambullirse, de abandonar el grupo, de morir. De modo parecido, el psicoanalista y el analizado, con los brazos y las piernas inmovilizados, uno en su sillón, el otro sobre su lecho de dolor, escuchan, hablan, no saltan fuera del grupo, no saltan fuera del lenguaje. No abandonan el navío.”
“Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa.”
De En ese jardín que amábamos
“Uno desea hondamente, largamente,
contemplar en paz, en sus rasgos, el rostro interior que yace en lo profundo de uno mismo.”
“¡La sombría felicidad de revivir todo,
paso a paso, lo que vivimos hace mucho tiempo, codo a codo,
la vida cotidiana, humilde, impúdica, conmovedora!
A veces los recuerdos interrumpen la memoria.”
De Morir por pensar
“La mente es una carne viva que persiste en vivir de sus muertos.”
“El pensamiento busca en el vacío con la lengua misma que se busca, volviéndose sobre sí misma, vacía de todo contenido.”
“Quien piensa traiciona. Su curiosidad se desolidariza de los demás miembros del grupo. Y lo que surge como contenido en su pensamiento puede ser radicalmente asocial.”
“¡Escuchen a las personas que suspiran! Suspirar es apagar una vela en el fondo del alma.”
De Albucius
“A veces la humanidad conoce la felicidad de no ser salvada.”
“Un jardín no es un lenguaje. El canto de un pájaro no es música. En la tristeza, los mirlos recobran un canto tan limitado como puro.”
“El lenguaje nos priva de todo, dándonos todas las cosas del mundo.”
“Un hombre se cree privilegiado por la suerte: cree que el azar lo habría elegido frente a los demás en el caos de las cosas, del tiempo. Se cree un ser al que milagrosamente el azar protegería del azar.”
De Las lágrimas
“¿Qué es la felicidad, si no hundirse? No hay alegría donde no se encuentre una huella de imprevisible desvanecimiento.”
“Pero es verdad que escribir no consiste en levantar la mano hacia el cielo.
Escribir no consiste para nada en bendecir.
Escribir es bajar la mano al suelo o a la piedra, o al plomo, o a la piel, o a la página, y es anotar el mal.”
De Pequeños tratados I
“La amistad –más o menos como el odio- es una imantación que atrae hacia lo que se ignora.”
“Nunca le hago preguntas al silencio. No se interroga con palabras a lo otro del lenguaje.”
“El libro es un pedazo de silencio en las manos del lector. Quien escribe calla. Quien lee no rompe el silencio.”
“Piensa: amuebla febrilmente un pequeño territorio de la nada.”
“El hecho de escribir consiste a la vez en una fragmentación, una ruina irreversible y una selección inacabable de la palabra.”
“De todos los sonidos del mundo, los sonidos más fútiles son los de las lenguas. Y son también los más perniciosos: hacen creer que van a dar sentido al mundo.”
De Pequeños tratados II
“Muy pocas civilizaciones conocieron lo escrito. Muy pocos hombres leyeron. Una conducta que en un mundo sagrado parece nueva y profana, y en un mundo profano, sagrada.”
“El libro es la leña de la mañana.
La lectura el incendio.”
“Ven leer en silencio a Ambrosio y se sientan y permanecen mirándolo sin hacer nada. Vienen de toda la ciudad y de las campiñas que rodean Milán para “escuchar” el silencio del consejero imperial que lee.”
“El lector descubre lo que él mismo es y lo que no es al revivir una vida que no ha vivido.”
“Quien lee corre el riesgo de perder el poco control que ejerce sobre sí mismo. Se deja dominar totalmente durante el tiempo de su lectura, al límite de la pérdida de identidad, corre el riesgo de desaparecer. Presta su alma y su cuerpo.”
“La lectura sirve para transformar la soledad en una comunidad desprovista de “sí”.” ~
A finales de septiembre de este año, en Canfranc, en los Pirineos de Aragón, Pascal Quignard recibirá el Premio Formentor de las Letras 2023.
TOMADO DE: https://letraslibres.com/literatura/ronaldo-gonzalez-invitacion-pascal-quignard/