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Marcos Giralt Torrente toma un tren rumbo a Vigo, ciudad que acoge, en su Museo de Arte Contemporáneo, una amplia exposición dedicada a su padre, Juan Giralt, comisariada por el propio escritor, inaugurada el 22 de septiembre. Todo aquel que disfruta con la pluma de Giralt Torrente sabe el papel tan destacado que el pintor, uno de los principales representantes de la nueva figuración madrileña, tiene en la producción escrita de su hijo. Tiempo de vida (2010) supuso un terremoto en el panorama de la literatura hispánica, un texto en el que el autor reconstruía la relación con su padre, en un retrato bellísimo en el que no dejaba fuera los claroscuros y que recibió un aplauso unánime por la singularidad de la propuesta autobiográfica. Además, no tardó en convertirse en referencia de la literatura sobre el duelo, corriente que parece aún seguir al alza: “La proliferación de esa literatura autobiográfica y, dentro de esta, la del duelo, está ligada al espíritu de los tiempos. La literatura, el arte, no cambian en sus temas, cambian en el ángulo desde el que se interpretan, y ese ángulo nos lo da las circunstancias concretas de cada tiempo concreto”, comenta.
El paso del tiempo, el peso de la muerte o la memoria son temáticas recurrentes en la producción literaria de Giralt Torrente, y sobre ellas también reflexiona en el reciente Algún día seré recuerdo (Anagrama, 2023) –como ya evidencia el título elegido–, un conjunto de textos que configuran un mosaico lúcido y misceláneo en el que el escritor no tiene reparos en desnudarse y donde también diserta sobre cuestiones que afectan a la profesión por la que ha optado: sobre cómo ha de narrarse el recuerdo familiar, la importancia de detenerse en la relación cada vez más osmótica que mantienen realidad o ficción o, incluso, la cuestión del legado.
A lo largo de su trayectoria el madrileño siempre ha sabido conjugar la mirada hacia el pasado y el diálogo con los tiempos presentes, pero en este compendio –y he aquí una gran singularidad de la elección narrativa–, se cuela el futuro: su hijo entra en escena en los últimos capítulos, y la paternidad asume el mando, plasmándose páginas bellísimas que permanecerán, con algunas frases de gran potencia: “Fabrico recuerdos futuros, y no solo pretendo que me favorezcan: también quiero que, si no totalmente ejemplares, por lo menos no pueda inferirse de ellos una enseñanza negativa”, escribe en la pieza que da título al volumen.
Los artículos, columnas o conferencias incluidas en el libro, de variable formato y aparecidos originalmente en diferentes publicaciones, conectan bien entre sí pese a no seguirse ningún orden cronológico. Se denota cómo el dolor por la pérdida de los seres queridos se atenúa conforme entra en escena el hijo, capaz de traer consigo un torbellino de felicidad a su realidad. El hecho de que no entren en conflicto las narraciones también radica, quizás, en la necesidad de asumir aquella enseñanza que deja el título respecto al inexorable paso del tiempo: incluso el futuro, aquello que aún no ha llegado, algún día se convertirá en recuerdo. Y el propio autor también lo será. Se vislumbra por ello en muchas páginas, por citar a Paul Ricoeur, cierta responsabilidad: “Si hemos de aprender del futuro es al precio de escribir el pasado”.
El próximo año se cumple un cuarto de siglo de la aparición de París (1999), premiada novela con la que el por entonces treintañero empezó a ganarse un justo hueco en las letras nacionales. Ya en estos primerizos escritos se denotaba la importancia central que concede a lo mnemónico en su trabajo: “Los seres humanos somos sujetos de memoria. Nuestra identidad, ese cuento supuestamente coherente que nos contamos acerca de nosotros mismos, se sustenta, más que nada, sobre la memoria. A poco que profundicemos cualquiera de esos grandes temas sobre los que gira la reflexión artística nos remite a la memoria, y yo no he sido una excepción”, nos reconoce Giralt Torrente.
No obstante, el propio escritor es consciente de que la memoria no es muy fiable, y que la imaginación se cuela de forma inequívoca en el acto de rememoración. La memoria es lo que media entre el tiempo vivido y las configuraciones narrativas, y en las páginas se denota esa máxima aristotélica de que con el recuerdo no solo se experimenta el carácter pretérito de las cosas, sino el propio tiempo. Son muy interesantes los textos incluidos que dedica a figuras como su tía Carmen, pero también aquellos en los que analiza alguna obra de pintores como Kurt Schwitters; o en los que rememora a escritores como Jorge Berlanga o Sergio Pitol, entre tantos otros. Si bien, también en este cóctel se cuela lo más personal respecto al acto creativo. En “El novelista y su circunstancia” repasa una obra menos conocida de su abuelo, aparecida en 1943 y escrita cuando Gonzalo Torrente Ballester militaba en Falange, y que fue secuestrada por la censura franquista al poco de ser publicada.
No siempre es sencillo desligar, por lo tanto, lo personal de lo social, al igual que tampoco lo es descifrar las complejas relaciones que pueden mantener realidad y ficción. He ahí la cita a Javier Cercas y su noción de “relato real”, la imposibilidad de transcribir verbalmente la realidad sin traicionarla. Así, no extraña que en Algún día seré recuerdo se refieran la Autoficción o la Metaficción, artificios a los que la teoría de la literatura contemporánea ha dedicado mucha atención en los últimos tiempos, dado el empleo repetido de estos mecanismos por parte de numerosos creadores. De lo original se ha podido pasar a la moda, y por ello le preguntamos a Giralt Torrente: “La ficción (si existe) siempre ha necesitado del recurso de hacerse pasar por real. Las primeras novelas eran falsas biografías o falsas autobiografías. Y el juego metaficcional alrededor de ello ya está en el Quijote”. Es interesante que el recién publicado libro se cierre con la conferencia “Hacer real lo real”, donde diserta sobre estas cuestiones y expone que en estos tiempos de mayor subjetividad en las relaciones entre historia y literatura –por decirlo con Ivan Jablonka– donde el “yo” entra de forma desacomplejada en el relato, gran parte de la narrativa contemporánea disuelve la separación entre realidad y ficción.
En el particular viaje órfico que desempeña Giralt Torrente en su último libro, donde el recuerdo es la particular Eurídice, tiene un hueco privilegiado Javier Marías. El 20 de septiembre se cumplió un año del fallecimiento de uno de los grandes en las letras universales de las últimas décadas. En la breve pieza “Javier” lo define como un amigo fuera de lo común, “un protector”, y evoca lo importante que llegó a ser en su suerte literaria, aunque no todo fue fácil: cuando el divorcio entre Herralde y Marías se hizo público, el autor de Negra espalda del tiempo (1998) recomendó al joven Marcos que abandonase Anagrama, y este no le hizo caso, por lo que el padrinazgo se acabó, aunque no la amistad.
Dado el poder que el recuerdo tiene en el último volumen de Giralt Torrente, le preguntamos qué obra del inolvidable Marías resistirá mejor el paso del tiempo: “No tengo ni idea de qué novela de Javier perdurará. Ni siquiera puedo estar seguro de que perdure alguna. Es triste, pero la literatura cada vez cuenta menos, y desde luego el ruido y la furia de la sociedad contemporánea nos impide, como nunca antes, asegurar ninguna plaza a nadie”. No obstante, sí puede señalar la obra más influyente en su quehacer, Todas las almas (1989): “En esta se inventa ese narrador ambiguo, meditativo y dubitativo que trasladaría con diferentes ropajes al resto de su novelística, y también ensaya una estructura narrativa de la que se serviría en sus novelas más conocidas y, sin embargo, tiene una ventaja frente a ‘Marías’ más tardíos, que a mi modo de ver amanera en exceso su lenguaje: la prosa es más nítida”, concluye.
TOMADO DE: https://letraslibres.com/literatura/un-collage-de-recuerdos-para-alimentar-el-impulso-creativo/29/09/2023/