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El street art o arte callejero, que durante mucho tiempo se consideró una forma artística marginal, representa hoy una corriente importante, que democratiza el acceso al arte e induce nuevas dinámicas sociales y económicas en los ámbitos urbanos. En el centro de la isla de Djerba (Túnez), un centenar de artistas han ornado con 250 frescos el pueblo de Erriadh, que luego pasó a denominarse «Djerbahood». Un proyecto prometedor que se ramifica constantemente y que partió de una iniciativa del galerista franco-tunecino Mehdi Ben Cheikh.
Mehdi Ben Cheikh ** responde a las preguntas de Anissa Barrak***
¿Cómo se originó el proyecto Djarbahood y por qué se escogió a Erriadh para desarrollarlo?
En 2013, yo coordiné el proyecto «Tour Paris 13» que recibió mucha atención de los medios de comunicación. Este edificio del distrito 13 de la capital francesa había sido condenado a la demolición, que finalmente se realizó en abril de 2014. Pero, entretanto, un centenar de artistas de 18 países acudieron voluntariamente a transformarlo en una obra de arte colectiva. El grupo de maestros del arte callejero invadió las fachadas, las zonas comunes y 36 apartamentos. Sus obras, aunque efímeras, han quedado eternizadas en Internet (link is external) y están al alcance de un público inmenso en el mundo entero.
El éxito de ese proyecto me indujo a poner en marcha otro que yo acariciaba desde hacía algún tiempo: organizar un evento de arte callejero en Túnez, que hiciera que se hablara del país en términos positivos. Me pareció que el pueblo de Erriadh, en la isla de Djerba, era el lugar perfecto, por su luminosidad, la belleza de su arquitectura tradicional, la disposición de su tejido urbano en torno a una plaza central, su historia, la legendaria hospitalidad de sus vecinos… No olvidemos que si Djerba fuera, como se supone, la isla de los lotófagos de La Odisea de Homero, ¡Ulises sería el más famoso de sus visitantes!
Erriadh, que antes se llamaba Hara Essaghira, se encuentra cerca de la famosa sinagoga de la Ghriba, una de las más antiguas del mundo. La Ghriba, que ha sido un sitio de peregrinación tradicional del pueblo judío, fue construida por exiliados que huyeron de Jerusalén tras la destrucción del templo de Salomón por Nabucodonosor II, en el año 586 a.C. La población de Erriadh estaba compuesta principalmente de judíos y musulmanes que convivían en el lugar, como lo demuestran sus cinco sinagogas (dos de las cuales todavía están activas) y sus dos mezquitas. Pero, tras la emigración masiva de la población judía de la isla en el decenio de 1960, la modesta ciudad se sumió en un letargo y quedó al margen de la principal actividad económica de la isla, el turismo. ¡Y eso, a pesar de que está situada a seis minutos de un aeropuerto internacional!
¿Tropezó con dificultades para que la gente del lugar aceptara el proyecto?
Obtuve rápidamente el permiso de las autoridades nacionales para intervenir en el espacio público. Tras la revolución, el país se hallaba en una fase de transición, por todas partes las instancias municipales se habían disuelto y habían sido reemplazadas por comités provisionales, pero en Erriadh ni siquiera había uno de esos comités. Así, el proyecto se inició gracias a donativos de particulares. Con el apoyo de algunos propietarios de hoteles de Djerba, pude conseguir también un aporte económico del Ministerio de Turismo.
En cuanto a los vecinos, pues hubo que negociar con ellos, al principio… En realidad, no sabían qué íbamos a hacer con las superficies que les pertenecían. Les explicamos la idea, el procedimiento, y fueron sobre todo las mujeres las que convencieron a sus maridos para nos dejaran las manos libres. Una vez que vieron las primeras obras ejecutadas, los demás vecinos empezaron a pedirnos que decorásemos también sus casas.
De pronto, Erriadh despertó. Se ha convertido en un destino turístico por el que transitan miles de visitantes (¡y los taxistas estaban encantados!); se abrieron restaurantes y galerías de arte; el precio del metro cuadrado experimentó una fuerte subida… La vida de los vecinos ha cambiado radicalmente. Y eso es lo que más me importa.
Usted ha conseguido que acuda a la isla un centenar de artistas célebres. ¿Qué motivaciones han tenido para adherirse al proyecto?
Este proyecto tiene sentido. Eso es lo que les interesa a los artistas: crear y compartir su obra con el mayor número posible de personas. Los contratos que firmé con ellos trataban únicamente de los derechos de imagen. Nuestro objetivo es fomentar la notoriedad de los artistas, no ganar dinero directamente gracias a esos eventos. Y todos quedan satisfechos: los artistas, las autoridades, el público…
Los artistas representaban a 34 nacionalidades distintas y crearon 250 frescos. Trabajaron en grupos sucesivos, todas las semanas, durante tres meses. Disponían de gran libertad en lo tocante al contenido de sus obras. Por supuesto, todos éramos conscientes de que no había que escandalizar a los vecinos con imágenes de desnudos, por ejemplo. Era preciso respetar a la población y su cultura… Ese era en realidad el único límite. Cada artista interactuó con el entorno según su propia inspiración.
Tras esta experiencia, la función social del artista ha ganado prestigio en Djerba. Sus vecinos no solo comprendieron el interés que el arte tenía para ellos en el plano económico, sino también la esencia de la creación artística. Los habitantes conocieron a los artistas y establecieron vínculos estrechos con ellos. El artista dejó de ser visto como el loco del pueblo, el marginal, y empezó a ser considerado como un ser dotado de talento, capaz de crear un universo imaginario y que, al mismo tiempo, puede contribuir a una mejora concreta de la vida cotidiana.
Algunas personas tienden a pensar que el arte callejero solo puede triunfar en un país donde ya existe una dinámica cultural y artística, o sea, en un país de Occidente. La experiencia de Djerbahood ha demostrado lo contrario. Ha puesto de relieve que no todo ocurre en otras partes. Que cualquier lugar del mundo puede, en determinado momento, convertirse en capital del arte callejero, aunque esté situado en una isla remota.
¿Cómo han resistido las obras de Djerbahood al paso del tiempo, desde 2014?
Queda muy poco de ellas… La gran diferencia de temperatura entre el verano y el invierno, la humedad, la cal que cubre los muros, todo eso ha perjudicado la conservación de las obras.
En el nuevo proyecto que estoy coordinando en París, en abril de 2019, vamos a emplear materiales más resistentes (barniz marino) y la restauración está prevista en el pliego de condiciones del ayuntamiento. Es con ese ánimo con el que quisiera preservar el proyecto de Djerbahood, que este año entra en su segunda fase. Mi objetivo es convertir a Djerba en un inmenso laboratorio de arte callejero, a semejanza de Ibiza (España), que es la isla de la composición musical y la música electrónica.
¿Cómo puede definirse el arte callejero?
El street art o arte callejero es una apropiación del espacio urbano mediante una iniciativa artística de cualquier tipo. Este arte abarca tantos estilos y universos como artistas hay… va del graffiti a la figuración gestual o cromática, de la instalación de luz y sonido a la performance física… Los artistas juegan con la infraestructura urbana, la arquitectura, la luz y las sombras. ¡Los graffitis pueden ser de 70 centímetros de alto o de 70 metros! No importa el medio que se utilice, lo fundamental es invadir la calle.
Esta forma de expresión artística ha existido siempre, yo diría que desde la cueva de Lascaux, que data del Paleolítico. Pero hoy está en su apogeo, particularmente en América Latina, los Estados Unidos, Europa y el mundo árabe. El Seed, Shoof o KOOM, por solo citar a tres artistas de origen tunecino, han adquirido fama internacional y dan testimonio del dinamismo excepcional de esta modalidad artística que se propone tender puentes entre los pueblos.
El Seed (link is external), por ejemplo, que transformó la fisonomía de Keruán, sitio tunecino del Patrimonio Mundial, pinta sus caligrafitis en el mundo entero: Sudáfrica, Canadá, Corea del Sur, Dubai, Egipto, Estados Unidos, Francia… Hosni Hertelli, cuyo pseudónimo “Shoof” significa “mira” en árabe, ha resucitado también a su manera la caligrafía tradicional: a través de la pintura, sobre las antiguas fachadas tunecinas, pero también mediante la música y la luz. Su espectáculo White Spirit (link is external) sedujo a miles de espectadores en Francia y Australia. Mohamed Koumenji (KOOM), músico y calígrafo, conecta estas dos vertientes artísticas en sus obras plásticas y luminosas, inspirándose en la tradición sufí e incorporándole elementos de tecnología moderna. KOOM ha dado pruebas de su gran talento en la creación multidisciplinar titulada On the Roads of Arabia (link is external), organizada conjuntamente en noviembre de 2018 por la galería Itinerrance y el Louvre de Abu Dhabi.
¿Acaso el interés del arte callejero consiste en llevar el arte a la gente en vez de confinarlo en los lugares donde suele almacenarse?
El arte callejero no nació con la intención de llevar el arte al pueblo, pero, en realidad, eso es lo que hace. Como se practica en el espacio público, se oferta gratuitamente a la gente, a la vuelta de cualquier esquina… Es el movimiento artístico más democrático que existe y también el más coherente con su época: al reproducirse en Internet mediante fotos y vídeos realizados generalmente por los propios artistas, su notoriedad se basa en el reconocimiento del mayor número posible de espectadores por conducto de las redes sociales. Una vez que ha obtenido ese reconocimiento, el artista decide si expone en las galerías, que establecen el vínculo entre las obras de arte callejero y las que se muestran en los lugares específicamente dedicados al arte.
Por lo tanto, lo que se organiza es un sistema paralelo al del arte contemporáneo. Ya mencioné el proyecto que comienza en París en abril de 2019. Tiene por escenario el bulevar Vincent Auriol, donde estamos creando un auténtico museo de nuevo cuño. Un montaje en el que todo está muy pensado: la iluminación de proyectores alimentados por energía solar, el sonido, la preservación de las obras… El arte callejero no corteja a los museos para exponerse en ellos, sino que divierte a la ciudad, se genera a la vista del público, se relaciona con la población urbana, es accesible sin costo alguno…
¡Cualquiera puede llegar a ser un artista callejero! Pero, sin galeristas ni conservadores de museo, ¿no se corre el riesgo de que este arte pueda alterar algunos sitios del patrimonio cultural? Hace poco, varias cúpulas de Keruán fueron decoradas con pinturas.
Sin duda cabe interrogarse sobre el valor estético de algunas obras que surgen en el espacio público. ¡Pero también puede decirse que, en vez de cúpulas blancas, algunos de nuestros mausoleos exhiben ahora cúpulas multicolores! Incluso si la obra está más o menos bien hecha, creo que en algunos años terminaremos por lograr resultados interesantes: el arte callejero se renueva constantemente.
No hay que sentir miedo del arte. A veces hay intentos de hacer pasar por obras de arte determinadas creaciones que no merecen esa categoría, porque son piezas al servicio de ideologías abominables. Pero se trata de excepciones muy poco frecuentes. El arte nunca ha sido una amenaza para nadie, sino todo lo contrario. Estoy convencido de que el arte es el arma más eficaz contra el oscurantismo.
- Fuente: Correo de la UNESCO
Mehdi Ben Cheikh**
Profesor de artes plásticas, fundador en París de la galería Itinerrance. Ben Cheikh monta proyectos de arte callejero, a los que incorpora a artistas del mundo entero. Ha publicado dos obras que son el resultado de dos grandes proyectos de arte callejero, que coordinó en París y Erriadh: El evento Tour Paris 13 (2013) y Djerbahood, museo de arte callejero a cielo abierto (2014).
Anissa Barrak*** Experta en Comunicación, Medios y Cultura.