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Iván Rodrigo Mendizábal
En estos días de aceleración, de intensidad, de innovación tecnocientífica, la ciencia ficción cada vez más se hace actual. En los imaginarios populares prevalece la idea de que la ciencia ficción muestra y reflexiona los tiempos futuros, sean estos próximos o lejanos, anticipando el destino de la humanidad. Probablemente esto siga siendo así porque este género literario sigue apostando al futuro, a posibles futuros, o tantea con imaginar escenarios del tipo: qué pasaría si… o qué hubiera pasado si… Uno lleva a las utopías, las antiutopías o las distopías; el otro, a las ucronías. La presencia del futuro es siempre ineludible… Vivimos, por lo menos mucha gente, pendientes de lo que puede pasar si no inmediatamente, mañana y más allá de ese mañana.
La nueva novela de Leonardo Wild que publica la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, El robot del bicentenario es ciencia ficción ecuatoriana y también anticipación que parece muy próxima a nuestras existencias. Se trata de una pequeña novela que nos hará meditar, sin descontar el disfrute que los lectores tendrán cuando la empiecen a leer.
A propósito de esta novela conversé con Leonardo Wild en medio de los ajetreos cotidianos y el trabajo académico mío. El resultado es esto que los lectores podrán apreciar.
Para comenzar diré que forjamos con Leonardo una amistad alrededor de la ciencia ficción y la literatura. Y esto se dio como resultado de una investigación que, desde la crítica literaria, estaba realizando alrededor de la producción de ciencia ficción en el país, a sabiendas de que esta no figuraba en el canon. Como él, muchos escritores ecuatorianos aportaron para que se vaya construyendo una especie de historia y, al mismo tiempo, una corriente de la ciencia ficción. Desde ya diré que en Ecuador ya se escribía ciencia ficción desde el siglo XIX, siendo su iniciador Francisco Campos Coello y su obra La receta, novela fantástica. Así que la idea fue ir articulando el paso de la ciencia ficción hasta el siglo actual. Wild figuraba entre las generaciones de la renovación con una literatura anticipatoria de importancia.
Cuando lo conocí y cuando entablamos encuentros me topé con un hombre de ideas, de historias, investigador y lector, pero, sobre todo, innovador. Hoy, además de dedicarse a la literatura, tiene un emprendimiento novedoso con el agua. Pero si uno lee con más detalle sus obras, se puede dar cuenta de que entre las narraciones hay cuestiones relativas a la ciencia, a la innovación tecnológica, a datos reales sobre diversos tópicos. Entonces, nos hallamos ante un hombre con voluntad de comunicar, de decir lo que lee y le inquieta, lo que descubre y trata de sacarle el jugo. Recordemos tan solo sus obras. Él escribe ciencia ficción desde 1996. La primera, en alemán, Unemotion (1996), tuvo su reedición y actualización al castellano con el título de Yo artificial o el futuro de las emociones (2014); otras dentro del género son: Orquídea negra o el factor vida (1999) y Cotopaxi, alerta roja (2006) y algo que roza a la ciencia ficción, pero se sitúa en la literatura policial es El caso de los muertos de risa (2019). Le gusta el thriller y la literatura de aventuras como Oro en la selva (1996).[AC1] Desde ya digamos que el grueso de su obra va entre el thriller, la intriga, la acción o la aventura, el misterio… Y también ha escrito ensayo, aparte de los aparecidos en periódicos y revistas nacionales e internacionales, en libros como Ecología al rojo vivo (1997) y El dinero o la vida, una guía práctica para la alquimia monetaria (2018).
Entonces, ¿a quién tenemos como protagonista de este breve diálogo? Leonardo Wild, escritor norteamericano-ecuatoriano. Creo que más ecuatoriano, pese a sus ojos claros, su tez clara, su cabello castaño claro; y digo que más ecuatoriano, porque vive y ama todo lo que es Ecuador. Además, porque le ha dado un giro a la literatura ecuatoriana con sus trabajos. Un trasfondo que quizá vale la pena indagar más en su obra es lo concerniente a lo ecológico y lo medioambiental. En un encuentro internacional sobre ciencia ficción, sostuve que Leonardo Wild vendría a ser el primer ejemplo o quizá el iniciador del ecofuturismo.
Una vez que me pidió una lectura previa de El robot del bicentenario, al hojearla, me sentí entusiasmado. Y luego, cuando le dio la envoltura final, fruto también de otras consultas con otros escritores, hablamos. He aquí el resultado.
IRM: Coméntanos la génesis de El robot del bicentenario.
LW: De joven me gustaba leer ciencia ficción, y entre los relatos que más me impresionaron de esa época fue El hombre del bicentenario, de Isaac Asimov, ganador tanto del premio Nébula como del Hugo de ciencia ficción. Y también me encantaba mucho la serie del hombre biónico. Por mi cabeza siempre rondó la pregunta de ¿hasta dónde vamos a llegar a reemplazar nuestros órganos y seguir siendo humanos?
IRM: ¿Qué preocupaciones actuales están presentes en la novela?
LW: El robot del bicentenario es una obra que ocupa el espacio ficticio futurista de mi serie «El futuro de las emociones», cuyo primer libro fue publicado en castellano por Edinun en 2013, Yo artificial o el futuro de las emociones (y traducido al alemán y publicado por Carlsen Verlag en 1996). Es un futuro que en aquella época era en su mayoría ciencia ficción pero que ya está aquí: reemplazo de órganos, generación de órganos y partes humanas artificiales, el desarrollo espacial privado con miras a la minería espacial y a las estaciones espaciales, sumado a un corporativismo globalista que trata de explotar al ser humano con poca consideración de los peligros de una Inteligencia Artificial General (diferente a la Inteligencia Artificial Especializada). Estos son los temas que atraviesan El robot del bicentenario, donde la pregunta de qué nos hace humanos está en el centro de todo. Si reemplazo un corazón orgánico por uno enteramente artificial, ¿todavía se puede amar? ¿Es nuestro cuerpo lo que nos define como humanos? ¿Dejamos de ser humanos si mutamos debido al ambiente de microgravedad en el espacio? Estos temas están «puestos en escena» en este relato sobre un personaje que tuvo la mala suerte de que su madre lo odiara inclusive antes de nacer simplemente porque iba ser niño, y no niña.
IRM: Cuéntanos cómo llegaste a la ciencia ficción, cuáles fueron tus inspiraciones, autores…
LW: Yo leía de todo cuando era niño y adolescente. Leía lo que se me viniera en manos sin perjuicio de que sea «buena literatura» o no. Leía Charles Dickens y Walter Scott, leía Karl May y J.R.R. Tolkien, leía las noveletas de M.L. Estefanía del llamado «salvaje oeste», y leía Jack London. No se diga Zane Gray, Louis L’Amour, Alejandro Dumas, inclusive noveletas de ciencia ficción de 95 páginas (pésima ciencia ficción) de Bruguera. Luego re-descubrí a Isaac Asimov, cuyo primer libro, Viaje alucinante, me lo leyó mi padre frente a la chimenea cuando apenas tenía yo unos 7 años. Según la descripción actual del libro en Amazon:
Un eminente sabio, víctima de un intento de asesinato, yace en estado comatoso a causa de un coágulo cerebral. En su mente lleva un secreto de extraordinaria importancia para la supervivencia del mundo libre. Una operación significaría su muerte. Entonces, un grupo de sabios resuelve miniaturizar a un equipo de médicos y técnicos, con todos sus aparatos, e inyectarlo en el sistema circulatorio del enfermo… Próxima parada: el cerebro.
Luego de leer las baratijas de ciencia ficción entre los bolsilibros Bruguera, Asimov fue una revelación que me llevó a devorar a los clásicos de la ciencia ficción, especialmente la americana, lista demasiado larga para esta entrevista pero que incluye a Ray Bradbury, Robert Silverberg, Frank Herbert, Arthur C. Clarke, Úrsula K. Le Guin, H.G. Wells, Phillip K. Dick, Julio Verne, Robert A. Heinlein, Edward Rice Burroughs, George Orwell, Aldous Huxley, Stanislaw Lem, entre tantos otros.
Durante algunos años hice una lista de los libros leídos, y tuve una época en la que conté más de 180 libros leídos por año. No solo de ciencia ficción, por supuesto, sino inclusive ensayos sobre física cuántica, neurobiología, desarrollo espacial, astrofísica, etc.
IRM: Sabemos que escribes desde muy joven: ¿qué temas son los que más te han identificado?
LW: Hay épocas en las que me interesaron mucho los temas del salvaje oeste americano, seguido por la ciencia ficción de todo tipo (porque en la ciencia ficción existe una tremenda diversidad de temas), pero también clásicos como Walter Scott, Alejandro Dumas, Charles Dickens, Victor Hugo, Robert Louis Stevenson, Jack London, Rudyard Kipling, Ernest Hemingway, Joseph Conrad, Herman Melville, Truman Capote, es decir, no tenía un tema específico, sino que leía porque me encantaba leer.
Sin embargo, muchos de estos eran libros de aventuras, por lo que incursioné también en ese ámbito (con una novela en castellano, Oro en la selva). Resulta que, si miro hacia atrás, veo que la ecología siempre estuvo en cierto modo presente en mis pensamientos, así como el desarrollo de lo que nos hace seres humanos. Me gusta la ciencia, pero soy crítico de la misma, me gusta la tecnología, pero veo los peligros que esta nos trae. No me considero un buen escritor de cuentos porque los temas que me preocupan son de un lienzo más grande, amplio, y a su vez profundo, temas que expreso en mis novelas y ensayos. Inclusive el tema de cómo escribir y armar relatos.
IRM: Te has especializado también en el thriller, ¿en qué se diferencia de la ciencia ficción? ¿O aporta a esta?
LW: Cada categoría literaria es como una lupa que enfoca en algo específico y puntual. La ciencia ficción debe tener una extrapolación científica (puede ser ciencia ficción dura, sobre ciencias duras como física newtoniana, suave, sobre las tal-llamadas «ciencias suaves» como la antropología o la biología, y la ciencia ficción social, como Un mundo feliz de Huxley, y 1984 de George Orwell). La pregunta central, «Qué pasaría si …» en relación con la ciencia y su prima-hermana la tecnología, es lo que convierte un relato en ciencia ficción.
En caso del thriller, esta categoría muy poco explorada en Ecuador, es un primo-hermano del suspenso, y de la novela criminal (o policial). Al contrario de las novelas policiales, donde luego de un crimen inicial la trama gira alrededor de cómo el protagonista (quien representa la ley, en cierto modo), descubre, atrapa o permite que se sentencie al antagonista (al criminal) por su transgresión social, en el thriller un evento inicial de transgresión o peligro para la sociedad permite dilucidar un potencial peligro aún mayor, donde las víctimas, al contrario de una novela policial, podrían llegar a ser muchas.
Así como ocurre en la ciencia ficción, el thriller tiene un sinnúmero de sub-géneros. Desde las tramas apocalípticas (que contemplan posibilidades tecnológicas o científicas existentes ya, como los virus o catástrofes naturales: Cotopaxi Alerta Roja), hasta las tramas tecno-políticas militares (guerra o cómo evitarlas, catástrofes termo-nucleares), tramas legales (donde las víctimas de transgresiones deben legalmente comprobar y juzgar a empresas tabacaleras que están matando a miles de personas de cáncer), tramas médicas (lo mismo que lo anterior pero aplicado al mundo médico-farmacéutico), tramas de espionaje (ya sea político o industrial), entre tantas otras.
Se podría decir que la ciencia ficción extrapola sobre eventos y conflictos de un futuro posible o probable, mientras que el thriller trata de aquellos peligros (siempre de peligros) donde las víctimas pueden ser muchas y cuya trama trata de evitar que ocurra, aunque no siempre ocurre, y que nos podrían afectar hoy. Es decir, que no requieren de avances tecnológicos o científicos adicionales.
El thriller, en cierto modo, es el relato de los peligros del presente, de situaciones que pueden matar (o están ya matando o afectando) a miles de personas en el presente.
IRM: Tu personaje de El robot del bicentenario es una especie de ciborg, a su vez una especie de ser humano poshumano, ¿cuál es el camino que está siguiendo la humanidad respecto de sí misma?
LW: El personaje es un ser humano que ya antes de nacer se encontró con que, para sobrevivir, debía encontrar cualquier estrategia posible, aunque esto implique tener que reemplazar partes orgánicas de su cuerpo por artificiales. Algunas de estas tecnologías existen ya, otras están siendo desarrolladas. En nuestras épocas actuales, Elon Musk (creador de SpaceX, Gerente General de Tesla, entre otras empresas), quiere hacer frente a los peligros de la Inteligencia Artificial por medio de la simbiosis del ser humano con tecnologías neuro-digitales. Otros hablan de transferir las memorias de cerebros orgánicos a ordenadores para «inmortalizarnos». Pero ¿es esto algo que nos permite continuar siendo humanos? ¿Perderemos algo de nuestra esencia humana si esto realmente ocurre? ¿Es inclusive posible transferir nuestra «memoria» a un ordenador y creer que seguiremos siendo nosotros?
Son temas de exploración tecnocientífica que en la época actual parecen más cercanos que nunca. Por otro lado, la ciencia ha demostrado a través de la historia estar completamente errada en cientos, si no miles de ocasiones.
IRM: ¿Qué opinión tienes del desarrollo de la ciencia ficción ecuatoriana?
LW: Como todo tema de opinión referente a las artes en Ecuador, es un peligro dar una opinión por miedo a herir susceptibilidades.
Quienes escriben ciencia ficción en Ecuador son pocos aún, y la mayoría no tienen un entrenamiento formal (o autodidacta riguroso) en temas de ciencia y tecnología. Algunos inclusive carecen del conocimiento sobre el significado de ciertas palabras técnicas, o de lo que implica el pensamiento científico. Esto ha conllevado a que muchas de las obras no sean de ciencia ficción «dura».
Esto no es bueno o malo, simplemente que hay que saber… lo que se sabe, y no asumir sin tener una mínima idea de lo que es ya considerado «ciencia establecida».
El peligro al utilizar (como ocurre en toda obra literaria) palabras de manera equivocada (como confundir estrellas con galaxias, o desconocer de elementos de física elementales que conllevan a errores garrafales por desconocimiento del autor), es que una obra, por más buena que sea en su esencia o estilo, puede llegar a considerarse «mala ciencia ficción» si transgrede, sin preámbulos, conocimientos científicos ya establecidos.
Los rigores de la literatura aplican a toda literatura, inclusive en la ciencia ficción. Así como un autor debe conocer y desenvolverse con su idioma, rompiendo (si es necesario) reglas gramaticales en honor al estilo y a su voz porque así su relato mejora, cuando se escribe «ciencia» ficción, un autor debe conocer la ciencia y la tecnología que está describiendo.
El hecho que un escritor deje volar su imaginación no es licencia para romper las reglas de la ciencia en este género, al menos no sin una explicación de por qué lo establecido ya no aplica; y si lo hace, debe por lo menos conocer las convenciones de la ciencia ficción donde ciertos temas (como el viaje a mayor velocidad de la luz), tienen sus «explicaciones» extrapoladas, o agregar alguna que aún no ha sido descrita.
La buena ciencia ficción no es solamente una obra bien escrita, idiomáticamente hablando, o un relato donde aparecen conceptos científicos o tecnologías aún inexistentes sin mayor razón que el de incluirlas, sino que son, además, historias que exploran cómo la ciencia y las tecnologías descritas en un relato afectan a sus personajes como individuos y como sociedad, en extrapolación con nuestra existencia actual.
[AC1]Ojalá haya algunas de estas portadas en internet