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Los neurólogos se enfrentan a la extraña paradoja de tener que estudiar el cerebro, analizarlo y comprenderlo, a través de su propio cerebro. La herramienta de análisis es al mismo tiempo el objeto de estudio. Quizá por ello sólo en épocas recientes ha comenzado la ardua tarea de sistematizar el estudio aplicando métodos científicos.
Históricamente el cerebro no ha gozado de una reputación elevada como centro organizador de nuestro ser. Esta función parecía ubicarse en los fluidos corporales, el corazón o incluso los testículos. El proceso por el que se descubre la verdadera función del cerebro, sus fundamentos químicos y las implicaciones de sus anomalías forma parte de la historia de la ciencia y, sin embargo, a decir de todos los científicos, el trecho recorrido es apenas comparable con lo que aún se desconoce.
Para poner orden en el estado actual de estos conocimientos y combatir tópicos tan extendidos como faltos de fundamento, Eduardo Punset dedicó varios programas de Redes a esta materia, cuya estela sigue este libro reproduciendo en ocasiones literalmente los diálogos mantenidos con los diversos científicos entrevistados.
Comenzando por el mismo orden que toma Punset, nos adentramos en el origen histórico de la imagen del cerebro. La historia de este órgano como rector de nuestros impulsos cognitivos, como sede de las funciones más elevadas de las que estamos dotados, se remonta a tan sólo el siglo XVII a través de la figura de Thomas Willis cuyas ideas sin embargo no lograron imponerse hasta un par de siglos más tarde. Hasta entonces, el estómago, el corazón y otras vísceras parecían tener la consideración de depositarias del alma.
Lejos de tópicos extendidos, como el de que el cerebro es la máquina más perfecta que existe, se argumenta más bien lo contrario: el cerebro es un órgano con numerosas limitaciones y defectos. Lo que lo hace admirable es la capacidad para superar esas limitaciones de manera ingeniosa.
Sin duda, la principal capacidad del cerebro es la de razonar, analizar hecho y extraer conclusiones, lo que permite alterar nuestra conducta en el futuro y comprender la pasada. Sin embargo, los científicos han venido a demostrar que ni el pensamiento supuestamente racional está exento de un cierto rasgo intuitivo ni el pensamiento pasional está tan exento de raciocinio como se creía.
Es decir, los elementos que influyen a la hora de adoptar un juicio son diversos debiendo el cerebro actuar como coctelera de la que sale una decisión única. Malcon Gladwel ha demostrado que las decisiones intuitivas, inmediatas, resultan en muchas ocasiones más acertadas que aquéllas que surgen fruto de la reflexión. La explicación está en una serie de pautas y patrones cognitivos fruto de nuestra experiencia cotidiana que nos ahorran multitud de procesos reflexivos. Claro que estos moldes nos aferran tenazmente a errores pasados y suponen la base de muchos de nuestros prejuicios….
Este maravilloso órgano es capaz incluso de crear una máquina que lo emule y aún supere puesto que parece que la inteligencia artificial tiene ganada la batalla al intelecto en aspectos tales como razonamiento lógico, cálculo e incluso la capacidad de aprender de experiencias del pasado y poder anticipar sucesos futuros. Lejos de las ideas manidas de que en ningún momento una máquina podrá llegar a superar al cerebro, científicos como Jeff Hawkins permiten vislumbrar una parte de este porvenir y nos aclaran que, precisamente, el desarrollo de estos “cerebros artificiales” permitirán conocer de un modo impensable hoy en día cómo funciona nuestra propia inteligencia.
Pero no podemos estudiar tan sólo los cerebros que funcionan con precisión matemática. Muchas personas tienen problemas, desajustes, que más parecen propios de la literatura fantástica que de la vida cotidiana. A estas anomalías ha dedicado su vida el neurólogo Oliver Sacks publicando numerosos libros cuya lectura es tan maravillosa y enriquecedora como la mejor de las novelas que se puedan encontrar. Entre otras muchas investigaciones, Sacks ha dedicado su atención a los afectados por el Síndrome de Tourette, personas incapaces de controlar determinados actos (movimientos, hablar, blasfemar, cantar, etc) y que llevan una vida agotadora tratando de que dichas pulsiones no les incapaciten.
Otro de los extraordinarios descubrimientos de este científico es la capacidad del cerebro para engañarse. El cerebro no refleja la realidad tal y como es sino que completa las lagunas en función de conocimientos previos, fabulaciones, de manera que la visión que nos ofrezca sea coherente, aunque no necesariamente verdadera. Es decir, el cerebro no necesita la verdad, sino su verdad. Así ocurre especialmente en el caso de los recuerdos (cuya fiabilidad, todos estaremos de acuerdo, no es excesiva y cada uno recuerda lo que quiere y como quiere), pero también ocurre con la interpretación de imágenes confusas, de hechos y actitudes. En definitiva, el cerebro crea su propio mundo y actúa en función de esa imagen, muy difícil de adaptar y modificar, de ahí todos nuestros prejuicios y condicionamientos.
Pero en ocasiones, las alteraciones del cerebro son voluntarias: hablamos de la posibilidad de que terceras personas puedan condicionar nuestra forma de pensar (y, por tanto, actuar). Acuñado tras la guerra de Corea cuando se estudió a presos americanos liberados de campos de prisioneros, el término “lavado de cerebro” ha dado lugar a una amplia literatura científica que aún no se ha puesto de acuerdo sobre si es o no posible condicionar hasta tal punto el cerebro de una persona. Sin llegar a esos extremos, hay otros muchos ejemplos de “lavado de cerebro” con efecto más limitado pero muy extendidos. Política, religión, moda, televisión, parecen condicionar de tal modo a determinadas personas, que cualquier rastro de pensamiento individual está más allá de toda expectativa.
Un capítulo más siniestro, es el dedicado a quienes parecen disfrutar del daño ajeno, principalmente de ocasionarlo. Los psicópatas aterrorizan nuestros sueños y, según afirma Robert Hare, su número es tan elevado que dicho temor parece comprensible. Ahora bien, ¿estas personas están enfermas y son por tanto ajenas al daño que causan e inimputables penalmente? O por el contrario, ¿son plenamente conscientes de sus actos y capaces de evitarlos?¿Hay terapias válidas?¿La sociedad es un elemento detonador de estos psicópatas? Como en otros muchos campos, en éste, la Ciencia no ha logrado aún la unanimidad puesto que los psicópatas combinan en igual proporción inteligencia y maldad lo que les hace especialmente peligrosos ya que pasan inadvertidos socialmente y, en los casos en que ocupan posiciones de poder, su total falta de empatía puede causar verdaderos estragos psicológicos en sus subordinados.
Sin embargo, en ocasiones la amenaza llega desde el interior devastando nuestros ser. La depresión se ha convertido en uno de los mayores males de nuestro tiempo sin que aún haya consenso científico en su verdadero origen, químico o anímico. Tampoco hay un remedio eficaz para la totalidad de los casos (si hablamos del trastorno bipolar la situación se agrava notablemente).
Afortunadamente, el cerebro es la gran fuente de creación que ha dado a la luz todas las artes que conocemos y que es capaz de hacernos sentir emociones como el amor, la solidaridad y la empatía. El estudio de la creatividad, dónde radica y cómo puede estimularse es una de las ramas más prometedoras de la actual neurología.
Para quienes hayan visto los programas correspondientes, poco aportará el libro salvo la comodidad de la lectura o la facilidad de consulta. Para quienes no hayan visto los programas y estén interesados en la materia, este libro será una extraordinaria provocación para comenzar una investigación más profunda en cada una de las facetas que se plantea.