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Cucarachita Martínez se encontró un día cinco centavos tirados en la grama cuando caminaba por el parque.
–¿Qué hago con ellos? –se preguntó–. Para comprar un radio no me alcanza, para comprar un televisor tampoco, para comprar una nevera tampoco, para comprar una estufa tampoco, para comprar un comedor tampoco y para un juego de alcoba… menos. ¿Qué hago con ellos?
Después de mucho pensarlo, decidió caminar a un almacén de ventas a crédito y preguntar por los precios. Sacó bien las cuentas y vio que los cinco centavos le alcanzaban para la cuota inicial de todo lo que quería. De modo que compró radio, televisor, nevera, estufa, juego de alcoba y comedor.
Hoy en día, cucarachita Martínez trabaja dieciocho horas al día, medio tiempo los sábados y domingos, toma pepas para dormir y sufre ataques de histeria el nueve de cada mes, víspera del pago de la enorme cuota en el almacén. Y por las noches, entre sábanas y almohadas, sueña con la falsa felicidad de ganarse la lotería o con la plácida añoranza de los días anteriores a los cinco centavos.
En todo caso, el consenso de los vecinos es que cucarachita Martínez, al igual que sus colegas en todo el mundo, está muy bien pero está muy mal.