El despegue (por Diego Otero)

Si no fuera porque somos nosotros los que estamos adentro,

dijo el Capitán,

se podría pensar que todo esto es, bueno, un poco

ridículo.

Aunque la palabra clave es desafío: la palabra

que nunca oiremos pronunciar en

la cabina–

La tripulación

suele estar más interesada en otras, como por ejemplo inspiración

o fe.

Lo importante –así

de arbitraria es la poesía– es que éste

es el avión más grande concebido por

la mente humana. No tiene

asientos, ni cinturones de seguridad,

ni nada de eso. Es como un gran salón vacío

y está aquí: en Lima,

en esta parte más bien picante de

Sudamérica.

¿Que por qué está aquí?,

en verdad

no tengo idea. Supongo que desaparecer

es una forma de turismo

peculiar–

y las preguntas difíciles son servidas

siempre

luego del postre.

Los gigantes remaches de acero sobre la redondez

un poco exagerada

de las alas,

las turbinas,

el fuselaje.

Cualquiera diría que el hecho de que las ruedas giren

y aún no despeguemos

no tiene en realidad la menor importancia.

(También podríamos preguntarnos

qué puede ser equivalente a pellizcarse un brazo

cuando estamos encerrados en una pesadilla

en la que no hay tacto).

El Capitán suda, respira con fuerza,

se frota las manos

como una mosca

mientras contempla la peligrosa belleza

del tablero de mando.

El Capitán

sabe, desde luego, que podría quedarse sin trabajo

si los pasajeros se pusieran repentinamente sentimentales

y empezaran a notar

cómo de pronto les brotan unas horribles plumas

de la cara y

de las manos

o cómo el cuerpo

se les encorva en un breve

temblor

y define su postura de ave rapaz

o de carroña–

y no estamos hablando de moral

sino de apetito.

Pero ninguna de esas cosas sucede,

desde luego.

Allá están todos. El gordo Alfonso con sus gruesos anteojos

de carey

y su camisa celeste,

y esa casaca siempre demasiado delgada

para la estación.

O el vecino de la casa amarilla

que parecía existir solo para regar su metro y medio de jardín.

(Ahora camina unos pasos con las manos atrás,

y puedo ver su pelo canoso, desordenado, y sus ojos

fríos pero turbios

como una pecera de peces muertos).

O mi papá levantando la mano y protegiéndose del sol.

(Alcanzo a escuchar

que le dice algo a mi hermano acerca del volumen del aparato,

acerca del amplio recorrido

antes del despegue. O eso

me parece).

¿Y yo?, yo quiero hacerme el duro,

pero a mí también me hiere la luz. Y me hace sentir un poco avergonzado.

Y cuando pienso que el movimiento debe ser

por fin hacia arriba

la gravedad

se apodera de todo

y la inmensa masa metálica vira pesadamente

hacia la izquierda–

se abren solas unas puertas

que jamás había visto

y estamos

en la calle.

Desde los autos

y las veredas

surgen ojos que observan la escena como si observaran una hoja caída

volviendo ingenuamente

a la rama desnuda–

las alas parecen rozar

los letreros y los postes de luz.

Entonces pienso que debería escribir algo

sobre la pequeña voluntad

y el gran deseo–

pero no lo hago.

Le miro las piernas a una aeromoza y ella sonríe,

y en un susurro impostado

me dice:

Al final de la pista no hay literatura.


Diego Otero es un poeta nacido en Lima, Perú, en 1973. Ha publicado los poemarios Cinema Fulgor (Colmillo Blanco, 1998), Temporal (Solar, 2005), y Nocturama (AUB, 2009). A propósito de este libro el poeta Eduardo Chirinos escribió: «Un libro al que calificaría de brillante si no fuera porque todas y cada una de sus páginas buscan la opacidad». En colaboración con el músico Santiago Pilllado y el diseñador gráfico Goster, Otero publicó en 2006 el proyecto artístico en formato de libro «La Grabadora. The Sound Of Periferia», que se presentó como parte de la muestra antológica «Tránsito de imágenes (Puntos de fuga hacia el arte último)», en el MALI, bajo la curaduría de Jorge Villacorta. En 2018 publicó la novela corta Días laborables (Penguin Random House), sobre la cual el novelista y crítico Luis Hernán Castañeda escribió: «Casi cada párrafo contiene un hallazgo que revela epifanías». El califato de Lima (AUB, 2021) es su más reciente libro.

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