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Una costumbre típica de carnaval es que el disfraz que casi todos los hombres han usado alguna vez en su vida es el de mujer. Pero, ¿por qué?
Esta fiesta tiene raíces que la sitúan en la Sumeria y el antiguo Egipto hace más de 5000 años, aunque posteriormente consiguió extenderse por Europa, entre otros continentes, y transformarse en una fiesta de adoración al dios del vino por parte del imperio romano. Con el cambio de religión y el paso del tiempo, se quiso mantener esta festividad hasta el día de hoy como el único periodo del año donde la transgresión y el descontrol están permitidos y donde cada persona es libre de escoger qué o a quién representar, e incluso parodiar, mediante un disfraz. Es curioso cómo en una sociedad judeocristiana, donde los roles y relaciones de poder siempre han estado muy marcados, se decidió conservar la fiesta pagana del carnaval. Esto es particularmente cierto si se analiza desde un punto de vista de género.
Aunque actualmente se han conquistado más derechos y la sociedad es más flexible en cuanto a los roles y a los estándares en los que se encuadra a cada género (códigos de vestimenta y de comportamiento), todavía existe una fuerte presión social hacia la diferenciación heterosexual de estos. Para comprender estas imposiciones tenemos que remontarnos al Antiguo Testamento, que indicaba: “La mujer no vestirá ropa de hombre, ni el hombre se pondrá ropa de mujer; porque cualquiera que hace esto es abominación al Señor tu Dios” (Deuteronomio, 22,5).
Pero la realidad es que el día de carnaval consigue romper cada año con esta norma tan arraigada y muchos hombres deciden cambiar de papel, aunque solo sea por un día, y disfrazarse de mujer. El sociólogo Enrique Gil Calvo sostiene que este hecho se puede deber a la atracción sexual por parte de los hombres hacia la feminidad y el deseo de apropiación de esta, hecho que se “resuelve” mediante el uso del disfraz. Desgraciadamente, tanto este sociólogo como Yolanda Ferrera, antropóloga especializada en estudios de género, están de acuerdo en que esta conducta tiene fundamentos machistas y misóginos. En la sociedad, “el mundo masculino es el natural”, el respetable, y el femenino está expuesto a la ridiculización, afirma la antropóloga. Esto explicaría, en parte, la devoción por este disfraz por parte de los hombres y que, en cambio, no ocurra al contrario (mujeres disfrazadas de hombres).
Y si fijamos la atención en los disfraces más comunes es imposible no darse cuenta de la cultura machista que esconden: grandes senos, ropa muy provocadora, maquillaje exagerado y, a menudo, mal hecho, etc. Sin duda todos estos disfraces sirven para parodiar y ridiculizar la figura de la mujer y devaluar la feminidad. De hecho, Gil afirma que los hombres que escogen estos disfraces misóginos “intentan neutralizar su temor a la mujer, que ven como una vulva dentada que puede manejarlos a su antojo con sus armas sexuales”.
¿Para cuándo disfraces de mujeres “reales”?
La realidad es que existen muchas formas de ser mujer y de vivir la feminidad, que quizás muchos hombres no reconocen todavía. Sin embargo, estos estereotipos se repiten por carnaval y nos encontramos multitud de “mujeres” presentadas como un objeto sexual, aberrado y del cual se aceptan las mofas.