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Soy el Comisionado de las Artes de su Santidad y es mi obligación referir extraordinaria anécdota. Hace poco me fue encomendada la misión de encontrar un pintor para el Vaticano. Cosa fuera de lo ordinario acaeció cuando le pedí a Giotto di Bodone que entregara una de sus obras para someterla a escrutinio del Papa. Al principio, se negó tajantemente, pero cuando le enumeré los ilustres nombres que habían entregado obras, me citó en su taller a la mañana siguiente. Llegué unos minutos antes de lo convenido y grande fue mi estupor al ver que el lugar estaba desolado, sin rastros de pintura alguna.
–¿Dónde está el cuadro que me prometió?
–Aquí está –dijo el florentino, y tomó una hoja de papel. De un solo trazo, y sin que le tiemble el pulso, dibujó un círculo perfecto.
Al día siguiente, el comisionado reapareció, esta vez en compañía de otros emisarios. –Recoja sus cosas, maestro. Usted es el nuevo pintor del Vaticano.