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Cine o sardina es la alternativa que recibía Cabrera Infante cada noche en su pobre infancia cubana. El dinero era escaso y sólo daba para un vicio: cine o alimento. No hay duda de qué es lo que el futuro premio Cervantes consideraba más necesario y su amor por el cine impregnó tanto su vida como gran parte de su obra.
Pese a ser más conocido como novelista, sus artículos de crítica cinematográfica pueden considerarse parte de su legado literario puesto que no estamos solo ante reflexiones más o menos valiosas en cuanto a su contenido, sino ante una vocación estética expresa que todo lo impregna y que convierte estos textos en verdaderas joyas que hacen de su lectura todo un placer.
Desde muy joven escribió en diversos diarios vibrantes críticas cinéfilas e impulsó en La Habana la difusión de los mejores títulos extranjeros. Se granjeó así un reconocimiento que, unido a su militancia comunista, le llevaron tras la toma del poder de Castro, a dirigir el Consejo Nacional de Cultura, entre cuyas responsabilidades se encontraba la de presidir el Instituto del Cine. Pero la vida bajo una dictadura puede tornarse dura incluso para sus afines cuando uno trata de expresar lo que realmente piensa y así, varias polémicas con el gobierno de Fidel le llevaron a la segunda fila de la política cubana como agregado cultural de la embajada de su país en Bruselas. Sus posiciones, cada vez más alejadas de las oficiales, le llevarían definitivamente al exilio en España y, posteriormente, en Inglaterra.
Durante todos estos años cultivó su amor por el cine, no sólo a través del vicioso goce del voyeur y la rijosidad del crítico, sino asumiendo los riesgos de encarnar lo que juzga y dedicando parte de su talento, tiempo y dinero, a la elaboración de guiones cinematográficos con resultados variopintos.
Particularmente sorprendente me ha resultado su colaboración en la redacción del guión de la psicodélica Wonderwall, película de 1968 cuya banda sonora fue compuesta por el mismísimo beatle George. Interesante también es su participación en el guión de una versión de la novela de Malcolm Lowry, Bajo el volcán, a cargo de John Huston. Literatura y cine otra vez de la mano.
Pero dejemos la biografía y volvamos a Cine o sardina, una compilación de escritos cinéfilos que abarca todas las épocas de este arte, todos sus géneros y a gran parte de sus protagonistas sin que, por ello, Cabrera Infante deje de revelar sus predilecciones y fobias personales, sin dejarse llevar por un seguidismo fácil y convencional. No todo el cine es bueno, y ni aún el bueno debe de gustarnos a todos.
Para el lector español resulta destacable su pasión por la versión original y el desdén por los doblajes. Así, recuerda con pesar su etapa en España ante la dificultad de visionar películas en las que las voces de los actores no contradijeran sus actos o su apariencia física. En varios artículos trata de desmontar los diversos argumentos de todo tipo que se emplean para justificar este atentado al arte y, ante quienes alegan que la supresión del doblaje supondría el desempleo para muchos actores, afirma jocosamente: ¿por qué el vegetariano debe preocuparse por el carnicero?
Relata a este respecto la anécdota de lo sucedido tras la muerte de un doblador especializado en poner voz a un célebre actor que, aún vivo, tuvo la desfachatez de continuar rodando filmes. Tras el pánico inicial, la distribuidora española logró encontrar un nuevo doblador que imitaba, no ya al actor original de carne y hueso, sino al actor de doblaje fallecido.
Pero no todo es muestra de esnobismo de gran experto. Cabrera Infante no siente demasiado aprecio por el cine silente (él preferiría llamarlo, como la mayoría, mudo pues poco o nada le dice). Tal vez su parte literaria hace que le resulte incomprensible el cine desgajado de la palabra, su otra gran pasión. Y aunque sí que es devoto admirador de la época clásica de los grandes estudios, apenas deja género o estilo en los que no encuentre elementos de sustancia aprovechables.
Así nos encontramos referencias a cineastas recientes como Tarantino, Almodóvar, Kiarostami o Lynch. Del mismo modo, aunque sus retratos de las grandes actrices del periodo clásico denotan su predilección (Gloria Swanson, Gloria Grahame), también se dejan caer estrellas más recientes como Melanie Griffith o Sharon Stone.
Pero, con todo, si por algo debiera destacarse Cine o sardina es por su vocación estética, por su uso (en ocasiones abuso) del retruécano, las dobles referencias, ocasionalmente jugando con dos idiomas a un tiempo. Cada uno de los artículos es una fascinante aventura para un lector ávido de los artificios que adivina inevitables en cada párrafo.
Hago el ejercicio de abrir el libro por tres páginas al azar y dejo constancia de algún ejemplo que de ello encuentro:
«Billy Wilder, ya viejo pero todavía tratando de ser más Wilde que Oscar, de hecho Wilder.»
«Hamlet encarnado por un hastiado, astado marido…. su ser o no ser significa contar las astas de la testa.»
«David O. Selznick, ésa O del medio, apropiada, no significaba nada: era mero ruido de asombro.»
Otro tanto podemos decir de los títulos de cada artículo, entre los que se encuentran joyas como El cine negro en blanco y negro, La otra cara de “Caracortada”, Latinos y ladinos en Hollywood o Travestidos tras vestidos.
Cine o sardina es por tanto, una oportunidad excelente para acercarse al cine desde la literatura, una invitación para el visionado (y revisionado) de innumerables películas, para el descubrimiento de actores, actrices, directores o incluso compositores de bandas sonoras hoy un tanto olvidados. Pero la pasión de Cabrera Infante invita a adoptar una postura crítica, militante, a definir la postura del espectador. Su acerado sentido crítico nos enseña a ver con ojos indóciles, no aborregados. En suma, a no volver a consumir películas sino a disfrutarlas, igual que hará el lector de Cine o sardina. Y todo ello, como diría Sergio Leone, sólo por un puñado de dólares o de euros, según el caso. ¿Alguien ofrece más por menos?