- Clickultura
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Había cruzado la frontera sin saberlo. Los soldados enemigos se habían emborrachado para aplacar la derrota, cuando llegó.
—¡Agua! —dijo y cayó exhausto.
Y, obvio, en vez de curarle las heridas y saciar su sed, lo torturaron.
Al anochecer llegaron los evacuados. Los soldados ebrios estaban dormidos y las mujeres bajaron al prisionero de la picota.
—¡Agua! —dijo, agónico.
—No tenemos una sola gota —susurraron ellas, angustiadas.
—Yo sí tengo —dijo una madre y entregó a las otras su bebé.
Se sentó en el suelo, colocó la cabeza del soldado en su regazo y se abrió la blusa.