¿QUÉ CELEBRAMOS EL DÍA DE LA POESÍA?

Por Leonardo Parrini

El jueves de la semana que concluye se conmemoró el Día de la Poesía. Ese lenguaje inasible para muchos, innecesario para otros, que es el encuentro del lector con el texto, a través del descubrimiento maravilloso del poema. Hay otra experiencia estética que es el momento, extraño también, en el cual el poeta concibe la obra y va descubriendo o inventando.
El escritor argentino. Jorge Luis Borges, buscando desentrañar los misterios de la poética, dijo en una conferencia acerca de la poesía: “el panteísta celta, Escoto Erígena, afirmó que la Sagrada Escritura encierra un número infinito de sentidos y la comparó con el plumaje tornasolado del pavo real”. A lo que Borges agregó en esa conferencia: «poesía es la expresión de la belleza por medio de palabras artísticamente entretejidas». Definición libresca, sin duda, que le pareció incompleta, por eso el vate argentino concluyó: “Esto significa que sabemos qué es la poesía. Lo sabemos tan bien que no podemos definirla con otras palabras”.
No faltan poetas que afirman que hacer poesía es como respirar: no sirve para nada más que para vivir. Sin embargo, aquella es la sagrada escritura para el ser humano, la que da respuestas ignotas a sus cuestiones existenciales.
La poesía no requiere de erudición sino de intuición, sensibilidad innata de los seres humanos que ninguna academia puede certificar. Cuando afirmo aquello estoy evocando una anécdota que le sucedió al poeta chileno Vicente Parrini, mi padre, cuando unos versos suyos resultaron galardonados en la Fiesta de la Primavera en la austral ciudad de Concepción en Chile, allá por los años cuarenta: Un niño se acercó al poeta que descansaba luego un agitado día de celebraciones y le preguntó: ¿De qué está hecha la luna? A lo que el poeta respondió “No sé, ahora estoy muy cansado”. Y el niño, sorpresivamente, replicó: “Y p’qué eres poeta, entonces”.
Un niño de 8 años había podido establecer una relación poética con un astro, sin mayor conocimiento del tema. ¿Qué teoría científica puede explicar el hallazgo maravilloso que hizo aquel niño asociando la luna con la poesía?
Nietzsche, acaso, tenía la respuesta: la luna es el espejo del tiempo. ¿Y qué es la poesía sino ese trepidar que marca los ritmos más vitales del ser humano? Precisamente porque hay eternidad en la belleza, como diría Borges. Esta es una contradicción de la luna, tan casi traslúcida, tan casi nada, pero cuya medida es la eternidad, como la poesía que en un instante lo dice todo en metáforas, representando un nuevo sentido a ese instante real.
Al respecto Borges puntualiza, “se supone que la prosa está más cerca de la realidad que la poesía. Entiendo que es un error”. Precisamente porque el lenguaje es una creación estética, más cerca de la poesía, que la sentimos hermosa o no. Y esa aproximación que hace un poema a la realidad es una aproximación distinta a la proximidad prosaica que tenemos a diario con el entorno.
¿Y esa aproximación implica crear, recrear o evocar? Borges muestra su arsenal poético secreto: Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas. E inmediatamente complementa su idea, citando a Bradley, quien afirmó que uno de los efectos de la poesía debe ser darnos la impresión, no de descubrir algo nuevo, sino de recordar algo olvidado.
Y la clave parece estar yendo a profundidades más densas del pensamiento borgesiano. El hecho estético, no requiere ser definido -dice Borges-, el hecho estético es algo tan evidente, tan inmediato, tan indefinible como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos?
Y el maestro argentino arriba a una conclusión esperanzadora: Hay personas que sienten escasamente la poesía; generalmente se dedican a enseñarla. Yo creo sentir la poesía y creo no haberla enseñado; no he enseñado el amor de tal texto, de tal otro: he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad… Y cita el verso, La rosa sin porqué florece porque florece.
La poesía, acaso, sin porqué emana de las cosas porque emana, como la belleza está acechándonos. Si tuviéramos sensibilidad, la sentiríamos así en la poesía de todos los idiomas.

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