Todo escritor es un ser social

Nadie escribe para sí mismo. Ni siquiera las cartas de amor son tales si no llegan al ser amado. El texto existe en función de un otro que lo devora aunque sin exterminarlo, es decir, lo interpreta y lo trasciende sin agotarlo.

El autor es el único caso de materia prima que al mismo tiempo es fuerza de trabajo.

El reconocimiento de su oficio, con las particularidades que éste -como cualquier otro- tiene, debe empezar por un reconocimiento de su condición de ser social, de ciudadano de esta región del mundo. No habrá mejor poeta que aquel que se considere un ciudadano poeta.

Gracias a esa complicidad, a esa cópula llamada lectoescritura, quien lee o escribe experimenta la escritura y la lectura al mismo tiempo, como los cuerpos en el amor experimentan el deseo propio y ajeno simultáneamente. Pero un texto puede ser oral o escrito.

Así como no se puede hablar de desarrollo sin participación ciudadana, no se puede hablar de ciudadanía sin capacidad lectora. La lectura es el bien que la civilización ha agregado a la noción de ciudadanía. Quien no ejerce la lectura no es todavía un ciudadano y no podrá ejercitar otros derechos y deberes inherentes.

Un clásico es el que escapa intermitentemente de los anaqueles, un prófugo con cómplices que le ayudan a sobrevivir de mano en mano contra la moda, por largas temporadas, a veces por siglos.

En rigor, los clásicos antiguos o modernos son tales porque supieron expresarse en su tiempo de la manera más simple y profunda, que es la más difícil pero la que más perdura; de donde se desprende que un clásico contemporáneo de la literatura universal o nacional podría ser leído por cualquier lector medio. Ítalo Calvino sostiene que el colegio debe hacernos conocer bien o mal cierto número de clásicos entre los cuales podremos reconocer después «los» clásicos de cada uno. «Pero naturalmente -aclara- esto ocurre cuando un clásico funciona como tal, esto es, cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o respeto, sino sólo por amor”.

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