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Roland Barthes
No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales creo que escribo:
- por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;
- porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;
- para poner en práctica un “don”, satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;
- para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;
- para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos;
- para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;
- para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;
- para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;
- para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos;
- finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y “causa noble”), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.
II
Lo “ilegible”, o lo “contra-legible”, no puede constituir evidentemente una figura plena. No podemos describirlo ni desearlo siquiera; es solamente la afirmación de una crítica radical de lo legible y de sus compromisos anteriores. No estamos más obligados a figurar la escritura de mañana que Marx a tomarse el trabajo de describir la sociedad comunista o Nietzsche la figura del super-hombre. Es revolucionario porque está ligado, no a otro régimen político, sino a “otra manera de sentir, otra manera de pensar”.