La época de la suspicacia, Susan Sontag

Quizá la aportación más valiosa de Francia a la novela haya sido todo un conjunto de crítica inspirada por los nuevos novelistas (y, en algunos casos, escrita por ellos) que supone un impresionante intento de pensar sistemáticamente sobre el género. Esta crítica —me refiero por ejemplo a los ensayos de Maurice Blanchot, Roland Barthes, E.M. Cioran, Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Michel Butor, Michel Foucault y otros— resulta, con mucho, la crítica literaria más interesante de la actualidad. Y nada impide a los novelistas del mundo anglófono buscar un apoyo en la brillante reconsideración de las premisas de la novela realizada por estos críticos, aun cuando realicen una obra novelística muy diferente de la de los novelistas franceses. La razón por la que estos ensayos podrían resultar más valiosos que las mismas novelas reside en que proponen modelos más amplios y ambiciosos que cualquiera de los desarrollados hasta este momento por autor alguno. (Robbe-Grillet, por ejemplo, admite que sus novelas son ilustraciones inadecuadas para los diagnósticos y recomendaciones planteadas en sus ensayos.)

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El alegato de la Sarraute contra el realismo es convincente. La realidad no es lo inequívoco; la vida no se parece tanto a la vida misma. El agradable reconocimiento inmediato de lo parecido a la vida al que inducen la mayoría de novelas es, y debería ser, sospechoso. (Verdaderamente, como dice la Sarraute, el genio de la época es la suspicacia. O, si no su genio, es al menos su vicio dominante.) Hago mías de todo corazón sus objeciones a la novela pasada de moda: La feria de las vanidades y Los Buddenbrook, que releí recientemente, pese a lo maravillosas que todavía me parecieron, me hicieron retroceder. No pude soportar el omnipotente autor mostrándome cómo es la vida, llenándome de compasión y de temor, con su estrepitosa ironía, con la apariencia confiada de quien conoce perfectamente a sus personajes y me conduce a mí, al lector, a sentir que yo también los conozco. No confío ya en esas novelas que satisfacen plenamente mi pasión de comprender. Nathalie Sarraute tiene razón también al decir que los mecanismos tradicionales de la novela para montar una escena, y describir y dar movimiento a los personajes, no se justifican por sí mismo. ¿A quién le preocupa realmente que el mobiliario de una habitación sea de esta u otra manera, o si él encendió un cigarrillo, o llevaba un traje oscuro, o destapó la máquina de escribir después de sentarse y antes de insertar en el rodillo una hoja de papel? Las grandes películas han demostrado que el cine puede investir la acción puramente física —sea pasajera y a pequeña escala, como el cambio de peluca en La aventura, o importante, como el avance por la selva en El gran desfile— con una magia más inmediata, y también más económica, que aquella que las palabras pueden llegar a dar.

Susan Sontag
Contra la interpretación
Editorial: Alfaguara
Traducción: Horacio Vázquez Rial

Tomado de Calle del Orco

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