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Por Leonardo Parrini
No es común que un escritor haga fotografía o que un fotógrafo escriba novelas y cuentos. Esta dualidad de lenguajes disímiles se conjuga en el talento del mexicano Juan Rulfo, quien en vida practicó el lenguaje hablado, escrito, de la literatura y el lenguaje silente de la fotografía. Juan Rulfo -de quien se cumplen 106 años de su natalicio, el 16 de mayo de 1917-, practicó los dos lenguajes en su vida como artista.
Sin embargo, Rulfo tenía claro la singularidad de cada uno: “La realidad no me dice nada literariamente, aunque pueda decírmelo fotográficamente. Admiro mucho a quienes pueden escribir acerca de lo que oyen y ven inmediatamente. Yo no puedo penetrar la realidad: es misteriosa (…) cuando yo tomaba fotografías no pensaba en la literatura, son dos géneros muy diferentes”. En la práctica, el autor mexicano combatía la idea de que el escritor está prestando sus ojos al fotógrafo o viceversa.
Lo suyo literario fue la vida y la muerte, obra compuesta de 400 páginas de un libro de cuentos El llano en llamas (1953) y de una novela, Pedro Páramo, que inicia: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. Tras la publicación de Pedro Páramo y hasta su muerte en 1986, Rulfo se sumió en el silencio literario más profundo y no volvió a publicar más, así prevalecía en el artista el lenguaje silente de la fotografía.
Rulfo fotógrafo
Cultivar el silencio no siempre significa estar callado y mucho menos interrumpir la comunicación. Tras alcanzar el reconocimiento por su escritura, Rulfo propone otro tipo de lectura, la de sus fotografías. Lo suyo fotográfico fueron los edificios de México, múltiples paisajes del país, la vida de los pequeños pueblos, artistas, escritores, amigos y familiares suyos. Fue en 1980, durante el homenaje que le rindió el Instituto Nacional de Bellas Artes de México, cuando se conoció que Rulfo nunca había dejado de capturar imágenes como un fotógrafo de inusitada profundidad. No fue hasta entonces que se supo que Juan Rulfo hubiese tenido trayectorias paralelas en la literatura y la fotografía. No en vano, Susan Sontag consideraba a Rulfo «el fotógrafo más importante que he conocido en Latinoamérica». Esto último, dicho por la autora de un ensayo fundamental como Sobre la fotografía, no es poca cosa.
Rulfo registró con su cámara la arquitectura, la arqueología y el indigenismo, fotos de ruinas de civilizaciones precolombinas, desde pirámides hasta esculturas zapotecas; haciendas abandonadas y hombres, iglesias barrocas y palacios hispánicos, y de las distintas maneras de reflejar una muerte constante, siempre suspendida como sus cielos, en el silencio y en el blanco y negro de su obra fotográfica.
Hacia 1940 tomó sus primeras fotografías con una cámara Rolleiflex con el visor en el lente superior, casi siempre por debajo del tórax. Eso le permitía llegar a un enfoque tan cuidado, meditado y detallado. No sería sino entrados los años ochenta que se conocería de la extensión y calidad de esta faceta creativa del escritor mexicano que algunos creyeron una afición más entre las suyas: la música barroca, la lectura invasiva, el cine, la literatura y la fotografía. Diversos lenguajes que Juan Rulfo practicó como cronista de su tiempo y artista que vence al tiempo.