La cultura quiteña como política pública

Por Fausto Segovia B.

Uno de los temas rezagados ha sido la cultura. En los ámbitos nacional, regional y local, la cultura no fue la prioridad. La ciencia, el arte, la literatura, los libros, la lectura, la arquitectura, los sonidos, los juegos, la música, los museos, las artesanías, las bibliotecas, el folclore, el teatro, la historia, y lo más sagrado -el derecho a la imaginación- quedaron atrás.

Se nota un vacío -no en el Ecuador que es maravilloso, porque está dotado de patrimonios naturales y culturales inigualables-, sino en ciertas instituciones. Se hallan en el limbo la ley de Cultura, el ministerio de Cultura y la Casa de la Cultura, sin liderazgos, sin dinero y sin iniciativas, con burocracias que se activan para organizar espectáculos, mientras los ciudadanos, por nuestra iniciativa, acudimos a los parques o a eventos patrocinados por el mercadeo cultural privado donde algunos soñadores y arlequines hacen triquiñuelas para subsistir.

La ausencia de políticas culturales sostenibles es evidente. Y en el ámbito del Distrito Metropolitano -hoy con nuevas autoridades- es tiempo de transformar los sistemas educativos y culturales, mediante un renovado concepto y praxis de cultura ciudadana pública, abierta y plural, que se nutra del espíritu reconocido por la Unesco, como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Quito tiene maravillas y anti maravillas. Las primeras deben fortalecerse en la conciencia colectiva de niños, jóvenes y familias, mediante propuestas participativas. Para ello es urgente la reforma integral del currículo de todos los planteles municipales, orientados, con un eje transversal: la cultura quiteña. Y las anti maravillas -que todavía subsisten- ser reformadas y reconstruidas con la gente. Los referentes identitarios de Quito son incontables. El derecho a la ciudad se expresa en un plan ciudadano de lectura permanente e inclusivo -dotado de bibliotecas, libros, editoriales, autores y lectores-. Madrid dio paso en abril 2023 a un proyecto original: “Los libros en las calles”. Quito, ¿qué espera?

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