Federico García Lorca, el poeta vestido de durazno

Federico García Lorca fue un poeta, dramaturgo y prosista español. Adscrito a la generación del 27, fue el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX y como dramaturgo se le considera una de las cimas del teatro español de la centuria.

Nació el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, pueblo de la vega granadina. Hijo de Federico García Rodríguez, andaluz que cultivaba remolacha y tabaco, y de Vicenta Lorca Romero, maestra de escuela. En 1909, la familia del poeta, sus padres, su hermano Francisco, él mismo y sus hermanas Conchita e Isabel- se estableció en la ciudad de Granada, sin perder el hábito de pasar los veranos en el campo, en Valderrubio, donde Federico escribió gran parte de su obra. El joven Federico reconocería que después de vivir en ciudades cosmopolitas, el ambiente bucólico de su estancia en los parajes rurales influiría notablemente en su obra: “Amo la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis emociones- solía decir-. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles”.

No obstante la importancia de su obra literaria, García Lorca sentía más afinidad por la música que por la literatura, según su propia confesión. Entre sus pasiones juveniles también constaba el teatro, pero estudió piano con el maestro Antonio Segura Mesa. Su primer asombro artístico surgió no de sus lecturas sino del repertorio para piano de Beethoven, Chopin, Debussy y otros. Como músico, no como escritor novel, lo conocían sus compañeros de la Universidad de Granada, donde se matriculó, en el otoño de 1914, en un curso de acceso a las carreras de Filosofía y Letras y de Derecho. En ese lugar conoce y entabla amistad con Luis Buñuel,  Rafael Alberti y Salvador Dalí. 

La vida en la ciudad urbana influye en la formación del poeta, sus viajes a Toledo con Buñuel y Dalí, sus encuentros con directores de teatro, con la vanguardia, y los ultraístas como Ramón Gómez de la Cerda y el creacionista Vicente Huidobro, marcarán su obra que inicia con su Libro de Poemas, las primeras Suite y el estreno de El maleficio de la mariposa.

El músico Manuel de Falla ejerció un influjo creativo en García Lorca que se sintió profundamente ligado al compositor al compartir con él su amor por la música, los títeres y el cante jondo. En la poesía del andaluz se refleja la influencia del músico a la hora de reconciliar las nuevas corrientes estéticas con las formas populares.

De las vertientes literarias que influyen en la configuración del universo poético de García Lorca está Luis de Góngora y Argote (1561-1627) que traza una huella en la poesía del poeta.  Fue en diciembre de 1927, que el grupo formado por el propio Lorca, Alberti, Cernuda, José Bergamín, Juan Chabás, Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Mauricio Bacarisse, comunicó a un público entusiasta una nueva visión no sólo de Góngora sino de su propio arte frente al de las generaciones anteriores. Era el tiempo de la madurez poética de García Lorca, entre 1924 y 1927, periodo en el cual atento al arte del pasado forma parte de uno de los grupos poéticos -según el propio García Lorca- más importantes de Europa, por no decir el más importante de todos.  

El poeta en Nueva York

La fama vino acompañada del éxito crítico de Canciones (1927) y el reconocimiento popular de Primer romancero gitano, publicado en julio de 1928. Sin embargo, la fama dejó descontento a Federico García Lorca, que, en cartas a sus amigos en el verano de 1928, confesó atravesar una crisis sentimental, “una de las crisis más hondas de mi vida”, escribiría a Sebastià Gasch y a José Antonio Rubio Sacristán, en agosto de 1928: “Estoy convaleciente de una gran batalla y necesito poner en orden mi corazón. Ahora sólo siento una grandísima inquietud. Es una inquietud de vivir, que parece que mañana me van a quitar la vida”.

En medio de la crisis, García Lorca recibe un golpe de su amigo Dalí que en dura carta cuestiona al Romancero Gitano que, según el pintor, era “ligado a la poesía antigua, incapaz de emocionarnos y que el libro pecaba de costumbrismo dentro de los lugares comunes más estereotipados y más conformistas”. El golpe fue duro, pero García Lorca lo asimiló, pese a la imagen costumbrista que se le colgaba del cuello, cantor de gitanos, ligado tradicionalmente al folclore andaluz.

La vida de Lorca daría un giro cuando Fernando de los Ríos, su antiguo maestro, lo invita a Nueva York. El viaje a la metrópoli del mundo significó para el poeta su descubrimiento de la modernidad, a través del teatro de lengua inglesa y de su contacto con intelectuales y artistas en el barrio de Harlem donde escucha jazz y blues, conoce el cine sonoro y lee a Walt Whitman y a T. S. Eliot. Fruto de la experiencia vital en la ciudad estadounidense -1929-1930-, García Lorca crea su célebre poemario Poeta en Nueva York en el que expone su denuncia de la crueldad, la deshumanización y la alienación de la vida en la gran ciudad norteamericana.

Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.

Puesto fin al periodo neoyorkino, García Lorca viaja entre marzo y junio de 1930 a La Habana donde recupera su vitalidad y vive “unos días intensos y alegres”, ofrece conferencias en la Institución Hispano-Cubana de Cultura, explora las tradiciones y la música afrocubana y compone un son basado en los ritmos negros. 

Tres años más tarde, en octubre de 1933, el poeta viaja a Buenos Aires y Montevideo donde dirige sus propias obras de teatro Bodas de Sangre, Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa y Retablillo de don Cristóbal. Es la consagración internacional del poeta conquistando un público de habla hispana fuera de España. Además, el viaje a Buenos Aires y Montevideo le significó ganar nuevos amigos, entre los cuales estaban el poeta Pablo Neruda, Juana de Ibarbourou y Ricardo Molinari; el escritor mexicano Salvador Novo, y el crítico Pablo Suero.

El poeta muerto en Granada

“Federico, que me hacía reír como nadie y que nos enlutó a todos por un siglo», dejó escrito Neruda sobre el amigo a quien vaticinó su muerte. La situación política en España se volvió insostenible con la eventualidad de un golpe militar y con actos de violencia callejera y asesinatos políticos. García Lorca se había puesto de lado de su pueblo y era conocido como un liberal. Como intelectual, bogaba por los derechos de los trabajadores y en diversas declaraciones de prensa denunció la injusticia social, convicciones que la habían granjeado el odio de sus enemigos conservadores: “El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre”, había dicho el poeta.

Ante una inminente guerra civil, García Lorca decide trasladarse a Granada a reunirse con su familia. La sublevación militar estalla en julio de 1936 contra la República y el franquismo declara el alzamiento nacional. Lorca es detenido la tarde del 16 de agosto y llevado al pueblo de Víznar junto con otros detenidos. Luego de pasar la noche en una cárcel improvisada lo trasladan en un camión a un sitio de la carretera entre Víznar y Alfacar, donde fue fusilado al amanecer. Debió ser la madrugada del 18 de agosto de 1936 que se apagó la vida y luz de Federico García Lorca, el poeta, como dijera Neruda:

Cuando vuelas vestido de durazno,
cuando ríes con risa de arroz huracanado,
cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,
la garganta y los dedos,
me moriría por lo dulce que eres,
me moriría por los lagos rojos
en donde en medio del otoño vives
con un corcel caído y un dios ensangrentado,
me moriría por los cementerios
que como cenicientos ríos pasan
con agua y tumbas,
de noche, entre campanas ahogadas:
ríos espesos como dormitorios
de soldados enfermos, que de súbito crecen
hacia la muerte en ríos con números de mármol
y coronas podridas, y aceites funerales:
me moriría por verte de noche
mirar pasar las cruces anegadas,
de pie llorando,
porque ante el río de la muerte lloras
abandonadamente, heridamente,
lloras llorando, con los ojos llenos
de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.        

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