- Clickultura
- BLOG
- 0 Comments
- 242 Views
Polémicas, huelgas y amenazas, en el mundo de guionistas y creadores audiovisuales se desatan a raíz de nuevos usos informáticos para labores creativas
Se ha convertido en una conocida anécdota que el prototipo de la inteligencia artificial se remonta al 250 a.C. en Alejandría, cuando un matemático e ingeniero construyó un mecanismo auto-controlado para un sistema de flujo de agua. Pero el autocontrol no era la meta del término «inteligencia artificial» cuando el informático John McCarthy lo propuso en 1956 en la universidad de Dartmouth, con relación a un estudio que buscaba determinar cada factor implicado en la dinámica del aprendizaje humano, y encontrar todos los aspectos involucrados con el concepto de inteligencia. El propósito era que al conocer pormenorizadamente estos procesos cerebrales, se los pudiera programar en máquinas a fin de que estén en la capacidad de replicarlos: formar abstracciones, conceptos, utilizar lenguaje y resolver problemas solo abordados por la mente humana. En otras palabras, se trató de entender cómo las personas realizamos los procesos de aprendizaje y resolución de problemas, según lo recoge en un artículo Enrique Amestoy, publicado en Clickultura el mes pasado.
No fue entonces extraño que el primer ámbito en que se logró fehacientemente sustituir razonamientos humanos por secuencias de operaciones informáticas fuera el ajedrez, en donde el éxito se basa en calcular las probabilidades de tal o cual movimiento, para predecir y planificar las futuras decisiones propias. Así fue como en los años 90 el computador Deep Blue derrotó al número uno del ajedrez mundial, Garri Kasparov.
El objetivo implícito en lograr que las máquinas «aprendan» por sí mismas y mejoren sus rendimientos apuntó siempre a la esfera del trabajo: que nos ahorren a las personas el tiempo y el esfuerzo en tareas que requerirían un nivel básico de inteligencia y toma de decisiones. Sin embargo —como ha ocurrido con infinidad de avances tecnológicos que terminan siendo usados con fines distintos de los originalmente pensados—, en la actualidad las herramientas y sistemas basados en inteligencia artificial (o «AI», por sus siglas en inglés) han causado impactos inesperados, crecientes y preocupantes en varios ámbitos. En marzo de este año, varios ejecutivos de firmas tecnológicas, junto a académicos e investigadores, hicieron pública una carta que solicitaba poner cortapisas al desarrollo de las AI, porque, según afirman, si no es supervisado por humanos podría desembocar en riesgos para la sociedad.
Y el más palpable, por ahora, tiene que ver justamente con el sector del trabajo. Amestoy recoge: «El pasado 5 de abril de 2023 la banca de inversión Goldman Sachs presentó un informe en el que señala que la AI podría reemplazar el equivalente a 300 millones de empleos de tiempo completo y podría reemplazar una cuarta parte de las tareas laborales en EEUU y Europa, y eventualmente podría aumentar el valor anual total de los bienes y servicios producidos a nivel mundial en un 7%».
En dicho contexto, resulta simbólico que el gremio que se esté viendo ahora directamente amenazado por la AI sea el de los guionistas estadounidenses. El WGA (por sus siglas en inglés) es un poderoso sindicato con más de 11 mil miembros que escriben los guiones para series y películas, e incluso letras de canciones, dentro de la gigantesca industria audiovisual de ese país. Y entró en huelga a inicios de mayo a raíz de un conflicto vinculado con una renegociación de su contrato, en donde entre otros puntos se menciona como un hito importante la injerencia de la AI en sus labores.
Y es que, con el afán de reducir costos, varias empresas de producción están «entrenando» a sistemas de inteligencia artificial para que puedan construir tramas y guiones normalmente concebidos por grupos de escritores profesionales, y formados en los sets de rodaje. Legalmente, si el material producido por computadoras se califica de «literario» u «original», estarían comprometidos ahí los pagos por derechos de autor, y las personas que hacían dicho trabajo dejarían de percibir sus honorarios.
Los temores expresados por miembros del WGA no pasan por la calidad del material potencialmente creado por máquinas, pues están seguros de que ninguna AI podría reemplazar sus obras. Pero temen que los ejecutivos estén dispuestos a hacer concesiones creativas para mejorar la rentabilidad. «En la última década se redujeron los equipos de guionistas en nombre de temporadas de series de las plataformas cada vez más cortas. Y los grandes estudios como Disney están despidiendo personal para tranquilizar a Wall Street», detalla un informe de la agencia AFP.
La huelga de guionistas, por ahora, ha detenido producciones de series y películas cuyos lanzamientos están siendo reprogramados mientras los directivos de los estudios no llegan a acuerdos con sus escritores. El último paro de los guionistas se dio hace 15 años (cuando Netflix estaba recién iniciando), por disputas en torno a las regalías generadas por retransmisiones y repeticiones de programas antiguos, en unos montos que los escritores consideraban demasiado bajos. La polémica actual, en cambio, toca un asunto que se anuncia con implicaciones a mayor plazo, y cuyo peor escenario para los trabajadores creativos incluye el ser completamente relegados y eventualmente reemplazados.
Así al menos lo sugieren posturas como las del productor de cine Todd Lieberman, quien ha asegurado que «en los próximos tres años, verán una película escrita por AI, (y será) una buena película». A lo que Rob Wade, ejecutivo de Fox, complementa que la inteligencia artificial no solo se empleará para la elaboración de guiones, sino también para labores de montaje, para la concepción gráfica y la dirección de arte: «Dentro de 10 años, la AI podrá hacer absolutamente todas estas cosas», explica.
Hay también posturas intermedias, como por ejemplo la de Austin Bunn, guionista y profesor asociado de la Universidad de Cornell, quien no se resiste a encontrarle cierta utilidad al empleo de la AI como herramienta. «Soy un poco partidario de la AI y de su papel en el proceso creativo», afirmó Bunn a la revista Rolling Stone. «No me siento amenazado en absoluto. En última instancia, contar historias se reduce a una parte de mí que quiere expresarse. Una máquina puede elaborar una frase, pero no hay pasión detrás».
Desde el concepto inicial de que máquinas pudieran «aprender a aprender», para así ahorrarnos tiempo y esfuerzo en determinadas labores, hasta el punto actual en que voces expertas en el tema anuncian que es difícil predecir qué rumbos tomará el desarrollo sin control de la AI, existe un trecho amplio e incierto. Se está volviendo cada vez más necesario tomarnos el tiempo, como sociedad y humanidad, de evaluar, reflexionar y definir los usos que queremos darle a la tecnología actual.