Selección de cuentos Dublineses (por James Joyce)

El escritor que transformó el género de la novela, poniendo en el centro literario al lenguaje y sus infinitas posibilidades por sobre las rigideces tradicionales para estructurar el discurso (el punto de vista, la verosimilitud, la originalidad, la voz narradora, etc.), debutó con la colección de quince cuentos titulada Dublineses, en 1914. Ahora, la Campaña de Lectura ofrece seis de estas magistrales narraciones en el volumen Cuentos dublineses.

Aunque en apariencia las tramas de los relatos están desconectadas, el corazón que late bajo el conjunto es el protagonismo de la ciudad de Dublín, capital de Irlanda. Años después, Joyce le confesaría a un amigo que en su célebre Ulises él se proponía (entre otras cosas) hacer una reconstrucción tan fiel de Dublín que si la ciudad desapareciera de la Tierra, se podría reconstruirla a partir de su escritura.

Joyce, incansable buscador de las impensadas posibilidades cifradas en el lenguaje, aprovechaba equívocos, dobles interpretaciones y arcaísmos al elegir los términos que articulaban sus narraciones. Esta especie de devoción por la palabra está ejemplificada claramente en el cuento «Las hermanas», donde se relata sobre la muerte del padre Flynn, un cura retirado y enfermo, en los ojos de un niño de quien había sido tutor. Desde el primer párrafo, el jovencito (quien narra la historia) expresa la intriga que le despertaban ciertas palabras, invitándonos a detener nuestra lectura al pie de la letra. Así, a lo largo del texto, se podrán ir encontrando, en frases aparentemente sueltas aquí y allá, una serie de sugerencias muy sutiles sobre la vida del sacerdote, que podrían ir conformando versiones cuestionables alrededor del personaje. El título del cuento se debe a una escena en la parte final, cuando tres hermanas conversan sobre el difunto y, sin quererlo, van soltando esos detalles que llenan de sombras y pliegues al sospechoso Flynn.

Otra vez el misterio es central en la historia del relato «Un encuentro», y nuevamente también la narración nos llega en la perspectiva de un jovencito. El mencionado encuentro tendrá lugar cuando el protagonista y un amigo eligen salir de la burbuja, rígida y doctrinaria, de su colegio, en busca de aventuras en la ciudad. Los jóvenes protagonistas rehúyen la historia romana que deben estudiar en clase, embelesados por los mundos ficticios y emocionantes de las historietas sobre el Lejano Oeste que tanto consumen. Hacia el final de su propia aventura, conocen a un extraño viejo que les habla, entre otros temas, sobre su educación cuando fuera niño, las lecturas que había hecho y las normas de comportamiento que él debía respetar. En sus palabras se mezcla tanto una melancolía por la infancia como una velada amenaza de violencia que no llega a formular; conformando el envés de los protagonistas (niños que quisieran ser mayores) e infundiéndoles un miedo de algo que no alcanzan a comprender.

Semejante rito de paso, dejando atrás la niñez, es el que atraviesa el protagonista del cuento «Arabia», una historia que se centra esta vez en la ilusión del enamoramiento. Nuevamente, la ciudad ofrece los contrastes entre lo público (lo multiforme, lo bullicioso y desordenado) y lo privado (lo íntimo, secreto y pasional) que propician las transformaciones de los personajes. En este caso, además, el narrador aunque aborda una anécdota de juventud se posiciona en un registro discursivo en apariencia lejano en el tiempo; lejanía que resuena en el nombre del bazar «Arabia» al que quiere acudir para comprarle un regalo a la chica que lo ilusiona. La posibilidad del amor —que puede truncarse por personajes adultos, desencantados y patéticos— se dibuja aquí como un exótico paisaje inaccesible.

No solo en cuanto a técnicas narrativas fue Joyce un revolucionario, sino que más profundamente se ocupó en retratar la obsolescencia de los valores tradicionales más retrógradas; como hemos visto, la educación religiosa, estricta e hipócrita, resulta desenmascarada en varios de sus relatos. En «Eveline», de su lado, la protagonista es una joven de diecinueve años que ha sufrido la violencia de su padre (además de la enfermedad de su madre y la pérdida de un hermano), que de pronto tiene ante sí la posibilidad de dejar Dublín y cambiar su desafortunada vida. En el momento en que debe decidirse, entrará en juego toda la idiosincrasia irlandesa que Joyce veía críticamente, que podía conducir, con el peso de la inercia, a una peligrosa y deprimente inmovilidad.

En el vertiginoso cuento «Después de la carrera», la mirada sobre Dublín es la de un grupo de extranjeros, aficionados al automovilismo, que atraviesan la ciudad de modo superficial, y luego comparten una celebración en un yate, donde beben y apuestan hasta el alba del siguiente día. Esta historia complementa la representación de Dublín aportándole el desapasionado punto de vista, aristocrático y ajeno, de Jimmy Doyle, quien hará todo por acoplarse a la posición de sus colegas del exterior.

El texto que cierra esta selección es «Los muertos», célebre narración que, pese a ser la más larga del libro, se destaca por la contención de historias, personalidades y temáticas que entraña. En el texto asistimos a una aristocrática velada que ofrecen las hermanas Kate y Julia Morkan, dos mujeres mayores que reúnen a varios invitados en la época de Navidad. Escuchamos los vivos diálogos que ocurren entre ellos, los vemos bailar y cantar, y nos adentramos en la atmósfera de la fiesta; nos acercamos particularmente al sobrino de las anfitrionas, Gabriel, quien ha asistido junto con su joven esposa Gretta. La formalidad del discurso que debe dar Gabriel, intelectual y literato, contrasta con el paseo que dan tras la reunión, y el regreso al hotel de la pareja. Progresivamente en un ambiente más calmado e introspectivo, en el intercambio íntimo del matrimonio regresan detalles (nombres, momentos) de la velada, ahora bajo la luz de una reflexión existencial. Un recuerdo privado de Gretta aportará gravedad y tristeza a una jornada que irónicamente empezó siendo festiva. Aquí, Joyce ha abandonado las preocupaciones infantiles y juveniles de los otros cuentos, para abarcar otros momentos vitales de sus personajes. En los largos diálogos en donde poco aparece la voz narradora, tenemos frente a nosotros verdaderas escenas cuya teatralidad, ingenio, gracia y sutileza se emparentan con muchos pasajes del Ulises. Este libro, por tanto, es un ingreso propicio y entretenido al complejo universo de la obra de Joyce.

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