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Se cumplen 125 años del nacimiento del maestro de maestros, entre ellos los integrantes del boom latinoamericano o Juan Benet, a su vez modelo del recientemente fallecido Javier Marías
No se sabe bien cuando, cómo y por qué William Falkner se cambió el apellido por el de Faulkner, pero así ha pasado a la historia de la literatura universal, casi una principiante metáfora de su obra surgida toda ella del mismo lugar, Oxford, en Misisipí, adonde se trasladó la familia en 1902 desde New Albany. Del mismo modo sencillo que Falkner se convirtió en Faulkner, Oxford se convirtió en Yoknapatawpha, el condado imaginario donde transcurrió toda su obra y toda su vida, como si todo el movimiento de la misma hubiera sido poner una «u» en medio de una vocal y una consonante.
Pero lo cierto es que tampoco estuvo tan parado, al menos hasta que empezó a ser el Faulkner escritor después de haber sido el Faulkner (o el Falkner) aviador que no llegó a participar en la guerra, el estudiante fracasado o el funcionario de correos que dijo basta a cualquier ocupación que no le permitiese dedicarse a escribir. Por eso dijo un día que el mejor trabajo que nunca le ofrecieron fue el de administrador de un burdel:
Paseos con Sherwood Anderson
«En mi opinión, ése es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada que hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar (…) el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado (…) Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky».
«Sherwood dice que si no tiene que leerse tu manuscrito, le dirá a su editor que lo acepte»La mujer de Sherwood Anderson a Faulkner
Cuentan que al principio de todo se hizo amigo de Sherwood Anderson, con el que paseaba por Nueva Orleans. Un día dejó de hacerlo y cuando Anderson pasó por su casa para preguntar qué pasaba y Faulkner le dijo que estaba escribiendo su primera novela, aquel dijo: «Dios mío». Cuando Faulkner terminó su libro y fue a casa de Anderson, la mujer de este le recibió y le dijo: «Sherwood dice que si no tiene que leerse tu manuscrito, le dirá a su editor que lo acepte». Y entonces allí comenzó la carrera del futuro Nobel, contemporáneo y antagonista de Hemingway, en el fondo y en la forma, de quien también fue Sherwood Anderson una suerte de preceptor a quien sus «pupilos» sepultaron de forma distinta: mientras Ernest escribió una sátira ridiculizándole, William le reconoció como uno de los padres olvidados de la literatura estadounidense, del mismo modo que dijo que Thomas Mann y James Joyce habían sido los grandes nombres europeos de su tiempo.
Sus siguientes novelas, tras La Paga de los Soldados, Mosquitos y Sartoris, tuvo dificultades con la forma y con los editores y con el público. El Ruido y la Furia, la cuarta de sus novelas, (que escribió cinco veces sin quedar nunca satisfecho), fue el origen de la leyenda, cuatro monólogos interiores de los que uno de ellos era el de un niño idiota; una absoluta novedad, una voz nueva que volvería a repetir y le caracterizaría, como en El Villorrio, su mejor obra según Jonathan Franzen. William Faulkner dijo que fue un poeta fallido y por eso empezó a escribir cuentos. Solo cuando fracasó también con los cuentos, se dio cuenta de que la única alternativa era la novela. Otras de sus afirmaciones sin subordinadas, como las de sus obras, fue que si no hubiera existido, alguien le habría escrito, «Hemingway, Dostoievski, todos nosotros…».
«Si Azorín decía que había que escribir las cosas una detrás de otra, Faulkner las escribía una dentro de otra»Julian Marías
Mario Vargas Llosa afirmó que había leído Luz de Agosto más de media docena de veces. Un estilo personalísimo, deudor de Anderson, del que Julian Marías dijo: «Si Azorín decía que había que decir las cosas una detrás de otra, Faulkner las escribía una dentro de otra». El oxfordiano sentía predilección por Falstaff, por don Quijote y Sancho y por Huckleberry y que sus «viejos amigos», a los que siempre volvía, eran el Antiguo Testamento, Dickens, Conrad y Cervantes, cuya obra magna admitió leer cada año. Sobre la Biblia, admitió que la aprendió porque su bisabuelo, «un hombre afable y cordial» le obligaba, a él y a toda la familia, a recitar un versículo nuevo cada día antes de desayunar.
La Biblia
La familia, su pueblo y las Escrituras, los tres pilares de una obra interminable: «Descubrí que mi propia parcela de suelo natal era digna de que se escribiera acerca de ella y que yo nunca viviría lo suficiente para agotarla, y que mediante la sublimación de lo real en lo apócrifo yo tendría completa libertad para usar todo el talento que pudiera poseer, hasta el grado máximo. Ello abrió una mina de oro de otras personas, de suerte que creé un cosmos de mi propiedad. Puedo mover a esas personas de aquí para allá como Dios, no sólo en el espacio sino en el tiempo también…». Un mundo del que Sartre dijo que era «la más formidable caja de Pandora del presente, en la que no falta ningún horror, desde la corrupción al incesto».
Guionista en Hollywood, su actor favorito era Humphrey Bogart, con quien «más a gusto trabajó», algo que nunca le importó demasiado, lo de agradar, incluido a sus lectores, en los que no pensaba al escribir. Cuando le preguntaron qué les diría a los lectores que decían no entender sus obras, respondió: «Que las lean cuatro veces». Lo que hacía más de cuatro veces al día era beber. Antes de ir a recoger su Nobel a Estocolmo en 1949 llevaba varios día borracho. Su familia le rogó que dejara de beber para poder viajar y él miró el calendario y dijo: «Voy a beber todavía dos días más». Cuando llegó el día fue a recibir su premio de la Academia sueca y regresó enseguida a su hogar familiar, a su entorno, del que no salió nunca en vida y en obra, a pesar de haber dicho considerarse un vagabundo, acaso un vagabundo interior. Dos Pulitzer y dos National Book Awards completaron un «palmarés» que ya no pudo ampliarse a partir del 6 de julio de 1962, cuando murió de un ataque al corazón y cuando comenzó la leyenda.