Nicasio Duno, el pintor venezolano del Éxodo expone en Quito

Vino de Venezuela invitado a presentar su obra en el 2017. Es oriundo de la región del Estado de Falcón donde estudió en la Escuela de Arte Tito Salas, y se hizo pintor. Allí formó una comunidad con amigos artistas con quienes compartía talleres de poesía y pintura y funda con los pintores Emiro Lobo y Luís Colina el Taller “A” Adicora. Realiza trabajos de arte para la Universidad Francisco de Miranda, desde 1996 a 2002, y al cabo de los años continúa su proceso creativo y de investigación artística sin descanso. Actualmente exhibe su obra en Sara Palacios Galería. (Manuela Sáenz E5-28 y 19 de diciembre – Nayón, Quito).

¿Te consideras un artista en el exilio?

He cruzado fronteras, y en mi éxodo traigo conmigo la memoria visual, imaginario mágico de nuestra cultura. Mi pintura es poética mis temas son sobre la fábula, el cuento y el tema de la naturaleza.

¿Qué otra función, a parte de la estética, le atribuyes al arte?

El arte como función es uno de los aspectos importantes de la vida del ser humano. El arte es una curación que trato de compartir con el público, porque la gente común no tiene un medio como para descargar sus angustias. Ante una sociedad en la que vivimos, tan convulsionada, el arte pasa a ser un elemento importante. Son procesos de comunicación que vienen curados, a través del artista y se hace conciencia de un determinado aspecto de la vida y de alguna manera uno está comprometido. 

¿El compromiso pasa por exorcizar demonios?

Bueno, te voy a decir que tiene que ver con eso. Yo conocí un pintor gestual que cuando entró en su catarsis de locura entró en una pintura absolutamente detallada. Él estaba haciendo una catarsis, pero pintaba cosas que no eran agradables a la vista.

¿Cómo compatibilizar las necesidades individualistas del artista con las necesidades colectivas?

El espectador se ve reflejado como en un espejo y cuando hay algo que está fuera de los parámetros que rompen con esa parsimonia, llega un momento en que la gente se identifica con eso, porque todos tenemos ese lado oscuro que pasa por estados de ánimo. Para llegar a ello hay un proceso y eso es arte.

¿Cuáles son tus temáticas obsesivas?   

Mi primera exposición fue a los 17 años cuando era un joven muy protestatario. Trabajaba en contra de un sistema reaccionario, y encontraba que las cosa deberían ser más equitativas, más armónicas, más equilibradas. 

¿Aun mantienes esa actitud contestataria?

Hay que aceptar el mundo tal como es, pero hay que verlo dentro de otra dimensión. Y empecé a interiorizar e ir a mis recuerdos en una retrospección y a ver las cosas bonitas que me mostraban mis abuelos y ahí encontré la fuente de lo que para mí significa la esencia de la vida. Empecé a ahondar en eso y desarrollé un proyecto en el arte en el que quería hacer notar que nuestros símbolos, nuestro pasado y nuestra cultura, tienen cosas hermosas.

¿Técnicamente, en qué tendencia ubicas tu obra?

La tendencia mía es nueva figuración, ese movimiento se dio en Venezuela en los años setenta. Eso era lo que yo quería buscando romper con los esquemas de lo convencional.

¿De qué va la exposición Éxodo?

La primera exposición que traje de mi país en el 2017 cuando trasladé treinta pinturas tenía que ver con mi éxodo. Yo preví que no iba a regresar, por lo tanto, me había proyectado de que esto no lo podía eludir y tenía que mostrarlo, por la nostalgia y el desarraigo. Se hizo una obra que raya en lo conceptual contemporáneo.  

¿Éxodo alude al intento de fuga del ser humano, pero hay también una alusión al éxodo político de los venezolanos?

Si claro, lo que pasa es que lo tomo así porque yo no me vine huyendo, lo tomé muy conscientemente y en principio fue un Éxodo, pero ese proceso que vive mi país lo veo como una cosa transitoria, no será permanente, porque Venezuela es la tierra de gracia, es una tierra bendita y tiene la gracia de lo divino y, por lo tanto, las cosas pueden cambiar.         

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