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Por Fernando Naranjo
Seguramente desde las Peñas se vieron todos los incendios que consumieron Guayaquil.
Una ciudad que se incendiaba con demasiada periodicidad junto a uno de los estuarios más grandes de la costa del Pacífico. Río-cerro, cerro/río, Las Peñas es un enclave ecológico/urbano preponderante de la ciudad, y que amerita su reconsideración.
Desde allí, se dice, rechazamos piratas, pero acogimos la pesca de cada día; desde sus peñas vimos zarpar todos los navíos del que debió ser, por destrezas y por maderas, astillero real; también vimos fondear la nave que trajo a San Martín y, con terrible impotencia, debieron observarse aquellas cruces anuales de fuego (recuerdo imperecedero de la insurgencia obrera y de su represión sangrienta) flotando sobre el estuario del Guayas.
Por las piedras de sus calles, en franca rebeldía contra el olvido, subieron las maderas de las edificaciones que replicaron las arquitecturas consumidas por los fuegos de 1764, de 1896, de 1910, hasta que las fallas de la memoria nos hicieron creer que se trataba de construcciones coloniales… No importa. La carpintería de ribera, si pudiera emularse, tendría en tales edificaciones suficientes conocimientos como para volver a confiar en la caoba o en el guasango, si tales especies no estuviesen, prácticamente desaparecidas.
Con los años Las Peñas se volvió identidad, una de las pocas identidades en la que los guayaquileños podemos afianzarnos con holgura y placer… ¿No quedan allí las oficinas del Instituto de Patrimonio? ¿No comandan Las Peñas el obligado recorrido del turismo local y extranjero? ¿No se encuentran allí las asombrosas galerías con las obras de los mejores acuarelistas del Guayas, de sus mejores paisajistas y retratistas? ¿No es allí, donde SIEMPRE encontramos algún viejo amigo que es motivo para caminar, platicar y encontrar buena música y cervezas heladas?
En tesonera consonancia cívica, desde sus faldas podemos pasar al cementerio, a la antigua cárcel, al viejo hospital, a las escalinatas y al faro nuevo, a la zona rosa, al malecón, al museo antropológico, al teleférico, al hemiciclo de Bolívar y San Martín, a la torre morisca, a la plaza administrativa… Pero, la identidad territorial, más que un asunto sentimental, implica estrategias de planificación, de fomento y de conservación de esos valores de sobrevivencia que, contra todo pronóstico, tienen a Las Peñas allí, donde debe estar.
Pues, días hay en que, para los guayaquileños, “Las Peñas” es todo.
El texto fue posible gracias a varios libros y artículos que no hablan específicamente de Las Peñas, pero orientan, de manera impecable, los contextos histórico-sociales, ecológicos, urbanísticos y étnicos, tan necesarios para entender la ciudad.
Libros: “Relatos de historia guayaquileña”, 1950, Huerta, Pedro José; “Los diez-los veinte”, 2009, fotografías de Guayaquil seleccionadas por Hidalgo, Ángel Emilio; “Guayaquil en la historia. Una visión crítica”, 2009, Calderón Chico, Carlos, compilador varios autores (Enrique Ayala, Plutarco Naranjo, Pedro Saad, René Maugé, Guillermo Arosemena, Melvin Hoyos, entre otros); “Guayaquil, una ciudad colonial del trópico”, 2017, Núñez, Jorge.
Artículos, tomados de “Cuadernos de la Casa” CCNG, números 003, 006, 011. Articulistas: Aguilar Morán, Santiago; Pérez, Teresa; Facó Romoleroux, Paolo; Morán, Esquilo; Aycart Tutivén, Jorge; Compte, Florencio; Castillo González, Javier; Ugalde Vicuña, Johnny; Ullauri Castro, Juan; Moreira, Alfredo Antonio.