Crónicas (Bob Dylan)

Bob Dylan es mundialmente conocido por su obra musical, pero tal y como ocurre con otros astros de la música popular contemporánea, con el paso de los años su interés ha ido pasando por diferentes disciplinas artísticas con diversa fortuna. Así, se ha dedicado al cine (Renaldo y Clara; Masked and Anonymous) con escasa fortuna de crítica y público, a la pintura (algunas de cuyas obras han servido para ilustrar portadas, contraportadas y fundas de discos (p. ej. la de Self Portrait), a la difusión de sus gustos musicales a través de una emisora de frecuencia modulada y, cómo no, a la literatura (Tarántula).

La escritura literaria (al margen de los textos de sus canciones) ha sido una constante en la vida de Dylan dado que durante su primera etapa (1962-1966) dedicó mucho tiempo a pulir los escritos que, finalmente, se plasmarían en Tarántula, si bien, lo publicado finalmente fue una revisión total de lo escrito durante dicho periodo. El poco reconocimiento que tuvo este libro llevó a Dylan a obviar la publicación de más obras, con la única excepción de un libro que presentaba los textos «oficiales» de sus canciones (incluyendo muchas que no habían sido publicadas oficialmente por su discográfica). Finalmente, en 2005 publica el primer volumen de Crónicas, una peculiar visión autobiográfica de su evolución como músico.

En este primer (y hasta la fecha único) volumen, Dylan hace un repaso de tres momentos diferentes de su carrera. En primer lugar, su llegada a Nueva York a principios de los años 60 desde su Minnesota natal, cargado de esperanzas pero falto de tablas y experiencias. Las personas que conoce, la música que escucha, sus lecturas arbitrarias e impredecibles van impregnándole y confiriéndole seguridad hasta obtener su primer contrato discográfico con Columbia, siendo todavía un completo desconocido para la mayoría del ambiente folk del Village.

El siguiente capítulo que Dylan rememora en las páginas de Crónicas es el momento en que trata de desprenderse de su fama de profeta y portavoz de una generación. Su faceta pública durante el periodo 1963-1966 llegó a anular a la persona privada. Su indudable ambición y deseo de notoriedad se vieron plenamente satisfechos llevándole por los escenarios de todo el mundo en una carrera que corrió el riesgo de terminar con su vida (o con su cordura) y que, finalizó de manera abrupta en el famoso accidente de motocicleta en Woodstock en 1966. Este accidente permitió a Dylan un periodo de reflexión y serenidad que le sirvió para replantear la visión que deseaba proyectar al mundo. Lejos de erigirse como el visionario poeta, el cantante protesta o el icono de la nueva era, Dylan quiso ser conocido como un artista sin más pretensión que hacer bien su trabajo mediante grabaciones y actuaciones en directo. En este sentido, y para lograr modificar la visión que el público tenía de él, comenzó su tarea mediante la grabación de discos descaradamente alejados de la grandiosidad de sus obras anteriores, aceptó premios honoríficos y se mudó en numerosas ocasiones buscando huir de sus admiradores. Como es notorio, este intento no logró pleno éxito dado que para el subconsciente colectivo, Dylan, siempre irá unido a canciones como Gates of Eden, Masters of War o Like a Rolling Stone.

Finalmente, el tercer momento escogido por Dylan para escribir sus Crónicas es el año en que cree llegada la hora de retirarse definitivamente del mercado musical. Sus últimas obras no gozan del aprecio de la crítica ni del público, sus numerosos conciertos tienen algo de rutinario, de manida representación de la farsa de una leyenda de otra época. Y, sin embargo, descubre, a través de un viejo intérprete de color, un nuevo modo de entender la música, la interpretación, de dar sentido a una desorientada y alicaída carrera musical. Pese a que no puede tocar la guitarra por tener una herida en la mano, escribe la letra de varias canciones que acabará grabando en Nueva Orleáns. El nuevo disco será bien recibido por la crítica y Dylan perseverará hasta encontrar la salida a un destino que parecía escrito con tinta indeleble. La recuperación de viejas grabaciones inéditas y la publicación de dos discos con interpretaciones acústicas de viejas canciones de country, gospel y blues le dejarán a las puertas de su recuperado prestigio crítico con sus tres últimos Lps de estudio, si bien este proceso queda a la espera de sucesivos volúmenes de estas crónicas.

Estos tres episodios no se relatan de manera lineal sino que se alternan a lo largo de la obra lo que puede crear ciertas dificultades de seguimiento para aquellos lectores no familiarizados con la biografía de Dylan. Para los que sí lo estén, el libro recopila abundante información interesante sobre las influencias musicales o literarias, su «implicación» en el movimiento por los derechos civiles, su primer encuentro con Joan Baez, etc. Sin embargo, no hay nada en él realmente novedoso y que no pueda ser consultado en cualquier otra biografía. ¿Qué es, por tanto, lo que hace realmente interesante la lectura de este libro?

Sin lugar a dudas, la elección de los tres momentos citados, elegidos con una clara intencionalidad por el autor, pretende dar una clave. En cada una de las tres situaciones descritas, Dylan se «inventa» a sí mismo. Pretende escapar de una realidad que le oprime, sea su rutinario papel de leyenda viva del rock, su anodina adolescencia rural o su papel de portavoz de la juventud occidental. Esa lucha por elegir y forjar su propio destino, obviando las alternativas más sencillas y previsibles, es la lección que puede extraerse de las páginas de Crónicas. Cambiar para ser fiel a sí mismo, mutar para permanecer en el centro. Al igual que la lectura de Bound for Glory, de Woody Guthrie, supuso una importante lección en la juventud de Dylan, Crónicas puede ser visto como un alegato en favor de la honestidad y la libertad del artista. Sin embargo, si el propio Dylan leyera esto, sin lugar a dudas pensaría, «me he vuelto a equivocar, no entienden nada» y seguro que tendría razón.