Cultura, prensa y periodismo cultural

Por Kintto Lucas  

Parece cada vez más evidente que los hechos que no salen en la pantalla chica y en los otros medios de comunicación “no ocurren, no existen” aunque los hayan presenciado cientos de personas, más aún en cierto tipo de suceso no tan masivos como la presentación de un libro. Así que podríamos preguntarnos para que tener una sección cultural, que se dedica a tratar hechos que “no existen o no ocurren”. Justamente para que comiencen a ocurrir.

LA DISCUSIÓN CULTURAL

Primero tenemos que entender a la cultura como una dimensión creativa de la vida cotidiana donde se modela el quehacer humano. Es necesario que los periodistas entiendan que la cultura no se trata únicamente de exposiciones, espectáculos, presentaciones de libros, sino de la cotidianidad de la gente. Lamentablemente, como dice Jesús Martín Barbero, tratar la cultura desde este punto de vista es difícil porque los periodistas culturales están marcados por la rutina de una agenda cultural muchas veces mediocre. Pero, además, esta la lógica informativa que hace valorar, como noticia lo que aconteció en las últimas horas. Así, los hechos de la vida cultural terminan descontextualizados en la vorágine de la información. La temporalidad compulsiva de la actualidad choca de frente con la de la vida cultural.

Los distintos ámbitos de la cultura hablan también de lo que ocurre en un país, son un reflejo de su corrupción, su violencia, su grisura, su color o su sensualidad. No se puede aceptar que para hablar de cultura haya que dejar de lado la realidad que viven nuestros países, cuando interrogando el quehacer cultural podemos entenderla mejor. Retomando a Jesús Martín Barbero, los medios deben construir un discurso cultural que abarque a las distintas secciones, no solamente a la que se denomina sección cultural. Es importante ampliarla e ir más allá de esa seudo autonomía que parece decirnos que solo lo que está ahí es cultura y lo demás nada tiene que ver con ella, desvinculándola de la vida cotidiana de un país.

Los periodistas culturales, con raras excepciones, nunca van adelante en el tratamiento de temas más amplios. Esperan que el debate se instale en otras áreas de la vida cotidiana, y a partir de ahí ven si tienen espacio para tratarlo “culturalmente”, y la mayoría de las veces prefieren obviarlo. No se dan cuenta de la importancia de abrir el debate cultural en distintos ámbitos. Pero hay excepciones, la sección Contraseñas del diario El Comercio de Quito intenta ver la realidad desde un punto de vista cultural. El diario O Globo de Brasil, trató la prisión de Pinochet en cuatro páginas en las que el periodismo investigativo por momentos era cultural y el periodismo cultural por momentos esa investigativo, contextualizando con opiniones de distintos sectores de la sociedad analizando la prisión como un hecho cultural. De igual manera podría encararse el papel del estado, la gresca en un partido de fútbol, la violación de los derechos humanos, el papel de los medios de comunicación.

Otra presión que sienten los periodistas culturales de la prensa es la necesidad de que los artículos culturales no sean “pesados” como los de ciertas publicaciones especializadas, pues ahuyentan a un gran número de lectores. Pero si bien es verdad que los artículos no pueden ser para eruditos, tampoco podemos ir a otro extremo: para algunos dueños de periódicos, las páginas culturales deben ser algo así como una fábrica de telegramas. De esa forma subestiman a la gente, asumiendo que esta solo puede digerir los que sea corto. ¿No será esto una banalización de la cultura?

HACIA UN DEBATE CRÍTICO

En la crisis que vivimos, es fundamental un periodismo que contribuya a conocernos mejor y a entendernos. Para eso es necesario que el debate franco substituya a la intolerancia, solo así el periodismo cultural puede ayudar a forjar una sociedad en que se respete la diversidad.

Hasta hace algún tiempo la cultura era una apuesta segura a la confrontación de intereses intelectuales o ideologizados que abrían espacio a maniobras y contramaniobras que (dicho sea de paso) ayudaron a que desde hace ya mucho tiempo no exista en Ecuador ni en Uruguay, ningún organismo, institución o lugar de confluencia de las distintas áreas del trabajo cultural, como fue en algún momento la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Tal vez ese sea uno de los motivos por el cual no se discute asiduamente sobre el quehacer cultural. Y ahí cumple un papel nefasto la prensa que no sabe abrir el debate. En cuanto a esto no hay muchas diferencias en los distintos países de América Latina. Todas las sociedades necesitan del debate, pero este no se da salvo honrosas excepciones. Lo que permanece en la prensa es un discurso de elogios mutuos y cuando hay una crítica suele pasarse hacia el terreno de la destrucción.

Pocos apuntan al debate, porque los medios, en lugar de asumir esa realidad que vive la cultura y procesarla, la trasladan a su página transformada en amiguismo cultural: no se cuestiona, por ejemplo, la discriminación en los auspicios culturales por parte del Estado y la empresa privada, que muchas veces apoyan eventos mediocres por amistad y se olvidan de realización es creativas.

Muchas veces, el auspicio depende de los contactos en las empresas u organismos estatales para conseguir apoyo. En 1995 la crítica y el público señalaban a la obra del teatro Solo cenizas hallaras como una de las mejores de los años en Quito, pero no logró ningún auspicio. Sin embargo, otras sin la misma calidad, pero con mejores contactos, consiguieron múltiples auspicios estatales y privados. Es  esa una de las tantas realidades que la mayoría de los periodistas culturales soslayan, pero, además asumen la misma práctica.

Así, dan cabida a los amigos, pero no a quienes discrepan. Esa relación de la mayoría de los periodistas culturales con el medio, el hecho de recibir el regalito navideño de una galería o un centro cultural, asumir los cocteles como un acontecimiento cultural y las preferencias de grupo, hacen que las páginas culturales se tornen poco creíbles. Además, la gente empieza a malinterpretar e imaginarse cosas, por ejemplo: que determinado crítico halaga a determinado cineasta o escritor, o artista porque es su amigo o es de su grupo. Ese ambiente de sospecha es el que vive la cultura en algunos países, y de ese ambiente se salvan muy pocos. El periodista cultural tendría que sacar a la luz ese ambiente, romperlo mediante el debate y aportar a la construcción de un medio cultural, y de una sociedad, más transparentes. Es lamentable que las secciones culturales sean lo mismo que esas revistas que se publican entre compadres.

Por otra parte, el periodista cultural (bueno, todo periodista) debe desburocratizarse. No puede ser que muchos vivan gracias a los boletines de prensa, una actitud digna de la mejor burocracia.

Esa actitud solo sirve para congelar el debate. Los periodistas culturales están obligados a descubrir en la cotidianidad las preguntas, las contradicciones, y transmitir la diversidad, la necesidad de respeto al otro, con todas sus diferencias. Solo de esa forma estamos creando cultura y formando un espíritu crítico en la gente. Es necesario debatir sobre el parricidio en la literatura, el papel del mercado en la cultura, o la discriminación en los auspicios culturales, pero también sobre el mundo de la violencia que se engendra en las ciudades, la diversidad en nuestros países y el derecho a expresar esa diversidad.

MÁS ALLÁ DEL BUROCRATISMO

Encarar lo enunciado anteriormente exige otros esfuerzos. Exige investigación, buscar causas, consecuencias, antecedentes históricos. Un buen periodista cultural debe dejar a un lado lo obvio para adentrase en los hechos y sus protagonistas, buscar un manejo creativo del lenguaje, romper esquemas. Necesita tiempo, conocimiento y sensibilidad, mucha sensibilidad. El buen periodismo cultural tiene en García Márquez, Osvaldo Soriano, Mario Benedetti y Javier Marías a cuatro de sus más notables realizadores.

A pesar de mostrarme contrario al término “periodismo cultural”, creo que si éste existe no es solo para las páginas que tiene el comentario de un libro, la crónica de un concierto o una abundante agenda. El periodismo cultural atraviesa todas las páginas de un periódico y es aquel que intenta interpretar la diversidad de un país, ya sea a través del deporte, la política, la violencia, la voz de variados sectores. La idea no es culturizar a determinados ciudadanos para que se ilustren, sino despertar inquietudes para que apuesten al análisis y a la constante creatividad, para ir apropiándose del mundo.

Los diarios siguen sin elaborar un proyecto claro de lo que deberían ser las páginas culturales. ¿Por qué sucede eso? Podríamos ensayar una serie de respuestas, pero la principal es que, con ciertas excepciones, tampoco hay proyectos claros de lo que quieren ser los como diarios. Así, quienes los dirigen se dejan llevar por lo que creen que quiere la gente, entonces las páginas culturales reflejan las actividades de la agenda y se confunden con la farándula. También se nota un cierto desprecio hacia las secciones culturales, porque no producen la publicidad que aspiran. Tal vez por eso, muchas veces no les preocupa quien es el editor de la sección, ni si tiene formación cultural como para afrontar adecuadamente esa responsabilidad.

Pero tal vez lo peor es que, si seguimos en este camino, llegará un día en que las páginas culturales estarán totalmente subordinadas a la farándula nacional e internacional, subordinadas al chismerío farandulero y a la mediocridad. La televisión será todavía peor., 

Hay una anécdota que me ayuda a graficar como asume la prensa a la cultura. Cierta vez, allá por 1995, en Art Fórum Libri Mundi de Quito se presentaba el libro Rasero (Premio Pegaso 1994, otorgado por la transnacional Mobil). Al entrar, un gran escudo de la empresa Mobil daba bienvenida al local: ¿Estarán presentando un libro o nuevo lubricante?, me pregunté. Pues no estaba ni siquiera la foto del autor o sus datos. Pese a que era un escritor extranjero poco conocido.

A nadie le importo ese hecho porque a nadie le importaba el libro. Todos se interesaron por la presencia del alcalde Quito (en ese entonces Jamil Mahuad, quien presentó el libro) de algunos políticos y de los representantes de la gran multinacional que intentaban mostrarse preocupados por la cultura. Vaya paradoja, ese evento estuvo en todos los medios como muy pocos eventos culturales.

CULTURA E INTEGRACIÓN

Otro hecho que hay que tener en cuenta es el proceso de apertura económica en la región con políticas que imponen la supremacía del mercado. Para caminar hacia una integración real es fundamental que ésta se dé a nivel social y cultural. A pesar de las corrientes posmodernas que flamean como bandera la pérdida de la identidad, la cultura nos permite afirmar los elementos de identidad y pertenencia, primero a un país y luego a una región. Son las raíces profundas las que sostienen los verdaderos procesos de integración. Para que esas raíces no desaparezcan en las redes del libre comercio, son fundamentales otros procesos de integración, consolidar los espacios culturales y fortalecer un periodismo cultural con mirada integradora. Hay que pensar que la cultura, y por ende el periodismo cultural, puede ser, tal vez el factor, integrador más importante. Solo a través de la cultura podemos reconocernos como parte de un continente. Para una integración de las culturas, estas primero deben afianzarse en los límites de un país y luego romper las fronteras. Solo así podernos tener la capacidad de asumir lo nuestro y aceptar al otro sin querer imponer nuestra verdad. Ahí está

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