Retrospectiva del teatro ecuatoriano

El teatro en el Ecuador atraviesa por un buen momento y tiene futuro, no obstante, la falta de apoyo del Estado y de un público asiduo, formado, sostiene el director de teatro Antonio Ordoñez, al hacer un balance sobre el estado de este arte escénico a propósito del Día Mundial del Teatro, que se celebró el pasado 27 de marzo. “Es emocionante ver que ocurre en Cuenca y en la costa ecuatoriana, particularmente en Manabí, donde está La Trinchera, y en Guayaquil, donde hay grupos importantes, y allí mismo está la Universidad de las Artes, donde se propicia la formación de actores, relata al fundamentar el optimismo con el que mira las artes escénicas.

De acuerdo con Ordoñez, el propio Teatro Ensayo ha contribuido al desarrollo del teatro ecuatoriano y a la creación de un público, como ese grupo hay otros, que en este momento y en muchas partes del país aportan al desarrollo de las artes escénicas.

Una mirada hacia atrás

Al trazar una retrospectiva del teatro en el Ecuador, Ordoñez, reflexiona sobre algunos momentos pasados y sobre sus protagonistas. “Hay propuestas interesantes como las que hicieron Sixto Salguero y Ernesto Albán, en sus comienzos: un teatro contingente y de humor, que criticaba algunos aspectos de la política de ese entonces.” Albán “fue uno de los artífices de un teatro bastante bueno al comienzo, aunque después, desgraciadamente, todas sus puestas en escena comenzaron a deformarse y se limitó a tres micrófonos, porque su teatro empezó a ser masivo y ya no hizo puestas en escena interesantes como las del comienzo en sus estampas quiteñas, por ejemplo, sino que empezó casi a predicar con tres personajes y micrófonos.”

Ordoñez se remonta a la época de Fabio Paccioni y lo relaciona con los años fundacionales del Teatro Ensayo. Este, dice, con el aporte de los Tzántzicos, empieza a hacer un teatro de contenido social, contestatario, que ahora se le llama de “resistencia, combativo, que denuncia permanentemente”, acudiendo en muchas ocasiones a obras de la literatura ecuatoriana, entre ellas Huasipungo, Cruces sobre el Agua, y El Tigre. No obstante, reconoce que “hay un teatro que hace muchas concesiones recurriendo al humor fácil, porque hacer humor no es sencillo, más todavía, si se intenta un humor comprometido, que tenga una carga irónica y crítica, porque a veces nos quedamos en la parte más sencilla que es hacer reír un poco, que no está demás”. Sin embargo, insiste que es “necesario que el teatro tenga una dosis de compromiso y de enseñanza, no moral, pero que contribuya al cambio social.” Lamenta la “poca respuesta del público”, y reflexiona que esa actitud “en algunos casos es por falta de calidad” y difusión.

Ordoñez aborda las dificultades que enfrentan las artes escénicas ecuatorianas, su financiamiento y el apoyo del Estado: “En nuestro medio el teatro no puede sostenerse de manera independiente. Nosotros mismos, durante muchos años, nos hemos mantenido de manera independiente, pero a costa de mucho sacrificio de la gente que integra el grupo”, comenta.

Con relación al papel del Estado, sostiene que este tiene la “obligación de comprometerse” con el teatro, “no como dádiva graciosa”, pero advierte que una política de esa naturaleza es cada vez más difícil, porque algunos gobiernos se distancian de los grupos de teatro por el contenido crítico de la sociedad que desarrollan en sus puestas en escena. Finalmente, exhorta a una valoración del arte escénico: “Cómo no celebrar el teatro, donde nacen los pensamientos y las ilusiones de una vida más cercana al ciclo de fecundas interpretaciones, que nos hacen cada vez más actores y más dueños de lo desconocido. Reflexiones en este día cuando los seres pueden mirarse profundamente para organizar la memoria”, concluye.

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