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Si alguien lee «el cajón de negra y hermosa caoba», en su cabeza lo corrige porque la caoba no es negra sino color caoba, es decir, el lector se enfrenta a lo que lee como si se estuviera corrigiendo a sí mismo. Eso no quiere decir que escriba mejor o peor que el autor, sino que, al leerlo, él escribe a su manera. En El lector infrecuente, de George Steiner, encontramos esto: «en cada acto de lectura completo late el deseo de escribir un libro en respuesta». La escritura debe parecerse al erotismo que vela y revela al corpus, que muestra ocultando y oculta sabiendo, ser algo más que ese amor mecánico que se parece a los cuentos mecánicos: exposición, nudo y desenlace.
Sartre, en esa novela deliberadamente autobiográfica llamada Les mots, dividida como una naranja en dos grandes mitades: I Leer, II Escribir, dice de las marcas: «En los márgenes descubrí unos garabatos indescifrables, signos muertos de una pequeña iluminación que fue viva y danzarina en los alrededores de mi juventud».
Steiner habla de que «existen verdaderas contrabibliotecas formadas por las notas marginales y por las notas marginales de las notas marginales que sucesivas generaciones de auténticos lectores taquigrafiaron, codificaron, garabatearon o pusieron por escrito elaboradas y floridas expresiones a lo largo, encima, debajo y entre los renglones del texto impreso». Es que la lectura es un acto personalísimo, todo lector que se precie tiene sus códigos de lectura y no admite al respecto enseñanzas ni maneras. Marcar el libro es una forma de desacralizar a ese objeto paradigmático de la modernidad. Es el acto soberano del lector y su memoria. Esta saludable manía refrenda la intimidad de la lectura, pero solo hay algo peor que leer un libro marcado por otro lector: no leerlo.
La lectura quizá no subsana nada. Está en el campo de la superación personal, aumenta la confianza en uno mismo. Ayuda a no ver las cosas en blanco y negro, a no ser tajante sino embrionario, a oír al otro. Da herramientas para apreciar la ironía que estando ahí no todos la ven. La pérdida de la ironía no solo es la muerte de la lectura sino de todo lo que nos diferencia del resto de seres vivos, de aquellos que no hacen uso de su posibilidad de ver, a la vez, las dos caras de la vida.
Un buen lector no separa la vida de las personas de la de los personajes, a unos y otros los lleva de alguna manera consigo. En su naturaleza no sólo está lo que es sino lo que va siendo el instante de leer.
Si bien creo que la literatura es una sola y no se la debe poner en compartimentos estancos, debo admitir que esas clasificaciones han sido impuestas más por un tesaurus comercial que literario.