La lectura rápida es peor que la comida rápida

Científicos aseguran que leer con detenimiento favorece la concentración y puede reducir el estrés en un 68 por ciento.

«Cuerpo en calma, mente curiosa y corazón abierto.» Parece el lema de un maestro de yoga pero es el mantra al que se encomiendan los socios del Club de Lectura Lenta de Wellington, Nueva Zelanda, una vez por semana. El grupo nació en 2014 y se reúne en un bar: piden algo para tomar, apagan los celulares y leen una hora en silencio. Resisten ante la invasión vertiginosa de lo que en cada época se llama «vida moderna», y para eso desconectan el dispositivo al que constantemente llegan notificaciones de Facebook, mensajes directos de Twitter, llamados de los jefes y corazones de Instagram.

No es una idea nueva la del slow reading (lectura lenta): en 1881, en el prefacio de su libro Aurora, Friedrich Nietzsche escribió que «tal vez un filólogo era un maestro de la lectura lenta», y se confesó militante de esa práctica. Mucho más acá en el tiempo, en 1986, un hombre protestó duramente contra la apertura de un local de McDonald’s en la Plaza España de Roma: propuso cocinar y comer lento –slow food– para repudiar la comida rápida. Así nació el slow movement (movimiento lento) que tiene propuestas no solo para el mundo gastronómico, sino también para la ecología, la moda –elegir ropa artesanal es una de sus premisas– y, entonces, también para la lectura.

Los cultores de la slow reading aseguran que la ralentización intencional de la velocidad de lectura puede incrementar el placer o la comprensión del texto y, como efecto colateral, permite también desacelerar el ritmo de la vida cotidiana. Un estudio que la Universidad de Sussex, Inglaterra, hizo en 2009 está de su lado: los investigadores aseguraron que seis minutos de lectura ayudan a reducir el estrés hasta en un 68 por ciento. Para anunciar estos resultados, los expertos aceleraron el pulso cardíaco de las personas que fueron estudiadas a través del ejercicio físico intensivo. Después los hicieron leer, tomar té, escuchar música y jugar a algún videojuego: entre esas opciones, la lectura fue la más eficaz a la hora de devolver el ritmo cardíaco al punto de partida del experimento, e incluso bajarlo un poco más.

«Claro que, como todo en la vida moderna, el slow movement ya ha producido algunos negocios a cargo de quienes se propusieron explicarlo y, de paso, cobrar gruesos derechos de autor. Uno de ellos fue In praise of slowness («Elogio de la lentitud»), del canadiense Carl Honoré, que también dio una charla TED al respecto. Se inclinó por la lentitud cuando, en un aeropuerto, estuvo a punto de comprar un libro con cuentos que duraban un minuto para leerles a sus hijos justo antes de decidir que era un disparate exigirse esa «eficiencia».

El estadounidense David Mikics publicó Lectura lenta en una era apurada en 2013, allí propone –según describe el propio libro– «una guía práctica para quienes buscan una lectura más significativa y satisfactoria y quienes quieren desarrollar la concentración».

En el sitio web del club neocelandés –www.slowreadingco.com– hay una lista con diez tips (otro vicio de la vida moderna) para volverse un lector lento. Entre otros consejos, recomienda hacerse un tiempo para la lectura, evitar la paradoja de tener que elegir entre miles de títulos porque entonces nunca leeremos nada: mejor empezar por algún texto que por su sencillez pueda retener la atención del lector durante media hora, releer los libros preferidos y –nos enyoguizamos– respirar profundo cinco veces, antes de adentrarnos en la lectura.

Una actividad que requiere de guías e instrucciones no parece tan simple, aunque solo se trate de leer. O tal vez, la era del multitasking nos hizo olvidar cómo era hacer una sola cosa a la vez, ir despacio, concentrarnos en algo sin pensar en lo que sigue. Además de un mantra, el club de Wellington tiene un método: «Sin tarea, sin celulares, sin presiones». Sin presiones. Solo por el gusto de leer.

Según una encuesta, los británicos son poco lectores de los clásicos

Los británicos «sienten pesar» por no haber leído los clásicos de la literatura y lo atribuyen a «la falta de tiempo y paciencia». Así lo describió el diario inglés The Guardian, basándose en una encuesta del sitio web YouGov.

La encuesta reveló que solo el 4 por ciento de los británicos leyó Guerra y paz, de León Tolstoi, aunque el 14 por ciento desearía haberlo hecho. A la vez, el 3 por ciento leyó Los miserables y el 7 por ciento leyó Moby Dick. Hace algunas semanas, la mismísima editora de la sección Libros de la web de The Guardian se lamentaba en una columna por no haber terminado Ulises, de James Joyce, tal vez la novela más abandonada de la Historia.

Entre 1.664 encuestados, el clásico más leído fue Oliver Twist: el 21 por ciento terminó la novela de Charles Dickens, uno de los tótems de la literatura inglesa. Y el segundo lugar estuvo compartido por dos escritoras: Louisa May Alcott, autora de Mujercitas, y Jane Austen, por su Orgullo y prejuicio.

La encuesta surgió porque casi 7 millones de ingleses miraron los episodios de televisión en los que la BBC adaptó Guerra y paz. Habrá que hacerles caso a los «lectores lentos» y tomarse el tiempo para disfrutar de un libro.

administrator