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Buenos días amigos y amigas
Voy a comenzar esta charla con una historia que, si bien es una historia personal, nos describe el significado que puede llegar a tener una biblioteca y la literatura en la vida. Hace muchos años en Uruguay se elegían a los abanderados o abanderadas de la escuela de acuerdo al promedio de sus notas durante toda la primaria. Quien tenía el mejor promedio llevaba la bandera uruguaya, quien contaba con el segundo mejor promedio llevaba la bandera de Artigas y el tercero la de los Treinta y Tres Orientales. Se tenían en cuenta las notas en las diferentes materias y la conducta. Yo tenía excelentes notas en toda la primaria, sabía que mi promedio era uno de los mejores, pero sabía también que no tenía buenas notas en conducta. A veces no aceptaba imposiciones de algunas maestras, a veces tenía que colocar en su sitio a alguno que me molestaba por tener un hermano guerrillero preso, a veces me enojaba cuando veía algún tipo de injusticia y respondía, y si había que pelear me peleaba. Era una época compleja. Entonces, cuando ocurría alguna de esas situaciones iba “en penitencia” a la biblioteca. Una biblioteca cerrada, que casi no era visitada, con bastantes libros y muchos cuadernos del Ministerio de Educación y Cultura. Los cuadernos se suponía que los maestros debían darlos a los niños que no podían compararlos. Tenían tapa y contratapa grises y muy feas, con la cara de José Pedro Varela unos y la de José Artigas otros. Sin embargo, las maestras nunca los entregaban a quienes no podían comprar sus útiles escolares. Alguna que otra vez, cuando nos quedamos en penitencia con el “Gabylán” un amigo de la escuela y del barrio, nos llevamos los cuadernos y los repartimos por ahí. De alguna forma, hacíamos nuestra pequeña justicia. Yo, además, siempre me llevaba algún libro: Las mil y una noches, El viejo y el mar, El Principito… Unas maravillas que leía con gran emoción y entusiasmo en el altillo de mi casa, o en el Parque Rodó en la época de calor. La vieja ni sabía que aquellos libros no eran prestados, y tenía tantos problemas que yo estaba seguro que nunca lo descubriría. Lo más importante era tener notas excelentes en todo, menos en conducta, pero eso lo asumía como parte de mi rebeldía y la de la familia. Nunca nadie reclamó por ningún libro. Cuando estaba en sexto año y se acercaba la fecha de Jurar la Bandera y de nombrar a los abanderados o abanderadas, yo ya había dado por sentado que no me elegirían por la tacha en conducta. Me dolía un poco, pero ya me había hecho la idea de que así era la vida y no podía hacer nada. Sabía que algunas maestras me tenían ojeriza por ser de una familia vinculada a la guerrilla y no pensaba ser abanderado. Unos días antes de la fecha señalada, la directora de la Escuela me llamó a la dirección. Quedé blanco como un papel, y en el trayecto de mi salón de clase hasta su oficina iba pensando que seguramente me echarían de la escuela. Entonces fui imaginando qué le diría luego a mi vieja. Con tantos problemas, uno más. Iba casi llorando, solo casi porque había aprendido a no llorar para mostrarme siempre fuerte. Las palabras de la directora luego de saludarme fueron una sorpresa. – Lucas, usted tiene las mejores notas de la escuela, pero tiene mala nota en conducta. Lo que yo ya sabía, por lo tanto, no era nada nuevo, pero intenté justificarme, aunque no encontraba todas las palabras que necesitaba. La sorpresa fue cuando me dijo: eso podemos entenderlo, pero no podemos justificar que usted haya robado libros de la biblioteca. Quedé mudo, estaba seguro que nunca se habían dado cuenta y que a nadie le importaba esa biblioteca a la que íbamos castigados, en penitencia. Primero pensé en negar, pero por lo visto tenía muy claro que yo me había llevado los libros, y si negaba tal vez me chantaran también los cuadernos, pero eso ella no lo había mencionado. Por suerte, parecía no estar enterada o las maestras nunca le dijeron porque les reclamaría al no haberlos repartido, o se hizo la desentendida. Entonces le dije rápidamente: yo solo me los llevé prestados, los tengo todos juntos para devolverlos. Ella sonrió con un aire de satisfacción y de complicidad y dijo: bueno, si usted los trae, puede ser abanderado y yo puedo defenderlo en la reunión de maestras. Sonreí tímidamente. Al otro día aparecí en la escuela con unos diez libros, no recuerdo muy bien cuántos eran. Ella miró uno por uno, y al finalizar me dijo: falta uno. Bajé la cabeza y me puse colorado, mientras la escuchaba decir: falta el de Las mil y una noches. Me volvió a sorprender. Intenté hacerme el vivo y no devolver el ejemplar de uno de los libros que más quería. Seguía convencido de que no podían saber los libros que había en una biblioteca a la cual no iba nadie, y mucho menos saber exactamente los que yo me había llevado. Levanté la mirada y le dije: se lo traigo mañana, entre avergonzado por la situación y triste por tener que devolver un libro que me fascinaba. Ella volvió a sonreír con la misma sonrisa del día anterior. Al día siguiente le llevé el libro. En la reunión de profesores no comentó estos pormenores y, mostrando mis notas y resaltando mi interés por la lectura y los libros, insistió que debía ser el primer abanderado. Finalmente se impuso el criterio de algunas maestras que no me querían mucho, y preferían reconocer a otro alumno, además de darme una lección, claro. Así, fui elegido como segundo abanderado. El día del desfile portando la bandera de Artigas me sentía levantando la bandera de los tupamaros. Caminé contento y orgulloso de ser uno de los tres abanderados, pero con cierta 4 tristeza porque ni mi Vieja ni mis hermanos, ni algún pariente pudieron estar ahí. Terminado el acto, cuando ya íbamos saliendo con los compañeros, la directora volvió a llamarme: Lucas tengo que hablar con usted. Todos me miraron y enseguida cuestionaron: ¿y ahora qué hicistes? En la dirección, ella solo sonrió y me entregó un regalo: era un ejemplar de Las mil y una noches. Salí feliz. Esa directora, años después fue despedida por la dictadura, acusada de ser comunista. Ese libro me acompañó un buen trayecto en el camino del tiempo, hasta terminar, por descuido o temor, en una fogata, junto a otros libros que era necesario quemar porque habían sido prohibidos… DOS Aquella biblioteca que estaba olvidada en una escuela pública durante la dictadura uruguaya fue un espacio de encuentro con la literatura y conmigo a través de los libros que no sé cómo llegaron allí, y a través de esa historia que finalmente fue parte importante de mi vida, terminó marcando mi vida. Después durante mi vida he visitado decenas de bibliotecas en distintos lugares, en distintas geografías y la verdad que hay dos formas de entrar a una biblioteca. La de muchos estudiantes que van en busca de determinados libros que necesitan para estudiar. Entonces deciden quedarse en ese lugar tranquilo, acogedor para adquirir esos conocimientos necesarios para un examen, por ejemplo. Es una forma importante, necesaria para superar escalones en el estudio, es también una forma tradicional, que para algunos incluso puede ser una penitencia que cumplen solo por la necesidad de conseguir un ansiado diploma. Pero hay otra forma de acceder a una biblioteca, que es asumirla como una aventura que te abrirá nuevos caminos. Una aventura que nos hace descubrir distintos mundos, que nos hace transformar la penitencia en un juego, en un descubrimiento para 5 la vida, en una forma de asumir y adquirir la creatividad necesaria que nos abra la cabeza al mundo, como me sucedió a mí en aquella vieja biblioteca de mi escuela primaria. Cuando uno entra a una biblioteca pensando en recorrer esa aventura, esos mundos diferentes a la cotidianidad, muchas veces impuesta, uno aprende que entrar en una biblioteca es otra forma de ser feliz. Para algunos una biblioteca es una forma de llegar al libro como un objeto de consumo para su camino educativo. Que está bien, que es muy importante porque da la posibilidad de llegar al libro cuando no se puede adquirirlo en una librería o no se encuentra en una librería porque no son libros comerciales, libros que se venden fácilmente. Para otros una biblioteca pueden ser un mundo mágico, donde uno puede encontrar lecturas-aventuras y vidas inimaginables, pues si uno entra con una mirada transgresora para romper la penitencia, camina por sus pasillos y recorre sus estantes, puede ser que abra algún libro y aparezca Proust, o Cortázar, o Guimaraes Rosa, o Jorge Icaza, o Joyce. Puede que pase algo similar a lo del film “La rosa púrpura de El Cairo”, y algún personaje en lugar de saltar de la pantalla, salte de las páginas a la realidad del lector. El mundo de la biblioteca está lleno de magia, como el mundo del libro. En el mundo hay bibliotecas maravillosas como La biblioteca Anna Amalia de Weimar, patrimonio de la humanidad que tuve el placer de recorrer. Hay grandes bibliotecas que atrapan. Pero cuando uno busca bibliotecas que se vinculen y te vinculen a la literatura, no hay nada mejor que esas bibliotecas de barrio, creativas, que además de libros te abren la posibilidad de escuchar lecturas de escritores y escritoras, pequeños conciertos, monólogos teatrales mientras se puede tomar un café. Esas bibliotecas de barrios o de parques como hay en muchos países donde el estado se preocupa por la lectura. Si uno visita una de esas bibliotecas varios días seguidos y observa con atención a los que leen, tal vez se encuentre con 6 caras que se repiten: intelectuales anónimos de todas las ideas, escritores por realizarse azuzando la imaginación, gente que está como mimetizada al paisaje librero y otra que va en busca de aventuras. Esas bibliotecas son también sus trabajadores, los bibliotecarios y bibliotecarias, seres que son mezcla de ficción y realidad. Pero imaginemos que entramos a una de esas bibliotecas, imaginemos que tomamos un libro cualquiera, imaginemos que disfrutamos de ese libro… Imaginemos que nos cuenta de un viejo que lucha con el mar, con un gran pez, y nos habla de la realidad de los caseríos que están en la orilla y a través de ella, de la vida y sus entretelones. O que nos habla de un capitán que escribe versos a su amada, que vive y muere en cada verso, en cada batalla. O que nos dice historias de una Maga que no saca conejitos de la galera, pero hace magia caminamundeando por París. Esas bibliotecas de hoy son, deben ser más que libros. Es necesario que se vinculen con la gente, que abran el libro y lo regalen a través de actividades literarias como decía antes. Que reciban Festivales de Poesía, de narrativa, música y literatura. En noviembre de 2021 en el Festival de Poesía de Madrid, hicimos una lectura en una linda biblioteca pública ubicada en Arganda del Rey, en las afueras de Madrid. Una biblioteca que además de libros, con espacios para las distintas edades, está vinculada con la sociedad del lugar, con las escuelas, con editoriales, con escritores de la zona, con músicos, que hacen de la biblioteca un mundo vivo, en permanente creación y recreación. Algo similar viví en otra lectura en la biblioteca Eugenio Trías en el Parque de El Retiro. Vale recordar aquella frase de Cicerón que decía “Si cerca de la biblioteca hay un jardín o un parque ya no les faltará nada”. También podríamos asumirla al revés: si en un parque hay una biblioteca ya no faltará nada. TRES 7 Las bibliotecas pueden ser una instancia de cohesión social, de vínculo entre la gente, de interculturalidad, de encuentro entre diferentes, de diversidad en el sentido humano y en el sentido literario. Pensando en pequeñas bibliotecas de barrio, de parques, recuerdo otra biblioteca que marcó mi infancia, la Biblioteca del Castillo del Parque Rodó, muy cercana a mi barrio. Una biblioteca de libros infantiles, en un mini castillo ubicado en un gran parque de Montevideo. Donde la gente además de caminar, de pasear en bote por el lago, etc., puede llevar a sus hijos a leer un libro o a ver la representación teatral de algún libro. Esta biblioteca que estuvo cerrada algún tiempo durante la dictadura uruguaya es un lugar de acercamiento de los niños a la literatura, al teatro, a la magia, a la imaginación. Genera amistades, interés en la vida, en la creatividad, genera cohesión social. En Quito, las bibliotecas pueden ser estos espacios de cohesión, de acercamiento, como lo son en otros países. Una red de bibliotecas, vinculadas a otros espacios públicos y privados pueden ser instancias que previenen la violencia, que generan relaciones de paz. Una red de bibliotecas para la paz puede generar además vínculos interbarriales. En Canadá, por ejemplo, no existe poblador de un barrio que no esté inscrito en la biblioteca. Los habitantes sienten la biblioteca como un espacio propio. Pero las actividades en las bibliotecas no se deben reducir a presentaciones, lecturas, monólogos, también es necesario reivindicar nuestra literatura recordando escritores y obras que marcaron la creación literaria ecuatoriana. Es necesario tener memoria de nuestra creación literaria. Es necesario vincular a los escritores y escritoras jóvenes con la literatura anterior. También hay que extender este tipo de actividades a la literatura latinoamericana y universal. Ahora recuerdo las actividades literarias que realizaba la Librería Libri Mundi en la década del 90 que tuve el gusto de coordinar, en 8 los cuales los lectores tenían la oportunidad de conocer anécdotas, mirar fotografías, participar en una crítica de la obra y conocer facetas desconocidas de distintos escritores. A través de tertulias y exposiciones, pudimos adentrarnos en la vida y obra de escritores ecuatorianos, latinoamericanos y universales mientras tomábamos un café. Además, a los concurrentes se les entregaba un pequeño dossier sobre el escritor del mes y los libros. En muchos casos estuvieron los propios escritores. Era un encuentro entre distintos tiempos de la literatura ecuatoriana. Pero un punto importante de estos eventos era la participación de los lectores que, en el caso de las bibliotecas, son los habitantes de la zona, y no solo como asistentes, sino incluso como comentaristas. A veces los intelectuales y, obviamente los políticos, subestiman a la gente de los barrios, subestiman su interés por la lectura, su interés de acceder al libro. Creen que los habitantes de los barrios no les interesa leer y no hacen nada por incorporarlos a la lectura. Eso es terrible. Yo tuve una experiencia increíble en 2021, cuando con el apoyo de algunas editoras, pero sobre todo de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo que dirige Iván Eguez, y con el apoyo de otros escritores, compartí cerca de 10.000 libros, sí 10.000 libros en barrios de Quito, conversando con la gente entendiendo sus vidas y aprendiendo también de esas vidas. En realidad, gran parte de la gente muestra un aprecio por el libro y quiere leer. Pero como va a comprar un libro si no tiene muchas veces para comer, si vive sobreviviendo. Es una tarea del Estado llevar el libro y la lectura a los sectores populares. Y las bibliotecas hoy deben ser activas, proactivas yendo en busca del lector. Para mi fue una experiencia lindísima. Conversar con la gente sobre las mujeres de mi libro Mujeres del siglo XX, por ejemplo. Que algunas personas me dijeran: “yo escuche hablar de Tránsito Amaguaña o de esta otra, pero no sé muy bien su historia, qué lindo poder leerla”. O sobre las Rebeliones indígenas y negras en 9 América Latina, que muchas veces no conocen los mismos indígenas. Otra persona me decía yo no voy a leerlo, pero mi hija lo leerá y me contará, o que lindo librito yo quiero aprender. Yo pensaba que, si lograba que cada persona de las que le compartí libros, leía una historia o un cuento, ya había logrado mucho, ya había sido una victoria de la literatura, del libro, en definitiva una victoria de la paz. Bibliotecas para la paz. Redes de bibliotecas para la paz A los escritores, muchas veces la literatura nos salva. Las bibliotecas pueden ser un espacio que ayude a salvar la sociedad. Decía Borges que siempre imaginó que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca. No sé, pero sí sé que es necesario llevar ese paraíso a la gente. Entonces, volviendo al comienzo, a la vieja historia de la biblioteca de mi escuela, para que la literatura y los escritores se integren a los barrios, a la gente, es necesario que las bibliotecas se integren a los barrios, es necesario que las bibliotecas no sean una penitencia sino un espacio de creatividad. Muchas gracias.
Kintto Lucas Quito, 20 de abril de 2023