Noralma Vera: El deseo inmenso de bailar

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Por conmemorarse este sábado el Día Internacional de la Danza, reproducimos un artículo publicado en Revista Rocinante con el perfil de la más importante balletista histórica ecuatoriana, Noralma Vera, cuyos inicios artísticos datan de 1945.

Con 85 años recién cumplidos, Noralma Vera muestra una fortaleza física y espiritual templadas en la cadencia de la danza, baile blanco que forjó su cuerpo y alma al ritmo de un arte corporal que hasta hoy le brinda la lucidez con la que evoca las imágenes primigenias de su infancia.

—Desde los doce años empecé a brincar y a bailar, y me di cuenta de que eso era lo que me gustaba: bailar. Todo lo hacía bailando, hasta que empecé a estudiar danza.

Así, en la precocidad de sus movimientos corporales, experimenta profundamente lo que es la gracia y la armonía. Mezcla promisoria de innato talento y depuración técnica.

—La perfección técnica es importante, pero el talento es importantísimo para seguir buscando la perfección, el dominio. El talento, sin cultivarlo en ese camino de la perfección, se queda ahí.

Con emoción que conserva intacta se arma de clarividencia para concebir la danza:

—Bailar no es solamente hacer bien el paso técnico que da mucha satisfacción; cuando ese paso sale casi perfecto, es una emoción. Pero más todavía lo que sale de adentro con ese paso, una expresión diferente cada vez. A veces es el mismo paso, pero la expresión que sale puede ser alegre o triste. Cuando uno hace un paso que es difícil y lo va perfeccionando, la emoción también va subiendo en calidad hasta cuando uno ya lo hace y domina… eso es maravilloso.

Hija de Alfredo Vera V. y de doña Baltita Arrata Macía, nació en un hogar afectuoso, rodeada del apoyo familiar a su vocación artística desde muy niña. Sus padres eran «muy cariñosos, muy conversadores con los hijos, no eran unos padres aislados, siempre estaban con nosotros conversando o jugando». Criada en un ambiente político y culto del Guayaquil de los años treinta, Noralma compartió las vicisitudes familiares.

—Mi papá y mi mamá se cambiaban de casa a cada rato, sobre todo mi papá porque era muy político y a cada rato estaban queriendo atacarlo: teníamos que cambiarnos de casa muy seguido. 

Otros miembros de la familia vinculados al mundo de la cultura también fueron forjando su personalidad, entre ellos su tío paterno, el escritor Pedro Jorge Vera, con quien mantuvo una influyente relación en un medio cultural muy político en esa época. Pedro Jorge con su vibrante personalidad marcó los años juveniles de Noralma en un entorno de libros, charlas y encuentros.

—Pedro era lo más simpático que he visto en mi vida, era explosivo, andaba todo el tiempo en plan de burlarse y reírse de todo, irreverente. Nos matábamos de risa todo el tiempo. A mí sí me gustaba que él fuera tan espontáneo y extrovertido. Como nos divertíamos tanto juntos, Pedro Jorge me decía: «yo debía haberme casado contigo».

La vida le tenía deparado otro destino. En casa de su tío Pedro Jorge, Noralma conoció al pintor Patricio Cueva, con quien se casó y tuvo tres hijos.

—No tenía en mente estarme casando. Vivía yo en Cuba, vine de vacaciones a Ecuador y ahí lo conocí. Para mí no significó el amor en ese momento.  

El matrimonio no fue óbice para continuar con su vocación que cristaliza en una relevante trayectoria artística.

—Yo andaba brincando todo el tiempo —recuerda—, inventando movimientos cuando entré a estudiar en la Casa de la Cultura que dirigía Carlos Zevallos Menéndez. El baile era parte de lo que yo tenía adentro”.

Ese talento que la bailarina rusa Ileana Leonidoff se encargó de pulir como su primera profesora de danza.

La proyección mundial

Sus inicios como bailarina datan de 1945, cuando inicia su carrera profesional con diversas presentaciones locales. Son años de intenso aprendizaje y rigurosa disciplina académica que van puliendo las aptitudes de Noralma como una joya. De aquellos años son sus referentes en la danza y un nombre imborrable en su memoria, Isadora Duncan. La bailarina y coreógrafa estadounidense trazó una importante huella vocacional en Noralma:

—Isadora Duncan fue un ejemplo muy especial que dejó la danza clásica por el movimiento libre.

De ella aprendió a utilizar el cuerpo humano como un instrumento de expresión emocional.

En febrero de 1957, Vera viaja a Londres para perfeccionarse en el Royal Ballet por un año. Para ese entonces, ya era una figura prominente y su partida fue difundida en los medios. Al año siguiente se traslada a París a estudiar con el profesor Víctor Gzovskt y fue también alumna de Maurice Béjart, coreógrafo francés referente mundial en el mundo de la danza. Fogueada en sus aprendizajes, Noralma Vera integra en París el célebre Ballet de Jeanine Charrat, hasta 1960.

—Para mí fue excepcional estar en el ballet de Janine, porque ella era muy apreciada en el mundo artístico. Estar allí fue una lindísima experiencia, andaba en esa ciudad a toda velocidad de un lado para otro —evoca con emoción.

Entrados los años sesenta, regresa a América y se radica en Cuba, donde trabaja con la bailarina cubana Alicia Alonso en el Ballet Nacional de Danza que dirige Fernando Alonso. Noralma Vera llega a Cuba a inicios de la Revolución y prontamente se familiariza con la vida en la isla, hace amigos y proyecta su carrera en forma definitiva, lo que le granjea el reconocimiento de las autoridades cubanas como una de las primeras artistas latinoamericanas que se sumó al proceso político y artístico de la isla desde sus inicios. Años más tarde, asume funciones diplomáticas en México y Cuba como Agregada Cultural. 

—Para mí, Cuba era la meta. Fui allá en 1960 directamente a solicitar entrar al ballet y lo primero que hice fue hablar con Fernando Alonso y le expliqué toda mi trayectoria y mis anhelos de integrar el Ballet Nacional de Cuba. Alicia fue mi compañera en el ballet, era muy amigable, conversaba con todos y a mí me decía «la ecuatoriana». Era simpatiquísima, era muy camarada.

En 1968 regresa a Ecuador y hasta 1973 dirige la Escuela de Ballet de la Casa de la Cultura de Quito; en 1974 fue cofundadora y directora del Instituto Nacional de Danza. La Compañía Nacional de Danza, creada en junio de 1976 en Quito, la elige miembro de la comisión directiva. En 1978 funda su propia Compañía de ballet en Guayaquil. Su interés por la danza la llevaría a perfeccionarse en la escuela Martha Graham Dance School, de Nueva York, e introduce la técnica Graham de danza contemporánea en Ecuador.

—Lo de la Compañía me gustó más, eran cosas improvisadas. En una escuela uno sabe lo que va a pasar, y llega gente formada, el que llega a una compañía se cree dueño de la vida.   

Sintiéndose propietaria de su propio destino, Noralma deja su ciudad natal y se afinca en Quito con la convicción de que el arte no conoce fronteras ni reductos regionales. Oriunda de la costa, no obstante, se habituó a vivir entre montañas en la sierra norte:

—Adoro Guayaquil y su calor. Todo es muy alegre y la gente muy amable. En Cotacachi vivo en las afueras del pueblo y me gustó porque es muy acogedor. Pero extraño esa cosa dicharachera de la gente de Guayaquil, mi anhelo es volver a vivir allá.

En la bucólica Cotacachi, Noralma comparte la vida con su hija y yerno, el escritor Felipe de la Vega, «que es como un hijo», en el entorno apacible de un campestre caserón donde transcurre su existencia en familia junto a sus nietos. Se da tiempo para leer, mirar películas coreanas y documentales sobre danza. El escritor la describe con acierto:

—La Noralma es una persona muy lúcida, vino acá y dijo: no voy a vivir sola nunca más, y se instaló en nuestra casa. Nos reímos mucho y nos jorobamos la vida. Ella me sirvió de asesora técnica para escribir una novela, El alma animal, y construir el personaje Julia, que es una bailarina de ballet clásico, que está descrita en una clase perfectamente narrada.

—Es que la danza es todo, la motivación, el resultado… Daba pasos siempre para obtener un resultado y siempre los resultados fueron satisfactorios —confiesa Noralma.

Su vitalidad la mantiene intacta en sus pasiones, que anhela compartir con jóvenes que se inician en la danza.

—Que me recuerden como una bailarina que fue capaz de hacer que mucha gente baile, que fomentó la danza; que hice bailarines como a Wilson Pico, quien decía que la única bailarina que había en el mundo era yo.

Cae apaciblemente la tarde en Cotacachi, con recuerdos a flor de piel ojeamos un álbum de fotos. Una en especial llama nuestra atención. Noralma aparece bailando La Muerte del cisne, coreografía de ballet creada por Michel Fokine sobre la composición El Cisne de Carnaval de los animales de Camille Saint-Saëns, en 1886, y que Noralma evoca con especial emoción haber interpretado. Consciente de ese final inexorable, la artista persiste en su decisión de vivir:

—El amor a la vida, de poder hacer cosas en la vida, de poder seguir adelante, uno siempre tiene deseos de hacer algo y poder ir realizando esos deseos y eso de estar aquí presente… Si te mueres se acabó todo.

Ella pide que la recordemos como bailarina, cual cisne sobre el escenario. Aquel baile, símbolo de la fortaleza espiritual que aún la acompaña, dejó una huella perenne en su memoria:

—Para mí, la muerte del cisne es el apego a la vida, de no querer irse, de querer quedarse en la vida y, de todas maneras, no hay nada que te retenga en la vida sino el deseo inmenso de vivir.

Por: Leonardo Parrini

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