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Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto
y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se
sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera
de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que
aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de
Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió
que le fuera perdonado su crimen.
Abel contestó:
–¿Tú me has matado o yo to he matado? Ya no recuerdo, aquí estamos juntos
como antes.
–Ahora sé que en verdad me has perdonado –dijo Caín–; porque olvidar es
perdonar. Yo trataré también de olvidar.
Abel dijo despacio:
–Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.
Jorge Luis Borges