Onetti, la muerte y las mujeres

El 30 de mayo de 1994 falleció el escritor uruguayo JUAN CARLOS ONETTI. Solía decir que el ser humano estaba condenado de antemano al fracaso, porque el final siempre es el mismo para todos: la muerte. Quizá por eso sus personajes masculinos (Linaceros, Brausen, Díaz Grey, Larsen, Medina y Petrus) encarnan una existencia de nómadas que buscan sobreponerse al hastío y la derrota. Aunque no lo consiguen, hay algo que los salva o justifica: la obstinación que cada uno de ellos pone en vivir, aun conociendo el inexcusable final. La aventura de una vida -afirmaba Onetti- se halla “en los caminos que conducen hasta ese final” y eso es “lo único que diferencia a un hombre de otro hombre”. Las mujeres, en cambio, recorren su obra como “bichos de otro mundo”. En sus novelas abundan las adolescentes, jovencitas indomesticadas y anticonvencionales (la Elvirita de “Cuando ya no importe” es paradigma de todas), que son proyecciones del deseo masculino de capturar cierta inocencia que se marchita pronto. A éstas se suman las prostitutas que acompañan las confrontaciones con la nada que padecen ellos; las féminas ambiguas de “Dejemos hablar al viento” y de algunos relatos como “Montaigne”; las mujercitas perversas de “El infierno tan temido”, segregadas de los varones para completarlos y también destruirlos; las sumisas como Eufrasia, en su última novela, que consiente se le tape la cara (“que había sufrido mucho y era mejor no mirarla”) con una bolsa de arpillera durante el encuentro sexual; las maduras menopáusicas, como en “Luna llena”, cuya única salida parece ser la autodestrucción. En general, el camino de ellas es mucho más llano. Están digitadas o hechas para compensar la apatía, la indiferencia y el escepticismo de los hombres. Resulta evidente que unos y otras ocupan diferentes planos y producen tensiones distintas, pero tienen en común su destino último. Les iguala el miedo. Miedo al desamor, a la declinación física y al que concita, sobre todo, el más infranqueable de los misterios, del que nada se sabe y del que nadie se evade. La misma clase de miedo que, tal vez, le permitió a Onetti urdir sus historias y construir una voz para trascender el olvido. Esa voz única con la que supo ganarle al fracaso. Copy Reina Roffé

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