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De alguna manera, don Joaquín Limonado Olmos de Aguilera olió que había llegado el momento: frente a él cuajaba, nítido, el artículo de la muerte. Don Joaquín estaba preparado; se acomodó un poco, cruzó las manos sobre el pecho, abrió los ojos lo más que pudo, miró alrededor. Estaban todos. Do Joaquín, entonces, dijo «luz, más luz», sabiendo que eran unas últimas palabras estupendas, que todos estaban emocionados. Pero doña Bertita, que no tenía puestos los audífonos, preguntó ‘¿Cómo?’, ‘¿qué dijo?’ Don Joaquín, que había sido siempre tolerante, repitió en voz más alta, claro que con un dejo de impaciencia, «luz, más luz». Doña Bertita se puso algo ansiosa. Preguntó ‘¿cómo, mijo?’ Don Joaquín, que ya no tenía tiempo, dijo ‘ándate a la cresta’. Doña Bertita iba a preguntar ‘¿cómo, mijo?’, cuando vio que no sacaba nada.
Andrés Gallardo – Chile