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El sistema funciona así: cuando el ladrón consigue entrar al automóvil -cosa por lo demás nada difícil- y se sienta frente al volante, unos dispositivos accionados electrónicamente traban las puertas y aseguran las ventanas. La operación puede o no ser silenciosa. El segundo paso sobreviene cuando el intruso trata de arrancar el motor. Entonces, sobre el tablero de los instrumentos parpadea una luz roja. A continuación una voz grabada repite, cada treinta segundos, el mismo mensaje: «De aquí no podrá salir… De aquí no podrá salir». Luego del tercer mensaje (esto ya ha sido computado, el ladrón que ha insistido ya varias veces con el arranque, intenta huir). Pero, tanto puertas como ventanas están muy bien trabadas. No conseguirá abrirlas. Es cuando una aguja hipodérmica sale del asiento y le inyecta un preparado especial que le paraliza las piernas y le deja sin voz. Se ha establecido que, en un porcentaje muy alto de los casos, el ladrón -bajo el efecto de la droga-, cree que todo lo que le ocurre no es otra cosa que una pesadilla. Para evitarle tal error, la misma grabación le explica los pormenores del asunto. Y así todo queda listo para el último paso que, por desgracia es harto desagradable pero, sin duda, necesario. El espaldar y el asiento se corren hacia la derecha (en los modelos ingleses hacia la izquierda) dejando al descubierto un sistema de engranajes y émbolos entre los cuales el ladrón es perfectamente triturado, comprimido, y disuelto en un poderoso ácido inodoro cuya fórmula es un secreto de la casa fabricante. Luego, asiento y espaldar retornan a su posición normal, de tal manera que el propietario cuando entre a su vehículo y lo ponga en marcha no encuentre un solo indicio de lo que ha ocurrido ahí.
La casa fabricante garantiza que solo en un uno por ciento de los casos, el dispositivo confunde ladrón con propietario.