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Cátedra publica una antología de los versos del premio Nobel irlandés en edición bilingüe. Este mes se recuerda un año más de su partida
Por Carlos Ferrer
William Butler Yeats (1865-1939), Nobel en 1923, autor a caballo entre el s. XIX y el XX, lector de William Blake y Oscar Wilde, admirado por Luis Cernuda, es una figura clave del renacimiento literario irlandés (1890-1922), fundamentado en el simbolismo y en la recuperación de la tradición de su país «silenciada por el marchamo de lo popular». Ensayista, dramaturgo, crítico y novelista, fundador de la Academia Irlandesa de las Letras en 1932, influyó en Joyce, Pound y Eliot, su interés (influido por el positivismo) por el misticismo oriental, por el ocultismo, por la teosofía y por la astrología se plasma en su palpitante y vigorosa poesía de manera evidente, como se aprecia en la reciente antología poética 89 poemas (Cátedra, 2021), con traducción del español José Francisco Ruiz Casanova, quien se vincula con su trabajo a Yeats como antes lo hicieron Enrique Díez-Canedo, Jorge Guillén, Jordi Doce, Javier Marías y Antonio Rivero Taravillo con sus respectivas traducciones.
En una primera etapa de su producción poética (su obra completa en verso supera los quinientos poemas), de corte romántica, los mitos célticos y las leyendas irlandesas marcan el contenido de sus versos e intentan recuperar «una memoria colectiva que debía funcionar como épica de la conciencia», con el ritmo y la fluidez como rasgo característico de su poesía. La influencia de su padre, el pintor John B. Yeats, deja paso al peso que ejerce sobre él Maud Gonne (1866-1953) hasta el punto de superar la etapa bucólica y de rememoración de la infancia. Maud Gonne no le correspondió a su amor (se casó con el independentista Sean MacBride), pero le introdujo en los círculos nacionalistas y marcó sensiblemente su obra en mayor medida que su contacto con los prerrafaelistas y los simbolistas franceses.
El primer libro incluido en la antología es Encrucijadas (1899), en el que se destaca el poema «La meditación del viejo pescador», una melancólica balada sobre el inexorable paso del tiempo y el poder de la palabra para reconfortar la memoria. El siguiente libro es La Rosa (1893), en el que se utiliza a la rosa como símbolo de identificación colectiva y del que sobresalen los poemas «La isla del lago de Innisfreee» y «A Irlanda en tiempos venideros». El poema más destacado de El viento entre los juncos (1899) es «La Rosa secreta», dedicado a Maud en el que introduce la rosa como símbolo de su amor (posteriormente simbolizará su amor por Irlanda). «El choque de Belleza y Muerte determina el tono y la construcción misma de las composiciones» de En los siete bosques (1904), con el que concluye su primera etapa y que contiene poemas dedicados a Maud una vez concretado su matrimonio con MacBride, como «La maldición de Adán», «No ames demasiado tiempo» y «Nunca entregues todo tu corazón», además de cierto eco de Mallarmé y un alejamiento de las ensoñaciones y de los adornos verbales presentes en sus primeros libros.
El yelmo verde (1910) es un libro que ahonda en la relación perdida con Maud y Responsabilities (1914) muestra el compromiso público del autor, como se aprecia en el poema (no incluido) «Al caballero rico que prometió una segunda donación a la Galería Municipal de Dublín si quedaba demostrado que el público quiere cuadros». En Los cisnes salvajes de Coole (1919) recuerda sus estancias en Coole Park junto con su amiga Lady Gregory con imágenes llenas de vivacidad, aborda temas esotéricos y versifica elegías sobre los amigos muertos en la Primera Guerra Mundial, caso del mayor Robert Gregory, hijo de Lady Gregory. En Michael Robartes y la bailarina (1921) se destacan «Una oración para mi hija», un largo poema en ocasión del nacimiento de su hija Ana (no incluido en la antología) que abre un camino de esperanza para el hombre, y sobre todo «El Segundo Advenimiento» (traducido también como «La segunda llegada»), un poema repleto de símbolos cristianos que se ha usado en política como argumento contra el poder, donde el autor poetiza el eterno retorno de la historia con un tono profético, el ciclo vital que se repite, el caos como algo transitorio pero necesario con unas resonancias apocalípticas teñidas de sangre, no hay nihilismo (ni melancolía ni nostalgia) sino una esperanza final, porque de las cenizas puede surgir algo nuevo, ya que de la fuerza arrolladora de la destrucción puede nacer de nuevo la vida y la armonía gracias a un necesario acto redentor.
La torre (1928), uno de los más exitosos libros, es un repaso vital ante la inquietud de la angustiosa muerte. Por entonces Yeats ya está casado con Georgiana Hydeless, ya tiene en su haber el Nobel, ha sido nombrado senador (lo será hasta 1928), Irlanda ya es independiente y ya tiene un vida asentada en la torre Ballylee. Cabe mencionar el soneto «Leda y el cisne» y «Navegando hacia Bizancio» (también traducido como «Rumbo a Bizancio»), en el que recurre a la ciudad griega para representar la esencia del peregrinaje y lo eterno («y acogedme / en el artificio de la eternidad»).
La escalera de caracol y otros poemas (1933) es una reiteración de los temas habituales en su segunda etapa, como el rechazo al fluir del tiempo y la inexorable muerte, y una muestra de su versatilidad y dominio de la forma, puesto que emplea la elegía, el monólogo dramático, el haiku y el epigrama. Luna llena de marzo (1935), diez últimos poemas (1938-1939) y siete poemas no incluidos en la edición definitiva (1886-1907) concluyen esta antología. Quizá falten poemas como «El frío cielo» y su dantesca perspectiva y «Pascua de 1916» (1921), pero esto no impide apreciar la evolución y la valía de un poeta imprescindible de gran intensidad verbal y concisa fuerza expresiva, que utilizó con talento la estructura anular y la estrofa rimada y que permanece en las librerías gracias a esta actual traducción
Versos y frases
«Partiré ahora, pues siempre, de día y de noche,
oigo como el lago extiende su sonido grave por la orilla;
cuando me detengo en la calzada o en el gris empedrado,
lo oigo en las profundidades de mi corazón»
«Vuelta tras vuelta en la espiral creciente,
el halcón ya no puede oír al halconero;
se desmoronan las cosas; no se mantiene el canto;
la anarquía pura campa por el mundo,
se desata la turbia marea de la sangre, y doquiera
se anega la ceremonia de la inocencia;
los mejores están ayunos de convicción, mientras que los peores
están ahítos de intensidad apasionada
«Hora es de que haga mi testamento;
elijo hombres honorables
que remontan las corrientes
hasta el manadero, y al alba
dejan caer su mirada
en la orilla de piedras goteantes; anuncio
que ellos heredarán mi orgullo,
el orgullo de los que
nunca fueron presos de la Causa o del Estado,
ni de esclavos humillados,
ni de tiranos que humillan…»
«Un poeta escribe siempre sobre su vida personal, en la mejor obra a partir de sus tragedias, sea lo que sea, remordimiento, amor perdido o mera soledad; nunca habla directamente con alguien, sentado a al mesa, durante el desayuno, siempre se da una fantasmagoría.»
«Traté de hacer que el lenguaje de la poesía coincidiera con el lenguaje apasionado y normal. Quería escribir en el lenguaje que fuese más natural cuando hablamos en soliloquio, como yo hago todo el día, sobre los hechos de nuestras propias vidas… Comencé a hacerlo cuando descubrí que debía buscar, no como Wordsworth pensaba las palabras de uso común, sino una sintaxis poderosa y apasionada y una plena coincidencia entre el período y la estrofa.»
«Cuando yo era joven, la poesía se había vuelto elocuente y elaborada. Swinburne era la influencia reinante y era un poeta muy elocuente. Llegó una generación que quería ser simple, creo que lo quería ser más que nadie. Fui de granja en granja escuchando historias, canciones antiguas. Algunos de mis poemas fueron compuestos de ese modo. En mi poesía he intentado preservar emociones muy simples, escribir palabras naturales, ponerlo todo en su orden natural.»
TOMADO DE Revista Rocinante 159 Enero 2022