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¡Permíteme, oh Señor, que enfrente a las Verdaderas Tentaciones!
Soy tu siervo, el divulgador de tu doctrina, vasallo de tus profecías, sujeto del error y el escarmiento, y quiero acrisolarme ante tus ojos honrando tu hermosura. Concédeme mi ruego y ponme a prueba, pero con ofrecimientos que sean cual duro yugo.
Si insisto, Señor, es porque más de tres veces se me ha tentado en vano. El Maligno me dasafía y acecha ignorando mis debilidades genuinas. Me seducen con mujeres frenéticas, a mí que soy
misógino; me provocan con viajes a países fantásticos, a mí tan sedentario; extienden a mis pies los reinos del mundo y sus encantos cuando sólo apetezco la penumbra. Y continuamente me declaran: “Todo esto será tuyo, si postrado me adoras”, ¡y me lo dicen a mí, tan anarquista! Restablece los derechos de tu hijo, Señor, oblígales a imaginar tentaciones que lo sean de modo inobjetable, que de veras inciten mi deseo, que me hagan olvidar cuán fácil es mantener la virtud si nadie nos asedia como es debido