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Las mil y una noches
Hace años, allá por 1975, en Uruguay se elegían los abanderados de la escuela de acuerdo al promedio de sus notas durante toda la primaria. Quien tenía el mejor promedio llevaba la bandera uruguaya, quien contaba con el segundo mejor promedio llevaba la bandera de Artigas y el tercero la de los Treinta y Tres Orientales. Se tenían en cuenta las notas en las diferentes materias y la conducta.
Yo tenía excelentes notas en toda la primaria, sabía que mi promedio era uno de los mejores, pero sabía también que no tenía buenas notas en conducta. A veces no aceptaba imposiciones de algunas maestras, a veces tenía que colocar en su sitio a alguno que me molestaba por tener un hermano guerrillero preso, a veces me enojaba cuando veía algún tipo de injusticia y respondía. Si había que pelear me peleaba. Era una época compleja.
Entonces, cuando ocurría alguna de esas situaciones iba “en penitencia” a la biblioteca. Una biblioteca cerrada, que casi no era visitada, con bastantes libros y muchos cuadernos del Ministerio de Educación y Cultura.
Se suponía que los maestros debían dar aquellos cuadernos a niños que no podían comprarlos. Pero nunca los entregaban. Tenían tapa y contratapa grises y muy feas, pero para quienes pasaban necesidades eran una solución.
Alguna que otra vez, cuando nos quedamos en penitencia con el “Gabylán” un amigo de la escuela y de mi barrio, nos llevamos los cuadernos y los repartimos por ahí. De alguna forma, hicimos nuestra pequeña justicia.
Yo, además, siempre que iba en penitencia me llevaba algún libro para mi casa: Las mil y una noches, El viejo y el mar, El Principito, una vieja antología de Kavafis que reunía Ítaca y otros poemas…
Unas maravillas que leía con gran emoción y entusiasmo en el altillo de mi casa, o en el Parque Rodó en la época de calor.
La vieja ni sabia que aquellos libros no eran prestados, y tenía tantos problemas que yo estaba seguro que nunca lo descubriría. Lo más importante era tener notas excelentes en todo, menos en conducta, pero eso lo asumía como parte de mi rebeldía y la de la familia. Nunca nadie reclamó por ningún libro.
Cuando estaba en sexto año y se acercaba la fecha de Jurar la Bandera y de nombrar a los abanderados o abanderadas, yo había dado por sentado que no me elegirían por la tacha en conducta. Me dolía un poco, pero ya me había hecho la idea de que así era la vida y no podía hacer nada. Sabía que algunas maestras me tenían ojeriza por ser de una familia vinculada a la guerrilla y no pensaba ser abanderado.
Unos días antes de la fecha señalada, la directora de la escuela me llamó a la dirección. Quedé blanco, y en el trayecto de mi salón de clase hasta su oficina iba pensando que seguramente me echarían de la escuela. Entonces fui imaginando qué le diría luego a mi vieja. Con tantos problemas, uno más. Iba casi llorando, solo casi porque había aprendido a no llorar para mostrarme siempre fuerte. Las palabras de la directora luego de saludarme fueron una sorpresa.
- Lucas, usted tiene las mejores notas de la escuela, pero tiene mala nota en conducta.
Lo que yo ya sabía, por lo tanto no era nada nuevo, pero intenté justificarme, aunque no encontraba todas las palabras que necesitaba. La sorpresa fue cuando me dijo: eso podemos entenderlo, pero no podemos justificar que usted haya robado libros de la biblioteca.
Quedé mudo, estaba seguro que nunca se habían dado cuenta y que a nadie le importaba esa biblioteca a la que íbamos castigados.
Primero pensé en negar, pero por lo visto tenia muy claro que yo me había llevado los libros, y si negaba tal vez me chantaran también los cuadernos, pero eso ella no lo había mencionado. Por suerte, parecía no estar enterada, o las maestras nunca le dijeron porque les reclamaría al no haberlos repartido, o se hizo la desentendida. Entonces le dije rápidamente: yo solo me los llevé prestados, los tengo todos juntos para devolverlos.
Ella sonrió con un aire de satisfacción y de complicidad. Entonces dijo: bueno, si usted los trae puede ser abanderado y yo puedo defenderlo en la reunión de maestras. Sonreí tímidamente.
Al otro día aparecí en la escuela con unos diez libros, no recuerdo muy bien cuántos eran. Ella miró uno por uno y al finalizar me dijo: falta uno.
Bajé la cabeza y me puse colorado, mientras la escuchaba decir: falta el de Las mil y una noches.
Me volvió a sorprender. Intenté hacerme el “vivo” y no devolver el ejemplar de uno de los libros que más quería. Seguía convencido de que no podían saber los libros que había en una biblioteca a la cual no iba nadie, y mucho menos saber exactamente los que yo me había llevado.
Levanté la mirada, entre avergonzado por la situación y triste por tener que devolver un libro que me fascinaba, y le dije: se lo traigo mañana
Ella volvió a sonreír con la misma sonrisa del día anterior. Al día siguiente le llevé el libro.
En la reunión de profesores no comentó estos pormenores. Así, mostrando mis notas y resaltando mi interés por la lectura, insistió que debía ser el primer abanderado. Finalmente se impuso el criterio de algunas maestras que no me querían mucho, y preferían reconocer a una alumna, además de darme una lección. Entonces fui elegido segundo abanderado.
El día del desfile portando la bandera de Artigas me sentía levantando la bandera de los tupamaros. Caminé contento y orgulloso de ser uno de los tres abanderados, pero con cierta tristeza porque ni mi vieja ni mis hermanos, ni algún pariente pudieron estar ahí.
Terminado el acto, cuando ya íbamos saliendo con los compañeros, la directora volvió a llamarme: Lucas tengo que hablar con usted. Todos miraron y enseguida cuestionaron: ¿y ahora qué hiciste?
En la dirección, ella solo sonrió y me entregó un regalo: era un ejemplar de Las mil y una noches. Salí feliz.
Esa directora, años después fue despedida por la dictadura uruguaya, acusada de ser comunista. Ese libro me acompañó un buen trayecto en el camino del tiempo, hasta terminar, por descuido o temor, en una fogata, junto a otros libros que era necesario quemar porque habían sido prohibidos…
Tal vez en aquella biblioteca de mi escuela pública, me fui a volver por primera vez para iniciar mi viaje a Ítaca, un viaje de sueños…
Atrapasueños
Para los indígenas andinos, el futuro espera atrás y el pasado se ve adelante. El tiempo es circular. Siempre regresamos al comienzo y volvemos a caminar. Me voy a Volver es una popular frase utilizada por los ecuatorianos y ecuatorianas cuando se despiden al dejar una reunión. Es una forma de ir hacia el pasado para regresar del futuro. Viene de la percepción cultural del tiempo que tienen los kichwas. El pasado está delante de nosotros, el futuro está detrás. Los ciclos se repiten en el tiempo, vivimos un eterno retorno, un avance infinito hacia el punto de partida. La modernidad nos presenta los hechos de manera aislada, pero es necesario recuperar algunos de los hilos del tejido que construye la historia. Me voy a volver es una forma de atrapar los sueños de las memorias o las memorias de los sueños. Es un mensaje atrapasueños.
Sueños rotos
Al atrapar los sueños, también se pueden atrapar algunos sueños rotos por la realidad como diría el maestro y querido amigo poeta Juan Gelman.
Pero Juan, que siempre andaba por el mundo revindicando los sueños, así estuvieran rotos, reivindicando que soñáramos mejor, así estuviéramos rotos, cuando escuchaba a Joan Manuel Serrat creía, como tantos, que el Mediterráneo también era un sueño. Aunque él no había nacido en el Mediterráneo, lo miraba como un desterrado que había huido de la dictadura argentina, mientras escuchaba aquella vieja canción de Joan Manuel.
En estos años, en el Mediterráneo se han roto tantos sueños de emigrantes sirios, libios, africanos de tanto lugar, que el propio mar ya es un sueño, roto… Si uno mira fotos, escucha testimonios, mira imágenes de los barcos en el mar, de los niños en el mar, de los cuerpos de los niños en las playas como el de Aylan Kurdi, puede sin duda pensar que el Mediterráneo tiene hoy una alma más profunda y más oscura por tantos sueños rotos.
Alepo
Una misionera cristiana, Guadalupe Rodrigo, quien vivió en Siria desde el año 2011, explicaba cómo surgió la guerra civil que vive ese país. Cómo llegó de afuera una guerra que nadie esperaba. Cómo, en esa linda ciudad, tantos sueños se transformaron en escombros. Hablaba además sobre la prosperidad y tranquilidad de Siria antes de que Estados Unidos y algunos de sus aliados, impulsaran el inicio de una guerra que parece no tener fin.
Según la misionera cristiana, en Siria no se pensaba que podría venir una guerra civil, ni siquiera que se pudieran dar manifestaciones. Contaba así cómo se montó la guerra. Alepo, la segunda ciudad de Siria fue sitiada por los grupos apoyados por Estados Unidos, muchos barrios se transformaron en escombros. La misionera lo contaba asombrada, todavía asombrada por esa realidad.
Encantamiento musical
En Siria también asombra la música, que muchas veces puede ser un sueño. Sabah Fakhri, músico nacido en Alepo en 1933, es tal vez el músico que más trabajó en la investigación y recuperación de la música tradicional siria. Para algunos representa la esencia del auténtico tarab. El concepto de tarab tal vez no tiene un equivalente exacto en otros idiomas, pero suele traducirse como “éxtasis musical” o “encantamiento”.
Damasco, la capital siria, tradicionalmente fue uno de los centros de la música árabe. En las últimas años diversos cantautores y cantautoras se destacaron por su aporte a la música popular de su país y a la música árabe. Lena Chamamyan es una de esas creadoras. Su voz atrapa los sentidos. Scheherazade es una de sus mágicas interpretaciones. Al escucharla produce un encantamiento musical.
Solo eso…
Para muchos, la- música y el tarab son parte de una realidad lejana. Un niño que sobrevive en un campamento de refugiados sirios decía al ser consultado por un periodista que a los policías de Europa no les gustan los sirios y daba su mensaje: “Por favor ayuden a los sirios. Los sirios necesitan ayuda ahora. Ustedes solo detengan la guerra y nosotros no vendremos más a Europa. Solo detengan la guerra en Siria”. Solo eso…
Hoja de otoño
Solo eso es mucho El tiempo camina. La palabra camina. La música camina. La poesía vuelve desde Siria. Nacido en Salamiya (Siria) en 1934, Muhammad Al Magut es uno de los más destacados poetas árabes contemporáneos y uno de los pioneros en la renovación de la poesía árabe. Su poema Invierno, escrito en 1970, mucho antes de este otro invierno que azota hoy a Siria, pertenece a su libro La poesía no es mi profesión, y dice así: Como lobos en una estación seca / Germinamos por todas partes / Amando la lluvia / Adorando el otoño / Un día incluso pensamos en mandar / Una carta de agradecimiento al cielo / Y en lugar de un sello / Pegarle una hoja de otoño. / Creíamos que las montañas se desvanecerían / Los mares se desvanecerían / Las civilizaciones se desvanecerían / Pero permanecería el amor.
El Gatopardo
De las hojas de otoño en Siria seguimos hacia las hojas secas de la isla de Lampedusa. En el año 2011, cuando se inició la intervención de la OTAN en Libia, algunos advertimos que se estaba llevando a ese país hacia una guerra civil. Advertimos además que luego vendría la intervención en Siria, que esa intervención, provocada por el interés de potencias extranjeras en los recursos de esos países y en su posición geoestratégica, llevaría a un desastre humanitario. Hoy la realidad es más triste de lo que imaginamos. La mitad de la población de Siria sobrevive desplazada. Libia es un escenario de muertos y esclavos. Cientos de miles de personas emigran a Europa para tratar de salvar su vida. Hoy la isla de Lampedusa es puente y muro en su camino.
Es una gran paradoja, pero Il Gatopardo, esa extraordinaria novela de Giuseppe de Lampedusa vuelve a ser hoy la mejor imagen de esa Europa un tanto cínica que se esconde y se miente a si misma mientras sigue a Estados Unidos. Il Gatopardo es un espejo de Europa.
El ser humano
En el mismo año 1963 que Luchino Visconti llevaba al cine Il Gatopardo de Lampedusa. En junio de aquel 1963, se publicaba la primera edición de Rayuela, esa genial novela de Julio Cortázar. Como en la vida, en la novela hay muchos finales y muchos comienzos, muchas formas de irnos a volver. Cortázar es producto del Mediterráneo y de sus olas. Por eso alguna vez se fue a volver de ese mar que hoy no es el mismo, aunque lo sea. En una entrevista, allá por 1977 Cortázar hablaba del mar. Todos los mares el mar decía, porque Cortázar es también un producto de la migración de sus abuelos de Europa hacia América Latina. Ellos cruzaron el Atlántico, no el Mediterráneo, como los miles de migrantes de hoy, pero hay un hilo invisible que une las migraciones y los mares aunque, aparentemente, no tengan ninguna conexión. Entonces podemos pensar que todos los seres humanos son el ser humano como también diría Julio.
Espantapájaro
Todos los seres humanos el ser humano y todos los sueños el sueño, porque hay personas que se ríen de los muros y hacen caminar sus palabras por infisueños, y los sueños se derraman en la realidad para volver a ser soñados, para ser soñados mejor, como diría Juan Gelman. Sospecho que la obra de Cortázar como la de Gelman son ya parte de un sueño. Cortázar y Gelman, nieto e hijo de migrantes fueron también migrantes, pero fueron además amantes del tango, tangueros los dos. El tango también es una imagen de la migración.
En 1963, en el mismo año que salió la primera edición de Rayuela y se estrenó Il Gatopardo de Luchino Visconti, Aníbal Troilo y Roberto Polaco Goyeneche graban por primera vez La Ultima Curda, un tango que hará historia. Hay que escuchar al Polaco decir: ¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón! / La vida es una herida absurda, / Y es todo tan fugaz / Que es una curda, ¡nada más! / Mi confesión. Para terminar casi susurrando: ¿No ves que vengo de un país / Que está de olvido, siempre gris, / Tras el alcohol?…
De Lampedusa a Buenos Aires. Del Río de la Plata al Mediterráneo. De la memoria al presente, del presente a la memoria. Como diría el escritor ecuatoriano Iván Égüez en La Linares: “Espantapájaro el olvido no ha logrado espantar la memoria”.
(Fragmento de Mi viaje a Ítaca, de Kintto Lucas, edición Tintají)