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La experiencia de Medellín, como la ciudad que implementó un sistema cultural que contribuyó a enfrentar la narcoviolencia en los años 90, es emblemática. En 1991, Medellín era considerada la ciudad más violenta del mundo: su tasa de homicidios era de 381 muertos por cada 100.000 habitantes; es decir, veinte crímenes diarios. «Con sus parques-biblioteca y otras acciones de un proyecto que multiplicó por cinco la inversión pública en cultura, Medellínlogró reducir la tasa de muerte por homicidio en un 96,3 % en dos décadas».[1] Una de las políticas públicas que hay que implementar para contribuir a la erradicación de la violencia en las ciudades es la inversión de los gobiernos locales en la creación de un sistema cultural que implique la construcción de una red de centros comunitarios concebidos como parques-bibliotecas, la realización de una agenda de actividades artísticas articuladas al sistema educativo y los barrios y la puesta en marcha de programas de lectura con una amplia distribución de libros en el sistema de bibliotecas.
Siguiendo el ejemplo de Medellín, el municipio de Guayaquil, por ejemplo, podría empezar el proceso de construcción de una infraestructura que transforme, en donde se pueda, y que cree nuevos espacios en donde no, de parques-bibliotecas concebidos como centros culturales comunitarios. Al comienzo, para aprovechar la infraestructura existente, se puede articular el centro cultural comunitario con las instituciones educativas de tal manera que se potencie el uso de lo público, lo que requiere una alianza del municipio con el Ministerio de Educación. Un parque-biblioteca concebido como un centro cultural comunitario crea convivencia social, disfrute estético del tiempo libre, seguridad ciudadana y genera empleo, pues se necesitan personas encargadas de la biblioteca, de la animación a la lectura, de los talleres de arte, de mantenimiento, etc.
Antes de entrar al segundo punto, debo aclarar que no se trata de organizar megaespectáculos en donde los artistas actúen gratuitamente para beneficio político de la autoridad respectiva. Tampoco se trata, como sucede en muchos cantones, de contratar a un grupo de artistas, más o menos famosos, para un espectáculo musical al año y en él gastarse el presupuesto destinado a cultura. Se trata, más bien, de crear lazos entre las y los artistas locales y la escuela para la formación de público, así como con los barrios para la generación de una ciudadanía que aprecie el arte en sus múltiples manifestaciones. Por tanto, los gobiernos locales deberían financiar una política pública en cultura por la que la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el cine y la literatura tengan una programación permanente en las escuelas y los barrios, con la finalidad de entretener y enseñar. Al mismo tiempo, hay que considerar que un programa de esta naturaleza también genera un sinnúmero de empleos en el sector.
En 2021, un proyecto municipal que pintó 50 murales con frases literarias terminó en un escándalo por su costo y porque no se tomó en cuenta los derechos autorales de escritoras y escritores cuyas frases fueron utilizadas en dichos murales. Qué distinto hubiera sido todo, si se convocaba a varios artistas para el diseño de los murales, a varios escritores para seleccionar con ellas y ellos los textos, a los barrios beneficiados para organizar en conjunto la inauguración del mural con lecturas de los autores e, incluso, se repartía una antología con textos de los escritores y las escritoras escogidos. Y, por supuesto, a todos se les reconocía los respectivos honorarios profesionales. Valga esta experiencia para entender que un programa de lectura debe articular a quienes escriben y a quienes leen, a quienes producen libros y a quienes animan la lectura, al sistema de bibliotecas, sin olvidarse de las bibliotecas escolares. Asimismo, el programa editorial de un plan de lectura cantonal debe considerar libros de pequeño formato para su difusión gratuita en el transporte público, libros producidos en alianza con editoriales privadas —constituidas como independientes o pymes— para el sistema de bibliotecas y su venta en librerías, quioscos y otros puntos de distribución no tradicionales.
Medellín aumentó su inversión en cultura del 0,68%, en 2000, al 5% en 2007. Hasta 2020, esa inversión se mantuvo entre el 3% y el 5% y se centró en construcción de equipamiento culturales en los barrios más pobres y violentos.[2] «El objetivo de estos espacios era que lo público fuera un generador de equidad y calidad en todos los territorios de la ciudad», ha dicho Jorge Melguizo, consultor colombiano que estuvo vinculado al proceso de la capital antioqueña.[3] En julio de 2022, fui invitado al Festival Internacional de Poesía de Medellín y viví una experiencia maravillosa al participar de los recitales en las bibliotecas de las comunas, en los parques, en las escuelas y universidades, con un público que disfruta de la poesía. Obviamente, esto es el resultado de una política pública que ha hecho de la cultura un elemento fundamental para una ciudad que construye convivencia ciudadana en paz.
Tomado de Acoso Textual