La eternidad de los libros, un acercamiento a la célebre obra de la española Irene Vallejo

Juan Carlos Arteaga

El libro de Irene Vallejo que —a pesar de su extensión (más de 1100 páginas)— se ha convertido ya en un best-seller tiene como título El infinito en un junco; y como subtítulo: La invención de los libros en el mundo antiguo. Por este trabajo ha recibido el Premio Nacional de Ensayo en 2020 y el Premio Aragón en 2021. La autora, que cuenta apenas con 44 años, es una filóloga e investigadora española, erudita, que despliega todos sus conocimientos para describir cómo se inventaron los libros, principalmente en el mundo griego clásico y cómo, posteriormente, los romanos intentaron mantener las mismas formas de pensamiento, el mismo amor a la reflexión y su conservación a través de varios siglos o la poesía en aquellos artefactos que después se llamarían libros. El recorrido por las bibliotecas míticas —siendo Alejandría solo una de tantas nombradas— es una faceta de esta escritura que se ubica en el vórtice entre el ensayo, la historia, la divulgación científica, la ficción o la crónica: la autora trabaja todos aquellos registros para dar cuenta de una idea que atraviesa los diversos capítulos: el pensamiento —sea recogido en códices, un junco, el libro de páginas o la pantalla de un ordenador— necesita de los libros para continuar siendo el lugar de la palabra y, por tanto, el lugar del sentido de la vida.

Alberto Manguel —quien también ha dedicado varios trabajos a reflexionar sobre la importancia de los libros, topando algunos temas cercanos a Vallejo, dice a propósito de El infinito en un junco: «No es casual que en estos tiempos de reclusión y clausura volvamos al placer de la lectura. Con erudición y perspicacia, Irene Vallejo nos recuerda la casi olvidada historia de este pequeño entrañable y esencial objeto que nos consuela y ayuda a sobrevivir: el libro». Alberto Manguel escribió una entusiasta crítica a propósito de Irene Vallejo para el diario El País.

La primera página de El infinito en un junco narra cómo el Señor de las dos tierras —un poderoso personaje misterioso de Egipto— despliega todo su poder y su dinero para que cientos de emisarios a caballo recorran Grecia comprando o robando libros para su biblioteca. El sueño del personaje es poseer todos los libros del mundo conocido, que es lo mismo que decir poseer todo el pensamiento para reunirlo en un solo lugar. La biblioteca de Alejandría. A partir de aquella anécdota —re-inventada por la autora—, se construye una reflexión cálida y vital a propósito de los libros y de su utilización en el mundo antiguo. Pero, como Vallejo lo afirma en varias partes de su obra, hablar del pasado es también hablar del presente y, por puesto, de lo que viene. Irene Vallejo, con su estilo tan fresco, plantea una idea potente: los objetos, tecnologías o invenciones recientes que parecen perdurar en el tiempo son las que más pronto desaparecen; mientras que los objetos, costumbres, cosmovisiones y formas de vida más antiguas —que han perdurado en el tiempo— tienen más posibilidades de continuar haciéndolo. Y aquel es precisamente el caso de los libros.

Las diferentes visitas a personajes como Marcial, Ovidio, Alejandro, Aristófanes, Aristóteles, Eurípides, Homero o Virgilio son un pretexto para tomar episodios del pasado y dar cuenta de lo actual del pensamiento y de sus formas de almacenamiento; de lo actual de los libros y su importancia como espacios que contienen trayectorias intelectuales que, a su vez, son el reflejo de vidas destinadas a la poesía. Pasado, presente y futuro son únicamente designaciones que no comprenden el poder de la palabra siendo sentido de vida, y vida al mismo tiempo. De eso se encarga Irene Vallejo, de recordarnos lo importante del sentido.

Cuando la autora, nacida en Zaragoza en 1979, describe cómo posiblemente se creó el oficio de librero —que después habría de trasmutar al oficio del bibliotecario también— realiza una de las constantes referencias a estos abrazos entre el pasado y el presente. Ella dice: «Sea como sea, queda claro que el escritor, como su personaje, necesita dejar testimonio de una época infernal que se está desvaneciendo como niebla dispersada por el viento. El dolor que atraviesa la historia no se puede reparar, los vacíos son imposibles de llenar, pero la tarea de documentarse y testificar nunca será en vano. El incesante olvido engullirá todo, a no ser que le opongamos el esfuerzo abnegado de registrar lo que fue. Las generaciones futuras tienen el derecho a reclamarnos el relato del pasado. Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas».

Como esta muestra, las más de mil páginas están repletas de la forma en que la autora, a mitad del dato histórico, expone su propia concepción sobre los libros, sobre la memoria, sobre la cultura, sobre la escritura, para dejar claras sus ideas, en una construcción donde la palabra es aquel elemento trascendental que ayuda a organizar el mundo. La palabra, más allá de que sea escrita, impresa o almacenada en bites, tiene un cierto poder mágico que construye el mundo desde el lugar de enunciación, desde el lugar en que se la convoca, y aquella perspectiva es justo la que Irene Vallejo ha sabido colocar en perspectiva histórica a lo largo de su relato.

Es muy elocuente la forma en que el sitio web Lecturaliaha promocionado esta obra: «Este es un libro sobre la historia de los libros. Un recorrido por la vida de ese fascinante artefacto que inventamos para que las palabras pudieran viajar en el espacio y en el tiempo. La historia de su fabricación, de todos los tipos que hemos ensayado a lo largo de casi treinta siglos: libros de humo, de piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles y, los últimos llegados, de plástico y luz. Es, además, un libro de viajes. […] Pero, sobre todo, esta es una fabulosa aventura colectiva protagonizada por miles de personas que, a lo largo del tiempo, han hecho posibles y han protegido los libros: narradoras orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras…».

El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo es justamente aquel viaje y aquella aventura y aquel descubrimiento. La narración de la ensayista española nos permite dimensionar la eternidad del pensamiento humano y las formas de conservación del mismo, donde la palabra —más allá del dispositivo que la contenga— sigue siendo la protagonista.

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