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Reflexiones sobre la contemporaneidad del medio cultural
Juan Carlos Arteaga
Desde hace varios años, en otros países de la región y más recientemente en Ecuador, se ha venido discutiendo en torno a las llamadas «industrias culturales», creyendo que desde allí se podría describir con suficiencia el panorama literario actual. Sin embargo, el término «industria» presenta varias complicaciones, desde el momento de su definición, prestándose para la ambigüedad, dependiendo de la mirada de la persona (puede ser desde un investigador cultural, un funcionario gubernamental o un mero espectador) que esté interpretando el término. Para mí, la «industria» se relaciona con las concepciones de producción, distribución y consumo, y en nuestro ámbito se trata de estas dinámicas relativas a unas literaturas que se caracterizan, cada vez más, por su diversidad.
Después de la pandemia, es grata la explosión de publicaciones literarias, con autores y autoras tan diferentes entre sí como pueden ser Yuliana Ortiz Ruano, con su novela Fiebre de carnaval, hasta Oscar Vela, con Los crímenes de Bartow; por solo citar dos obras de un mismo género. La producción narrativa está marcada, entonces, por la heterogeneidad de unas escrituras que luchan por alcanzar grados altos de individualidad, proponiendo proyectos literarios atractivos. Sin embargo, bajo esta mirada, el problema se da cuando se menciona a los medios de circulación. ¿Cómo llegan aquellos libros a sus lectores?, ¿cuáles son las formas o canales que atraviesan para ser decodificados?
El problema, en Ecuador, no es tanto la producción literaria —incluso ni la impresión de libros— como aquella extraña forma en la que los mismos llegan a manos de los lectores. Aún no es fácil ensayar ni siquiera una posible hipótesis que responda parcialmente las incógnitas sobre esa circulación de los productos culturales, en general, y de la literatura en particular. Sin embargo, sí habría que —en la tercera parte de la enunciación— preguntarse por esos lectores marcados por los cambios mundiales y sus tecnologías de la comunicación. No es que se crea a rajatabla lo enunciado por McLuhan sobre que los medios de comunicación definen el tipo de sociedad que se tiene; ¿o sí?
Los lectores, por la complejidad del actual mundo pospandémico, han visto transformar rápidamente su rutina de lectura —no solo el dispositivo en el cual se lee: de un libro a una pantalla—; sino, sobre todo, los posibles significados, comprensiones y sentidos de una lectura que está cada vez más marcada por el zapping, por el hipervínculo, por el salto rápido de un texto a otro, tratando de encontrar un resumen, solo para continuar saltando al siguiente. Es lo que cuenta Jorge Carrión, ensayista español, en su último libro, Lo viral. Allí, desde su estilo que viene del periodismo, Carrión ensaya una serie de retratos de su propia experiencia vital para tratar de comprender el mundo contemporáneo en su colonización por transnacionales de la cultura como Amazon y la forma en que definen los gustos de los lectores. Aquí vale detenerse en su idea central de Contra Amazon, otro de sus libros, donde plantea que aquella tienda no solo monopoliza el mercado global, no solo que conoce los gustos y preferencias de sus compradores sino que, sobre todo, incide en lo que «debe ser leído» y, por tanto, en qué comprar. Si como autor o editor no estás en Amazon, simplemente no existes, eres borrado de un plumazo de las librerías y de toda la tradición del libro que las habita.
En el caso de Lo viral, Carrión se centra en la Covid-19 —como muchos otros artistas e intelectuales que han utilizado la enfermedad, la peste, el virus para crear representaciones del mundo contemporáneo— para dar cuenta de su asfixia en la experiencia del encierro, en su propia experiencia creativa como escritor y la forma en que el mundo transforma radicalmente el «consumo de cultura». Ese ensayo, por tanto, se convierte en la suma de muchísimas entradas para pensar lo que sucede en el mundo actual, un mundo que muchos han decidido llamar «post-pandemia» —yo, en realidad, no sé si es así; ¿ya terminó?—.
Para comprender cómo se construyen nuevas formas de consumo de literatura es necesario comprender que hay nuevas formas de vida en el mundo. Es así como se cuenta que el autor fue invitado a firmar libros en la parada de la librería Alibri de la Rambla de Catalunya. El encierro estaba terminando parcialmente y se salía a la calle aún con mascarillas, temerosos todos de que los otros pudieran traer la enfermedad consigo. Allí mismo, se enteró Carrión, estaría firmando libros el best-seller griego Petrós Márkaris, famoso por su incursión en la novela negra. El escritor español ya se visualizaba junto al otro, con su mesa vacía, sin libros que firmar, casi implorando a los paseantes que se acercaran, que si no tenían un ejemplar él les regalaría uno, pero que lo dejaran firmar mientras que al lado estarían esperando horas por conocer al autor griego, pidiéndole estampar la rúbrica en la primera página del libro. Cuál no sería la sorpresa de ambos cuando, el día del evento, apenas si tuvieron la misma cantidad de gente, con largos intervalos para que pudieran charlar hasta que alguien se acercara. El que sí resultó ser revelador era un poeta de Instagram, ubicado tres puestos a la derecha, que tenía una fila inmensa de adolescentes, con celulares en mano, posteando en directo, llamando a otros adolescentes, para que fueran allí, para que lo conocieran, esperando por horas para tomarse una selfie con él. Ni siquiera tenía sobre su mesa un libro —entendido de la forma tradicional: páginas impresas y encuadernadas entre dos tapas—; sino que se trataban de pixeles, de información en tiempo «real», de likes y seguidores. Sus últimos textos publicados el día anterior a la feria fueron: «Ojalá poder volver a abrazar a alguien que se fue para arriba». «Me abrazas y haces que se esfumen todas las dudas que traía siempre de serie». En Instagram, el poeta tenía más de 700.000 seguidores hasta ese momento. ¿Cuántos tendrá ahora? Es claro que el mundo se está transformando por las pantallas y la velocidad con que ellas contribuyen al frenesí de mensajes y novedades. Lo que no es muy claro, todavía, es cómo el consumo cultural se altera por ese mundo de dinámicas contemporáneas. Menos aun, cuál es la calidad estética de los productos literarios que atraviesan por los circuitos de producción, de circulación y de consumo. De esos 700.000 seguidores, ¿cuántos realmente podrían ser considerados lectores? Y, sin embargo, el poeta de Instagram fue la figura central de un evento literario.