“Ecorresponsabilidad: dejar de hablar para hacer”, por Manuel Gil

“Toda la edición debe asumir que su modelo de producción está ligado a procesos cuyo impacto ambiental fueron en su momento tolerables porque no existían opciones alternativas, pero que hoy pueden y deben ser repensados”, dice Manuel Gil en este nuevo artículo de su blog Antinomias del Libro, en el que profundiza una vez más sobre el compromiso que tiene que tomar la industria editorial para volverse sustentable de verdad.

En una interesante entrevista de Enrique Parrilla (CEO de Lantia y Publishers Weekly en Español) a Daniel Oropesa (Director General de Logista Libros) en el stand de PW en la Feria del Libro de Madrid (la pueden ver acá), se revela que, de los 52 millones de ejemplares que Logista mueve, 40 son de ida y 12 son de vuelta. El dato es tremendo y muestra a las claras la ineficiencia de la industria. ¿Qué costos generan estos 12 millones de recogidas sin optimizar y qué huella de carbono?, se pregunta Gil.

En economía, se describe como “costo de las ineficiencias” lo que ahora presenta el sector editorial, y no son hoy asumibles, ni económica, ni ecológica, ni socialmente. El hecho de que la ineficiencia sea barata conlleva que la edición genere economías de escala a costa del impacto medioambiental. La industria editorial, como todas las industrias, en realidad, no debería seguir pensando en términos de beneficios privados y de riesgos socializados. El impacto, por ejemplo, de un modelo de distribución basado en tiradas, con un movimiento de abastecimiento y devolución continuo de millones de libros, en un ir y venir sin razón alguna, genera ineficiencias económicas y daños medioambientales que solamente se sostienen porque nadie se atreve a romper con el modelo tradicional.

El proceso de adaptación al mercado del siglo XXI implica introducir en la agenda política del sector la ecoedición y la sostenibilidad, sin catastrofismos, pero con decisión y voluntad real. Como acertadamente señala la IPA (International Publishers Association), debe ser un “compromiso colectivo por un futuro sostenible, inclusivo y sólido”, concluye Manuel Gil (Antinomias del Libro, 4 minutos).

Para cerrar el tema, traemos a cuenta lo que se habló en el último Congreso de Desarrollo Sostenible Global en Thuwal (Arabia Saudita), donde Rachel Martin, directora global de sostenibilidad de Elsevier, dijo que dentro de cinco años, es probable que todos los libros impresos convencionales muestren etiquetas en sus portadas y/o contraportadas, especificando sus “credenciales ambientales”. Martin señaló que un solo libro de bolsillo emite en promedio el equivalente a entre uno y cuatro kilogramos (2.3 a 8.1 libras) de dióxido de carbono. ”De hecho, según estimaciones internacionales, se cree que la huella de carbono internacional promedio de un ser humano cada año equivale a unas 4.5 a 5 toneladas métricas (4.9 a 5.5 toneladas) de dióxido de carbono. En el Reino Unido, dijo Martin, ese rango de emisión puede aumentar hasta 9 o 10 toneladas métricas, y más de 15 toneladas métricas en los Estados Unidos.

En un futuro cercano, dice Martin, “los consumidores pensarán mucho más en el costo ambiental de lo que compran. La cantidad de carbono almacenada en un libro será algo que considerarán y algo que influirá en lo que elijan leer” (Publishing Perspectives, 2 minutos). 

Booktokers vs críticos literarios ¿seguirán coexistiendo?

Existe una preocupación latente por el futuro de la crítica literaria, pero lo cierto es que hace años que el paradigma de recomendación ha cambiado. Si bien el temor a que los booktokers empuñen la espada que acabará con la crítica parece bastante infantil, no deja de ser lógico: en la era digital, el poder del pulgar hacia arriba o el de las cinco estrellas supera con creces al de las firmas en los suplementos culturales. Y es que el éxito de la prescripción se mide en términos de reputación, pero también de alcance. Los propios interesados lo reconocen. «El único sostén de los críticos son sus lectores. Y si hay que cambiar de medio para no perderlos, habrá que hacerlo», argumenta Gonzalo Torné, escritor y crítico literario.

La plataforma TikTok revela que la etiqueta #Booktok suma 131 billones de visualizaciones, conectando una gran comunidad de creadores, autores y usuarios. Y, si entramos en categorías más específicas, como los #Bookhaul (libros recién comprados), los resultados superan los 792 millones de visualizaciones. No hay nada de disruptivo en este fenómeno, en realidad. El furor booktoker es descendiente directo de las corrientes creativas iniciadas por jóvenes en otras plataformas, cuando el algoritmo aún no estaba tan entrenado. Los booktubers crecieron a partir de 2012 y la proliferación de bookstagrammers salpicó el terreno. Por nombrar algunos ejemplos, la escritora Andrea Izquierdo, conocida en redes sociales como Andreo Rowling, suma 100.000 seguidores en TikTok y 86.000 en Instagram. La siguen Josu Diamond, Raquel Brune, Javier Ruescas y Patricia Fernández, por nombrar sólo algunos de los booktokers más populares en España.

Por otro lado, según las estadísticas, cuatro de cada 10 centennials prefieren buscar en redes sociales antes que en Google. Es una alternativa extraña, ya que la naturaleza de la red social no tiene nada que ver con las funciones que ofrece el buscador. Prabhakar Raghavan, que dirige la organización de Conocimiento e Información de Google, aseguraba en la presentación de resultados de 2022, que los usuarios de entre 18 y 24 años «no teclean palabras clave» -como venía siendo habitual- para realizar búsquedas, sino que «quieren descubrir contenidos de formas nuevas y más inmersivas». Sin dudas el paradigma está cambiando.

El fenómeno booktok es perfectamente compatible con otras formas de recomendación, porque cada una se dirige a un tipo de público. Es poco probable que la crítica literaria vaya a “morir aplastada”. O, al menos, no debería. De lo que sí que hay evidencias es de que la figura del crítico como prescriptor universal ha ido perdiendo fuelle y, mientras tanto, han aparecido múltiples voces cuya legitimación depende únicamente de los lectores. En sus manos está juzgar el libro por su portada o por su contenido (El Mundo«, 4 minutos). 

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