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De pie como un cerezo sin cáscara ni flores, especial, encendido, con venas y saliva, y dedos y testículos, miro una niña de papel y luna, horizontal, temblando y respirando y blanca y sus pezones como dos cifras separadas, y la rosal reunión de sus piernas en donde su sexo de pestañas nocturnas parpadea. Pálido, desbordante, siento hundirse palabras en mi boca, palabras como niños ahogados, y rumbo y rumbo y dientes crecen naves, y aguas y latitud como quemadas. La pondré como una espada o un espejo, y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas, y morderé sus orejas y sus venas, y haré que retroceda con los ojos cerrados en un espeso río de semen verde. La inundaré de amapolas y relámpagos, la envolveré en rodillas, en labios, en agujas, la entraré con pulgadas de epidermis llorando y presiones de crimen y pelos empapados. La haré huir escapándose por uñas y suspiros, hacia nunca, hacia nada, trepándose a la lenta médula y al oxígeno, agarrándose a recuerdos y razones como una sola mano, como un dedo partido agitando una uña de sal desamparada. Debe correr durmiendo por caminos de piel en un país de goma cenicienta y ceniza, luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas, y con ojos que caen en ella como muertos, y con gotas de negra materia resbalando como pescados ciegos o balas de agua gruesa.