Las piedras (por Kyra Galván)

La tierra era igual allá en Tokio.
Pisarla se sentía como
en cualquier otro lado.
Respirarla también.
Todo era diferente, sin embargo.
El ritmo, el olor, el tiempo.
Me arrancaron la palabra
y la machacaron.
Mis palabras no tenían valor de cambio ahí.
Eran basura, desperdicio.
Ayunaba de ideogramas.
Era des-letrada
me vestía de-signada.
Me volví kanji- fóbica
aislada,
islada
sordo – muda
porque mi idioma aprendido
no servía
porque las claves nuevas no las conocía
no poseía los códigos.
Bregaba en la bruma.
Piedras hermosas contemplando el zen.
Palomas que se aposentaban sobre las piedras.
Un silencio poderoso se asentaba como una reina
con crinolina
en medio del barullo.
En ese silencio
las piedras me hablaban.
En ese silencio de lenguas, crecí.
Estaba perdida.
No conocía ni oriente ni poniente.
Y mis ojos
dejaron de leer.
Ver era no entenderlos
escuchaba sin decodificar.
Y en mi desesperación por alcanzar la cifra
me des-cifré.
Extravié la magia de nombrar
y me aferré a las piedras.
Que eran redondas y grises
y no hablaban
no se movían
y tenían seiscientos años
y podía acariciarlas
ellas me escuchaban llorar
aunque no hablara.
Yo las tocaba
y eran grises y eran inmóviles,
y me hablaban en zen
en momento presente
en equilibrio estético
y eran piedras
pero me hablaban
de los quiebres de la vida.
Y eran redondas y grises.
Y tenían más de setecientos años.

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