Milan Kundera: El infinito buen humor
- Clickultura
- 31 de julio de 2023
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La fiesta de la insignificancia contiene muchos temas y tonos de la obra de Milan Kundera. Aparecen las reflexiones sobre el erotismo y la seducción: en este caso, sobre la preeminencia del ombligo y las ventajas de no destacar, o sobre la distinción entre el orgulloso y el narcisista: “El orgulloso desprecia a los demás. Los subestima. El Narciso los sobrestima porque observa su propia imagen en los ojos de los demás y desea embellecerla”. Esas teorías se expresan de forma brillante, con una elegancia que las hace momentáneamente incontestables y que nos sitúa en terreno conocido. El tiempo, los vaivenes psicológicos, lo ridículo y cierto desajuste generacional son otros elementos de un libro crepuscular, lúdico y deliberadamente menor, donde aparece el gusto por la interpretación y la revisión de la historia. La fiesta de la insignificancia ilustra otra de las facetas más interesantes de Kundera: la del teórico de la novela, que concibe el género como un espacio de libertad artística y moral, y como una forma heterodoxa y escéptica de conocimiento.
Los protagonistas son cuatro amigos que tienen un “maestro”, el narrador: “En mi vocabulario de descreído, una sola palabra es sagrada: la amistad”, explica el narrador/inventor. Hay un componente teatral, de escenificación y representación. Como en un carnaval, la inversión desempeña una función importante. Hay una obra de marionetas. D’Ardelo miente a su amigo Ramón; le dice que tiene cáncer. Alain imagina que su madre embarazada intentó suicidarse, y que mató al hombre que trataba de rescatarla, pues estaba obligada a “luchar para salvar su muerte”. Calibán debe su nombre a una interpretación de La tempestad y se ha convertido en un camarero en fiestas privadas. Finge ser pakistaní. No suscita el interés de nadie, se convierte en “un actor sin público”. Habla en un idioma inventado (“pakistaní”), lo que permite a una cocinera abandonar el francés por el portugués: “La comunicación en dos lenguas incomprensibles para los dos los acercó el uno al otro”. Más tarde, confiesa: “A pesar de mi estúpida fama de marido infiel, ¡siento una insalvable nostalgia de la castidad!”.
Aunque La fiesta de la insignificancia recuerda a algunas de las novelas preferidas de Kundera, como Jacques el fatalista, también está cerca del mundo de Luis Buñuel: por las fiestas, por sus donjuanes envejecidos, por la Francia de extranjeros, por las estatuas, por los actos repetidos (y fallidos), y porque es la obra de un bromista genial. Kundera está más interesado por la filosofía y la historia que por la teología, pero comparte con el cineasta el espíritu blasfemo. Si hacer reír a Dios, como Buñuel, era una transgresión, también tiene algo gamberro hacer que Stalin ría a carcajadas, convertirlo en cazador y contador de chistes, ponerlo a explicar filosofía y hacer que se pregunte en voz alta ante sus subordinados: “¿Habré gastado todas mis fuerzas para semejantes gilipollas?”.
Hay un elemento escatológico: aparecen el alcohol y la muerte, pero sobre todo la orina, vinculada a Stalin. Uno de los temas que puntúan el libro es la explicación de una anécdota chistosa del dictador. La incomprensión de los oyentes marcaría el final del tiempo de la broma, el “crepúsculo de las bromas”. (En la primera novela de Kundera, un chiste causaba la desgracia del protagonista.) Al leer La fiesta de la insignificancia uno recuerda la caracterización de uno de sus personajes: “En él, era más fuerte el placer de ser festejado que la vergüenza de envejecer”. Es un placer contagioso, en un libro que muestra un “infinito buen humor”, teñido de ligereza y melancolía: “En su reflexión sobre lo cómico, Hegel dice que el verdadero humor es impensable sin el infinito buen humor, escúchalo bien, eso es lo que dice literalmente: ‘infinito buen humor’; ‘unendiliche Wohlgemutheit!’. No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella”.
Esta reseña se publicó originalmente en la revista El buen salvaje.