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Paul Louis Charles Marie Claudel el 6 de agosto de 1868, fue un diplomático y poeta francés, representante de la literatura moderna, toda su obra hace alarde, por extraña paradoja, de simbolismo y realismo, complejidad y sencillez, polifacetismo y profundidad. Aparece informada por una honda inquietud religiosa en la que supo conciliar la ortodoxia con el modernismo, cultivó la poesía lírica en la que utilizó un versículo bíblico en ritmo libre de propia invención.
Una vez que terminó sus estudios en la École libre des Sciences politiques (Sciences po), durante los cuales escribió poesías y formó parte del círculo de Mallarmé, pensó en estudiar idiomas orientales; sin embargo, se postuló para formarse como diplomático en el servicio consular, en el que trabajó toda su vida hasta la jubilación. En 1927, encargó a la compositora Germaine Tailleferre la música de escena para su obra Sous le Rempart d’Athène.
Luego de pasar casi veinte años como diplomático de su país en China y Japón, Paul Claudel publicó en Tokio un delgado libro: Cien movimientos para un abanico (1927). Los poemas que contiene son, en palabras suyas, “un intento de aplicar los principios de la poesía japonesa, transformándolos a través del gusto personal. Cada poema es muy breve, está compuesto por una sola frase, lo suficiente para dar soporte a un soplo —de sonido, sentimiento, palabras— o al aleteo de un abanico.”
No son tres palabras negras
sobre un ala blanca
sino blancas migajas
arrojadas hacia ti por un ala invisible.
Callemos: el menor ruido basta para que recomience el tiempo.
Es necesario que haya en el poema
cierto número que impide ser contado.
Arde en mí una pena
que intenta en vano convertirse en palabra.
Que el aliento de este abanico
disperse las palabras
y sólo deje pasar aquello que conmueve.